La capital de la Navidad

Pocos sevillanos se resisten a pasear por el centro en épocas navideñas. Es más, cuando se visita, cuesta aparcar la tentación de repetir, ya que en un solo día resulta materialmente imposible disfrutar de todo lo que ofrece la ciudad en estas fechas. No en vano, lo que siempre ha estado ahí, como el sinfín de belenes, los puestos de castañas asadas, los dulces de los conventos, la iluminación decorativa, los villancicos, los comercios abiertos de par en par y los ojos encendidos de los niños, sigue estando ahí, pero al margen de todo eso, cada año se van sumando nuevos alicientes que hacen de Sevilla la capital de la Navidad.

Navidad en Sevilla

Podríamos empezar la enumeración nombrando a los camellos, que en esta ocasión se han ‘hospedado’ en la Alameda de Hércules. Allí, acompañados por un tiovivo, ponis y una serie de puestos gastronómicos, dan frecuentes vueltas a la plaza llevando a los más pequeños en volandas. Hasta dicho enclave llega un trenecito que parte desde el Mercado de la Encarnación, donde a su vez crece un gigantesco árbol de Navidad bajo las setas y se encuentra un belén viviente. Asimismo, se han forrado los pivotes de algunas calles y, con un poco de suerte, hasta se pueden hallar muñecos de nieve.

De igual modo, es posible deleitarse con las muestras de artesanía de la Plaza Nueva, la Feria de Belenes en los aledaños de la Catedral, los pasacalles, la música y los talleres del mercado hebreo de la Ronda de Triana y un largo etcétera. Todo ello, sin profundizar en el espectáculo del ‘mapping’, del que ya hablamos en el anterior artículo, y de lo que está por venir, con la Cabalgata de Reyes del día 5 de enero y las posteriores de los barrios como colofón. Ante semejante mosaico navideño a disposición de los autóctonos y de los turistas, no es de extrañar que el Metrocentro se haya visto obligado a suspender algunos de sus trayectos debido a la aglomeración de personas.

Las ricas que envidiaban a las pobres

Afirmar que los pobres siempre han aspirado a llevar el estilo de vida de los ricos es una obviedad, pero ha habido casos excepcionales en los que ha sido a la inversa. Y la historia del traje de gitana supone uno de ellos. En los primeros tiempos de la Feria, relatados en nuestro anterior artículo, los comerciantes de ganado acudían acompañados por mujeres. Los más humildes llevaban a sus esposas porque vivían de forma ambulante y entre los dos trasladaban el hogar de lonetas al Real, hecho que deja a las claras cuál fue el origen de las casetas. A su vez, los tratantes más pudientes recibían la inestimable ayuda de sus campesinas. Pero entre las cónyuges de unos y las sirvientas de otros no había demasiadas diferencias, ya que casi todas ellas eran de etnia gitana.

Así pues, no es de extrañar que la muestra se impregnara de sus hábitos, costumbres y por supuesto, de su tradicional manera de vestir. Las gitanas, como todas las andaluzas de las clases bajas, portaban unas simples batas con un par de volantes a las que se les añadía un delantal para faenar con comodidad. Eran prendas más estrechas de lo habitual en su época, realzaban la figura femenina e imponían un caminar sensual. Todo ello no pasó desapercibido a los ojos de los hombres… ni tampoco a los de las mujeres aristocráticas, quienes, viendo el éxito progresivo que fueron adquiriendo aquellos modelos en un evento tan emergente como la Feria de Abril, empezaron a copiarlos y a lucirlos ellas mismas a partir de la Exposición Universal de 1929.

Esta imitación y, por qué no decirlo, competencia entre unas mujeres y otras, provocó que el traje de gitana fuera evolucionando con el paso de los años. Para ir un paso por delante, se fueron añadiendo los colores vivos, los lunares, el escote de pico, los talles cada vez más ceñidos, las flores en un pelo recogido para enaltecer los marcados rasgos sureños, los mantones de manila… dando forma a lo que se conoce como ‘cuerpo de guitarra’. Llegó un momento en el que era materialmente imposible diferenciar a una mujer por su condición social, ya que todas vestían de la misma manera. Además, como la Feria dejó de ser un centro de negocios para ir convirtiéndose en uno de ocio y diversión, las mujeres, y por ende, sus vestidos, fueron adquiriendo cada vez más protagonismo. Tanto es así que el traje de gitana, también llamado de flamenca por haber estado ligado siempre a este estilo musical, se erigió como el traje típico de Sevilla, rápidamente se extendió a toda Andalucía y hoy día, de cara al turismo, ya tiene la etiqueta de ‘traje español’.

