De entre todos los grandes
fotógrafos que ha dado Sevilla, quizás Emilio Beauchy sea el más reconocido de la larga lista. Su historia es la de una saga familiar de fotógrafos que inició su progenitor, Jules, quien a mediados del siglo XIX se trasladó a la capital hispalense procedente de Francia. Se integró tan rápidamente en las costumbres de su nueva vida, que decidió castellanizar su nombre por el de Julio y llamar a su hijo Emilio, cuando en circunstancias normales podría haberle dado la versión gala (Émile). Padre e hijo llevaban un estudio de la calle Sierpes, el primero como regente y el segundo como ayudante, pero el inevitable paso de los años y el creciente de interés del heredero por la toma de imágenes hicieron que las tornas se invirtieran allá por el año 1880.
Ya con el negocio a su cargo, Emilio percibió que circulaban escasísimas fotografías de los lugares emblemáticos de Sevilla y vio ante sí una oportunidad de mercado. De esta manera, colgó su cámara al hombro y recorrió la ciudad de punta a punta, obteniendo como resultado una serie de más de 400 fotografías que tenía como objetivos las corridas de toros, los Reales Alcázares, la Catedral, el barrio de Triana, etc. Con semejante material en sus manos, se dedicó a realizar copias por doquier y a comercializarlas, tanto a nivel individual como en álbumes de gran calidad, algo que le permitió granjearse un notable prestigio profesional. Tanto es así que se vio obligado a trasladarse a un estudio más amplio de La Campana en 1888, en cuyo letrero se podía leer ‘Casa Beauchy’.
Su instantánea más famosa es ‘Café Cantante’, titulada así porque muestra el interior de un establecimiento sevillano de este tipo y su peculiar animosidad. De igual modo, Emilio Beauchy adquirió popularidad por filmar los estragos del derrumbamiento del cimborrio de la Catedral, acaecido el 1 de agosto de 1888. Con todo, estas dos fotografías no son más que unos pocos ejemplos de su extensa obra, que actualmente se encuentra repartida entre la Biblioteca Nacional, la Universidad de Sevilla, el Ayuntamiento de Sevilla, el Archivo Espasa, la Fototeca Hispalense y otras colecciones privadas. Falleció en 1928 y su hijo Julio continuó con la ‘dinastía’, aunque no llegó a alcanzar el mismo éxito que su antecesor.