La joya de La Cartuja (II)

Retomamos la historia del monasterio por donde lo dejamos, es decir, en la recta final del siglo XV, cuando el control del mismo pasó a manos de la orden de La Cartuja. Sus miembros profesaban una austeridad extrema, permanecían recluidos durante la mayor parte de sus vidas y amaban el silencio por encima de todos los sonidos. Además de por todas estas cosas, se caracterizaban por ser muy hospitalarios, de ahí que siempre estuvieran dispuestos a alojar a cualquier peregrino en sus aposentos más modestos, y también a los hombres más afamados de la época en las lujosas habitaciones que heredaron. De hecho, está documentado que ejercieron como anfitriones de Felipe II, Zurbarán, Teresa de Jesús, Cristóbal Colón, etc.

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El nexo entre Coria del Río y Japón

En el siglo XVI empezaron a desaparecer las barreras invisibles que habían separado a Europa de Asia desde tiempos inmemoriales. Tanto es así que varias órdenes cristianas se atrevieron a viajar a Oriente con fines evangelizadores, y lo cierto y verdad es que consiguieron que algunas zonas del sur de Japón se convirtieran al catolicismo. El shogun (señor feudal) de una de ellas, Date Masamune, estaba algo preocupado por la rivalidad entre jesuitas y franciscanos, pero de igual modo se entregó a sus nuevas creencias y vio en ellas una buena oportunidad para entablar lazos comerciales con el Viejo Continente. Por esta razón, en 1613 decidió enviar una expedición diplomática que tenía como propósito entrevistarse con Felipe II (a la sazón Rey de España) y el Papa.

El barco que transportaba a sus hombres debía atracar en el puerto de Sevilla, pero tuvo dificultades a la hora de avanzar por el río Guadalquivir y se detuvo a la altura de Coria del Río. Así pues, al líder del grupo, el samurái Hasekura Tsunenaga, no le quedó otra que instalarse allí de forma transitoria. Sin embargo, el cálido recibimiento que le dieron los corianos le sorprendió por completo, hasta el punto de que lo que iba a ser una estancia pasajera terminó por convertirse en una colonia de japoneses católicos en toda regla. De hecho, una vez que sus misiones finalizaron, muchos de ellos no regresaron jamás a su país de origen y se quedaron en Coria del Río.

Para favorecer aún más su integración en nuestra tierra, sus herederos prescindieron de sus sobrenombres y acuñaron conjuntamente el de ‘Japón’. Este hecho explica que en la actualidad estén censadas más de 600 personas con este apellido en la localidad sevillana, una buena pista para conocer las raíces de sus árboles genealógicos. Casualmente, hace sólo unos días, y aprovechando la celebración de un foro económico en nuestra ciudad, un descendiente del guerrero Hasekura Tsunenaga visitó por primera vez Sevilla y posteriormente se trasladó a Coria del Río, donde pudo contemplar la estatua que levantaron en honor de su antepasado.

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