La metamorfosis de la Feria

Resulta paradójico que la Feria de Abril, una de las manifestaciones más castizas de Sevilla, fuese promovida inicialmente por un catalán (Narciso Bonaplata) y un vasco (José María de Ybarra) en 1846. Ambos, a la sazón concejales de la ciudad hispalense, habían oído de hablar de las dos ferias anuales (una en abril y otra en septiembre) que se celebraban siglos atrás durante el reinado de Alfonso X el Sabio y remitieron una propuesta al Cabildo Municipal para recuperarlas. El alcalde, Conde de Montelirio, trató de convencerles de que esa idea estaba condenada al fracaso porque ya existía una muestra de mucho tirón en Mairena del Alcor, pero tras la insistencia de los dos ediles terminó dando su brazo a torcer. Eso sí, sólo autorizó una de ellas: la primaveral.

 

Así pues, durante los días 19, 20 y 21 de abril de 1847 se celebró la primera edición en el Prado de San Sebastián, que en esos momentos formaba parte de la periferia de la ciudad. Alrededor de sus 19 casetas se comerció con chacinas, dulces, vinos, licores, y sobre todo, con ganado. Al fin y al cabo, la feria había sido concebida principalmente para la compra y venta de caballos, bueyes, carneros, toros…y las escasas fotografías que se conservan dan buena fe de que el terreno se convirtió por momentos en una especie de dehesa densamente poblada. El éxito fue rotundo y las crónicas cifraban una asistencia aproximada de 75.000 personas sumando a autóctonos y forasteros.

 

Desde su concepción, la Feria también estuvo estrechamente ligada a los acontecimientos taurinos y las mejores corridas se reservaban para esas fechas. Por aquel entonces ya era una estampa habitual que los aristócratas y los ganaderos más prósperos se desplazaran desde el Real hasta la Plaza de la Maestranza en carruajes. Se puede decir que esa es una de las pocas cosas que no han cambiado, ya que con el paso del tiempo la fiesta ha ido evolucionado y desmarcándose de lo que fue en su origen. Una de las razones que explican la metamorfosis es que fue seduciendo a todos los sevillanos independientemente de su condición social. Y claro, al disparase la demanda, la oferta no sólo se multiplicó, sino que también se diversificó. Así, fue necesario construir una pasarela (el origen de lo que hoy es la Portada) que servía como paso elevado y evitaba aglomeraciones, se habilitaron zonas de baile, se fomentaron las comidas en grupo, se instalaron atracciones de ocio… hasta transformarse en lo que hoy conocemos como la Feria de Abril de Sevilla.

La crisis del paraguas

En Sevilla pasamos del blanco al negro en un abrir y cerrar de ojos. Si hace unos meses repasábamos las inundaciones históricas y las nevadas que se habían producido en nuestra ciudad, ahora nos toca hablar del periodo de sequía que atravesamos. Y es que a nadie se le escapa que, después de unos años de bastantes lluvias, las precipitaciones han empezado a brillar por su ausencia e incluso nos cuesta recordar cuándo fue la última vez que salimos a la calle con el paraguas en la mano por temor a un buen chaparrón. Pues bien, los datos son demoledores y dejan una conclusión muy clara: estamos viviendo el invierno más seco de los últimos setenta años.

Por descontado que el problema de la sequía no es exclusivo de Sevilla. Sin ir más lejos, en ciudades como Barcelona o Málaga han trascurrido 50 días sin ver caer nada del cielo. Lo que ocurre es que en la capital hispalense tenemos una especial sensibilidad hacia este fenómeno climatológico, ya que aún permanecen en nuestras retinas las restricciones de agua de las décadas de los ochenta y noventa, las imágenes de los pantanos bajo mínimos, la de los camiones cisternas llegando a algunos municipios, etc. Eran tiempos no demasiado lejanos en los que abrir el grifo por la noche no servía absolutamente para nada.

Por suerte, salvo sorpresa mayúscula, no llegaremos a ese extremo. Y eso que el último trimestre ha sido el segundo más seco en Sevilla desde que se tienen datos, con sólo 20 milímetros cúbicos registrados, pero gracias a los avances en ingeniería, que permiten una administración del agua mucho más eficiente que antaño, la situación no es dramática. Además, los expertos auguran una primavera lluviosa, y aunque no conseguirá salvar las cosechas, sí permitirá apagar el sonido de la alarma en los embalses. Ahora sólo falta cruzar los dedos para que las predicciones se cumplan… y den una tregua durante la Semana Santa y la Feria de Abril.

