A finales del siglo XIX se produjeron grandes movimientos migratorios del campo a las ciudades y éstas empezaron a tener un serio problema con el abastecimiento de agua. Sevilla no fue una excepción y necesitó un tiempo para equilibrar la oferta y la demanda del bien más preciado del mundo. Así las cosas, la primera solución planteada por el Ayuntamiento fue multiplicar las fuentes públicas (llegaron a coexistir 42), que habían tenido una gran aceptación en zonas muy transitadas como por ejemplo la Plaza del Pacífico (actual Magdalena). Sin embargo, esta medida no fue suficiente para contrarrestar el aumento de la población, sin obviar que la calidad del agua también dejaba mucho que desear.
De este modo, el Ayuntamiento promovió la instalación de kioskos de agua a lo largo y ancho de la ciudad con un diseño más o menos estandarizado, aunque algunos tenían un cerramiento de cristales y otros no. Mientras llegaban a las zonas de la periferia, la tradicional figura del aguador de Sevilla recuperó su vigencia y allí donde no había infraestructuras siempre se escuchaba su voz y se veían sus búcaros. No obstante, con el paso del tiempo sus clientes se volvieron más exigentes tanto en cantidad como en variedad (pedían vinos, licores, refrescos…), de ahí que le resultara materialmente imposible transportar tanto líquido y mantenerlos a buena temperatura.
Fue ésta la razón por la que los aguadores se volvieron sedentarios y optaron por regentar los puestos de agua, que se hicieron muy populares en Sevilla durante varias décadas. Dichos establecimientos son ahora motivo de actualidad porque la próxima portada de la Feria se inspirará en ellos. El autor del proyecto, el arquitecto Gregorio Esteban Pérez, ha apostado por las tonalidades primaverales (predomina el azul) y ha tomado como modelo el puesto que en su día estaba situado frente al Palacio de San Telmo. La estructura medirá cincuenta metros del altura por cuarenta de ancho e incluirá una alusión al 50 aniversario de la coronación de la Virgen de la Macarena.
Cabe destacar que los corrales de vecinos no surgieron de la noche a la mañana por la brillante ocurrencia de un arquitecto. No. Aparecieron casi de forma accidental al transformar antiguos conventos y casas señoriales en viviendas comunales. Dado que estos espacios estaban desocupados y muchas personas no tenían ni sitio ni dinero para edificar sus propias casas, propietarios e inquilinos encontraron en esta fórmula la solución ideal para atajar el problema, aunque visto desde otro prisma también podría entenderse como un buen ejemplo de especulación inmobiliaria. El caso es que, debido al éxito que adquirieron, con el paso de las décadas sí que se construyeron corrales de vecinos desde cero potenciando sus virtudes y puliendo algunos de sus inconvenientes, pero su génesis, como hemos mencionado anteriormente, fue más espontánea que otra cosa.
tallada en 1578 y renovada en 1622, la cual reza así: ‘Hércules me edificó, Julio César me cercó, de muros y torres altas, el Rey Santo me ganó, con Garci Pérez de Vargas (…)’. En 1846 la puerta fue derribada y sustituida por otro, pero, ironías del destino, la nueva duró poquísimo, ya que apenas 20 años después fue demolida al mismo tiempo que la muralla y ya no se levantó ninguna más.
Y todo ello, pese a las profundas transformaciones que ha ido sufriendo con el paso de los años. Sin ir más lejos, durante una época funcionó como cementerio cristiano y a renglón seguido como recinto principal de las ferias anuales. Así, hasta integrarse completamente en la Catedral como claustro. Para ello, fueron derribadas la Sala de la Oración y la nave de Poniente y en sus emplazamientos se levantaron la Iglesia del Sagrario y la Puerta de la Concepción. Pero, tal y como hemos mencionado anteriormente, hay algo abstracto e intangible entre en ese rectángulo de 43 por 81 metros que ha resistido a la mano del hombre durante centurias. Es un recodo invulnerable del pasado que puede ser percibido en el presente.
La plaza de San Leandro se encuentra ubicada en el “Casco Antiguo” de Sevilla, en el límite norte del barrio de San Bartolomé. Recibe este nombre por el convento de monjas agustinas que ocupa el lado oriental de la plaza, » Convento de San Leandro».La plaza tiene forma triangular, y en ella desembocan las calles Alhóndiga, Zamudio e Imperial, y se extiende hasta la esquina entre Francisco Carrión Mejías y Cardenal Cervantes.En el centro de la plaza hay una fuente del siglo XIX realizada en mármol, conocida desde antiguo como «Pila del Pato», muy popular en la ciudad. Esta fuente estuvo originalmente ubicada en la Plaza de San Francisco, primero en el lado sur y más tarde en el centro. En 1870 fue trasladada a la Alameda de Hércules. En la primera mitad del siglo XX estuvo en la Plaza de San Sebastián, hasta que ya en 1966 fué establecida definitivamente en la Plaza de San Leandro.