Paco Gandía y sus garbanzos

El pasado 10 de febrero se cumplieron once años de la muerte de Paco Gandía, uno de los mejores humoristas que ha dado nuestra ciudad. Aunque su colección de chistes era amplísima, uno de ellos, el de los garbanzos, le consagró como un artista de la risa de primer nivel y rara era la ocasión en la que no le pedían contarlo de nuevo. Nacido en el barrio de San Juan de la Palma (1930), concretamente en la calle Viriato, Gandía hizo sus primeros pinitos actuando en bodas, comuniones y bautizos, aunque aquellos ingresos esporádicos no le daban para vivir dignamente.

Por eso lo compaginaba con otros trabajos más ‘corrientes’. De hecho, trabajó en una fábrica de aceites y en otra de hielos, experiencias que le valieron de inspiración para muchos de sus chistes. Y es que Gandía aseguraba narrar “hechos verídicos”, obviamente, acompañados de ciertas licencias e impregnados de su inconfundible toque personal. Poco a poco fue labrándose un nombre a nivel local, de ahí que se convirtiera en un habitual en salas de fiestas como ‘La Trocha’, ‘Vistalegre’ u ‘Oasis’, y más tarde daría el salto a Madrid, aunque donde verdaderamente triunfó fue en Andalucía.

Polifacético, formó un grupo humorista junto a dos de sus grandes amigos, Pepe da Rosa y Josele, también hizo incursiones en el cine y el teatro, casi siempre con temáticas cómicas. Incluso grabó un disco (‘Riendo se entiende la gente’), aunque aquello no era música, sino gracia cien por cien sevillana. Los relatos escabrosos figuraban entre sus preferidos y era partidario de no esconder la guasa nunca, ni siquiera en los funerales. “Esto es una cosa que hay que hacer y ahora mismo estaría contando chistes si me hubiera muerto yo”, llegó a decir una vez.  

Dibujantes de sonrisas

Jorge y César Cadaval se criaron en el barrio de El Tardón (Triana), concretamente, en un pequeño piso de la calle Juan Díaz de Solís junto a otros cuatro hermanos. Pese a que su familia no andaba sobrada de recursos económicos, se formaron en el colegio de los Hermanos Maristas, donde fueron educados por curas y sacaron buenas notas. Sin embargo, nunca llegaron a la universidad, ya que la farándula se interpuso en el camino de ambos y consiguió ‘raptarlos’. Fue en un festival benéfico cuando Carlos, uno de sus hermanos, anunció sin previo aviso a César como un cantaor flamenco apodado ‘Rubichi de Triana’. No le quedó más remedio que salir al escenario e interpretar algunas bulerías, aunque en cuanto pudo se libró de este palo y empezó a imitar a un moro junto a su gran amigo Curro.

Aquel sketch espontáneo tuvo buena aceptación y dio pie a una ronda de actuaciones en pubs. Curiosamente, en uno de ellos, situado en la calle Calatrava, se gestó el germen de Los Morancos. César y Curro estaban realizando una parodia del papa Clemente de El Palmar de Troya cuando Jorge irrumpió con una biblia en la mano haciendo las veces de mormón, provocando una risa contagiosa entre los presentes. Poco a poco el amigo fue apartándose del grupo y dejando solos a los dos hermanos, que empezaron a ser reconocidos en Sevilla. Y no tardarían en dar el salto a la capital de España, ya que en 1984 aparecieron por primera vez en el célebre programa televisivo ‘Un, dos, tres… responda otra vez”.

En cualquier caso, la gran oportunidad de darse a conocer en el panorama nacional les llegó unos meses después, en la gala de Nochevieja de Televisión Española, en la que realizaron una parodia de flamenco en inglés obteniendo un éxito rotundo. A partir de ahí, les llovieron las ofertas procedentes de la pequeña pantalla, del teatro e incluso del cine. Y es que Los Morancos eran y son unos humoristas polifacéticos, capaces de dibujar sonrisas imitando a famosos, creando sus propios personajes (Omaíta, Antonia, Paco…), versionando las canciones del momento (‘Marica tú), etcétera. Y todo ello, siempre llevando a gala sus raíces sevillanas, la gracia andaluza y el arte del sur.