La Niña de los Peines: la cantaora inmortal

Aunque siempre se ha dicho que para gustos los colores, la mayoría de los entendidos en la materia coincide a la hora de señalar a la Niña de los Peines como la mejor voz femenina que ha dado el flamenco de nuestro país. Esta sevillana, nacida 1890 de un matrimonio gitano y natural del Viso del Alcor, se llamaba realmente Pastora María Pavón Cruz. Como todos los genios, desarrolló sus aptitudes muy pronto y con nueve años ya se subía a los escenarios con frecuencia. Cuentan sus biógrafos que fue en una caseta de la Feria de Sevilla donde realizó su primera intervención pública y a partir de entonces comenzó una rauda ascensión hasta el estrellato.

A los once años ya estaba dando que hablar en Madrid. Sus peculiares tangos se ganaron la admiración de la gente y el más popular de ellos le hizo acuñar el sobrenombre de ‘Niña de los Peines’. Decía así: “Péinate tú con mis peines, que mis peines son de azúcar, quien con mis peines se peina, hasta los dedos se chupa. Péinate tú con mis peines, mis peines son de canela, la gachí que se peina con mis peines, canela lleva de veras”. Gracias a sus apoteósicas actuaciones en el Café del Brillante de Madrid, pudo conocer a personalidades de su época como Julio Romero de Torres, Manuel de Falla, La niña de los peinesIgnacio Zuloaga o Federico García Lorca. Éste último se quedó tan prendado de la voz de la cantaora que sintió la necesidad de dedicarle unos versos.

La Niña de los Peines era prácticamente analfabeta, tal y como ella misma reconoció en una histórica entrevista concedida a Josefina Carabias. “Empecé a cantar de niña porque para esto no hacen falta estudios. Es una gracia, ¿sabe usted? Y si se tiene esa gracia, pues se nace con ella…, y en cuantito que se sabe hablar o antes, pues se canta”. Sin embargo, esa falta de formación académica no le impidió destacar en todos los palos del flamenco (siguiriyas, tangos, tientos, bulerías, peteneras, soleás, saetas…) y crear uno propio con su inconfundible estilo: la bambera. Acaparaba tanta atención mediática y era tal su fama, que eclipsó a muchas cantaoras coetáneas y se permitió el lujo de reconducir el curso del flamenco a su manera de entenderlo.

Falleció en 1969 dejando a sus espaldas una legión de admiradores y recuerdos imperecederos. De haber convivido con las tecnologías actuales, su legado material habría sido mucho mayor, pero aun así, buena parte de los 250 cantes que grabó en discos de pizarra entre 1910 y 1950, con el paréntesis obligado de la Guerra Civil, han sido recuperados y publicados en discos compactos en los últimos tiempos. En Sevilla, concretamente en la Alameda de Hércules, figura un monumento en su honor, mientras que en Arahal, localidad a la que estuvo muy ligada gracias a su madre, también existe otro. Ya han transcurrido 42 años desde su muerte, su notoriedad no mengua y sigue estando en boca de todos los amantes al flamenco. Por eso, los más románticos tienen la excusa perfecta para asegurar que es inmortal.

El estirón de Los Remedios

Este barrio sevillano tomó su nombre del Convento Carmelita de los Remedios, que estaba ubicado junto a la ribera del Guadalquivir. Su huerta era muy extensa y ocupaba los terrenos del Real de la Feria y los de Tablada. Como se suele decir coloquialmente, “aquello todo era campo” hasta 1920, momento en el que se acordó urbanizar la zona. Como no había ningún PGOU que lo regulase, la ciudad creció de forma desordenada hacia ese lado y en 1937 empezaron a entregarse las primeras viviendas, principalmente, a militares y funcionarios. Unos años más tarde, empezaron a tomar forma las dos grandes arterias del barrio,  la Avenida de la República Argentina y la calle Asunción, y el barrio fue bautizado como ‘Obra Nacional’.

Fue poblándose tan rápidamente y adquiriendo tal relevancia, que nadie cayó en la cuenta de que las zonas verdes brillaban por su ausencia. Por suerte, hubo tiempo de enmendarlo y en 1973 se construyó el Parque de los Príncipes, en honor a Don Juan Carlos y Doña Sofía, que por aquel entonces aún no reinaban en España. Casi al mismo tiempo, también fueron levantados los grandes edificios que darían al barrio su fisonomía actual, entre ellos, la Torre de los Remedios, uno de los más altos de la ciudad y de los de mayor volumen de negocios.  Y como no podía ser República ArgentinaXXde otra forma, a mayor número de habitantes, más necesidades y más poder de atracción.

