Una vez conquistada Sevilla por el rey San Fernando, el Cabildo Municipal, formado por los caballeros veinticuatro y los jurados, se reunía a los pies de la Giralda, en una zona conocida como el Corral de los Olmos. Pasado un tiempo, el comercio con las Indias trajo mucha riqueza a Sevilla y llegó un momento en el que aquel espacio dejó de ser todo lo ostentoso que podía esperarse de unas autoridades civiles. Y fue entonces cuando surgió la necesidad de construir un edificio moderno que denotara poder: el Ayuntamiento. El proyecto recayó en el arquitecto cántabro Diego de Riaño y no se escatimó en gastos bajo el auspicio de Carlos I.
Las obras se iniciaron en 1527 y se paralizaron siete años más tarde, cuando falleció Diego de Riaño, que tuvo tiempo de dejar concluido casi todo el sector meridional. Incluida la preciosa fachada plateresca que da a la Plaza de San Francisco (en la que se proyecta actualmente el mapping), que por aquel entonces hacía las veces de entrada principal. También introdujo relieves de personajes históricos de la ciudad y un sinfín de detalles renacentistas. En 1535 se retomaron los trabajos de la mano de Juan Sánchez, quien se encargó principalmente de los interiores, destinando el salón alto para el Archivo y diseñando unas elegantes galerías.
La fisonomía del Ayuntamiento de Sevilla no cambió demasiado hasta el siglo XIX, cuando fue derribado el convento de San Francisco y se planificó la construcción de una nueva fachada, en esta ocasión, orientada a la Plaza Nueva. La reforma (también se modificaron otras dependencias) se inspiró en los cánones neoclasicistas y fue llevada a cabo por Demetrio de los Ríos y Balbino Marrón (1857). La última remodelación data de 1990, fecha en la que se intentó hacer más diáfana la separación entre la parte antigua y la nueva. En resumen, la Casa consistorial es uno de los monumentos artísticos más valiosos de Sevilla y al mismo tiempo uno de los menos ‘conocidos’, pero quienes se han detenido a contemplar minuciosamente las dos fachadas, las escaleras, las distintas salas, la cúpula, la capilla, el Arquillo, las estatuas de Hércules y Julio César… saben que merece la pena.