Así se explica que se cimentara un nuevo puente (el del Generalísimo, hoy Puente de Los Remedios) para descongestionar el que ya existía (el de San Telmo), que la Plaza de Cuba tomara la forma que hoy conocemos, que se construyera una parroquia con una cripta para más de 700 personas, que se trasladaran hasta allí la Real Fábrica de Tabacos y la Feria de Abril, etc. Hoy día, el barrio de Los Remedios es un pulmón comercial, tiene unos 25.000 habitantes y es uno de los más importantes de Sevilla pese a que sólo tiene unos noventa años de existencia. Haciendo un símil, su historia es como la de un niño que no parecía que fuese a crecer mucho pero que terminó dando un estirón que dejó a todos boquiabiertos. Y lo que es más importante, supo adaptarse a su nueva condición de persona esbelta.

La semana del caballo

Para los aficionados al mundo de los caballos, el Sicab es probablemente el acontecimiento más esperado del año. Desde el año 1991 reúne en el Palacio de Exposiciones y Congresos a los mejores caballos de Pura Raza Española, es decir, a los más bellos, a los más fuertes, a los mejor adiestrados, a los más singulares. Como se suele decir, la creme de la creme.  Se calcula que en la edición de este año, que se celebrará esta semana desde el martes 22 de noviembre al domingo 27, participarán cerca de mil ejemplares procedentes de 300 ganaderías diferentes. Sin duda, un elenco heterogéneo y de máxima calidad.

Pero, ¿es el Salón Internacional del Caballo un evento elitista reservado única y exclusivamente para los entendidos en la materia? La respuesta es no y hay varios datos contundentes que lo atestiguan. Para empezar, el Ayuntamiento ya lo considera el tercer evento anual más importante de Sevilla, sólo superado por la Semana Santa y la Feria de Abril. De hecho, cada vez son más las personas que se acercan al Sicab y buena prueba de ello es que el año pasado recibió más de 200.000 visitas. Quienes no estén muy puestos en el tema pero tengan interés en conocerlo, deberían saber que en los numerosos stands de exposición podrán recibir todas las indicaciones necesarias para aprender y disfrutar de esta muestra equina. Además, también tendrán
Sicab Semana Caballo Sevillala posibilidad de recrear la vista con los concursos y de saborear los asados de Argentina, país invitado.

Desde el punto de vista económico, sus organizadores estiman que dejará en la ciudad alrededor de 30 millones de euros, lo cual no es moco de pavo, y mucho menos, en estos tiempos que corren. Esa cantidad es fruto de las inscripciones de los ganaderos, de las transacciones que se realizan durante la feria (compra y venta de caballos), de los miles de turistas que arriban a la capital hispalense durante esos días, de los puestos de trabajo que genera, de la recaudación en taquilla, con entradas que van desde los 10 euros (para recorrer todo el recinto) y los 15 (para contemplar el espectáculo), y de un largo etcétera. La gran beneficiada de todo ello, Sevilla.

Sevilla recupera multiplicado por 45 cada euro de gasto en la Feria

feriaSólo el montaje y el mantenimiento de las infraestructuras cuesta 15 millones, pero el impacto económico es de 675.Empezó como mercado de ganado y se ha convertido en un gran negocio. Cada euro que se gasta en la Feria genera 2,46 euros, de los cuales el 60% repercute positivamente en la economía. Esto es lo que señalan los expertos, pero ¿cuánto pone el Ayuntamiento? Sólo la inversión que realiza el Consistorio y los propios particulares en el montaje y mantenimiento de las infraestructuras es de casi 15 millones de euros, una cifra muy alejada de los 675 millones de impacto económico. Y es que la Feria es uno de los negocios más rentables para la ciudad, con o sin crisis.Esos 675 millones de euros (que engloban todo el volumen de negocio, tanto directo, indirecto e inducido) equivalen al 3,42% del PIB de la ciudad y el 1,79% de la provincia. La Feria, por tanto, tiene una repercusión económica 2,8 veces mayor que la de la Semana Santa, según el último estudio al respecto, realizado por el Departamento de Historia Económica de la Universidad de Sevilla.

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La » Calle del Infierno»

calle infiernoEscuchar la risa de los más pequeños cuando se comparte con ellos un día de emociones y sensaciones en el parque de atracciones, o más conocido como «Calle del Infierno», en la feria no tiene precio. Si se acercan a la Feria de Abril de Sevilla no pueden irse sin visitar la “Calle del Infierno” y perderse el magnifico espectáculo de movimiento, sonido y luces que harán las delicias de los más pequeños. La Calle del Infierno ofrece una oferta lúdica importante y de gran interés para todos los gustos. Cada año los feriantes nos sorprenden con algunas novedades. Aquí nos podemos encontrar desde las atracciones más tradicionales como la noria, el látigo, los coches locos, montaña rusa, etc.  a una serie de atracciones más modernas e impactantes como los tirachinas humanos, los molinos de cestas o la caída vertical, atracciones que alcanzan gran altura y velocidad.

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