En Sevilla podemos encontrar alrededor de una veintena de museos de diversa índole y hoy ahondaremos en el que quizás sea el más desconocido para el público en general: el que trata sobre el Guadalquivir. Está situado tras una de las naves de la Avenida de la Raza, su nombre oficial es Centro de Información del Puerto de Sevilla y su contenido permite responder a la compleja pregunta de qué sería la capital hispalense sin el río y viceversa. La exposición, que es permanente, ocupa aproximadamente 1.600 metros cuadrados y está diseñada para que los visitantes realicen un recorrido histórico lineal, aunque existe total libertad para detenernos más en unos lugares que en otros.
Todo está configurado en torno a seis salas. La primera está dedicada a los orígenes más remotos del puerto, la segunda a su expansión desde la época medieval hasta mediados del siglo XX, la tercera a la transformación que ha sufrido por la mano del hombre, y la quinta y la sexta al presente y al futuro del puerto respectivamente. Llama poderosamente la atención la presencia de tres grandes grúas, siendo una de ellas una réplica de la ‘Torre de las muelas’, y la explicación interactiva de por qué el Guadalquivir pasó de tener 120 kilómetros de longitud a los 90 actuales.
Del mismo modo, el Centro de Información del Puerto de Sevilla posee una rica colección de señales marítimas que incluye luces de grandes dimensiones, aparatos de radiofrecuencia, bolardos, faros, contenedores, balizas, boyas, etcétera. Tampoco hay que olvidar las numerosas maquetas, que recrean tanto la actividad que tenía el muelle como la forma de los antiguos buques que atracaban en él. Por último, cabe destacar que la entrada al recinto es totalmente gratuita y que cada año unas 7.000 personas, la mayoría de ellas en edad escolar, aprenden algo nuevo gracias a él.
La Carrera Nocturna del Guadalquivir es, sin lugar a discusiones, el evento deportivo de Sevilla que más ha crecido en los últimos tiempos. Bastaría con recordar que fue creada hace 25 años y que desde entonces no ha parado de sumar participantes, pero su éxito va más allá de los números. De hecho, si por algo de caracteriza esta competición es por reunir a atletas profesionales y modestos aficionados en un clima de máxima fraternidad. No importan tanto las marcas y la clasificación como el afán de superación y el atractivo de recorrer la ciudad bajo las estrellas en compañía de un gigantesco grupo humano.
El 12 de octubre se celebrará el 20 aniversario del Parque del Alamillo y para entonces será más grande y cautivador gracias a las obras que se están realizando en la actualidad. Concretamente, el pulmón de la ciudad ganará unas 40 hectáreas de extensión y llegará hasta la margen del Guadalquivir, incorporando así una amplia zona de naranjales y unas vistas espectaculares. Dichos terrenos pertenecían al parque, pero no estaban acondicionados para el ocio y el tránsito de personas. En ellos, al margen de vegetación, se hallan también restos de antiguas infraestructuras agrarias de los siglos XVIII y XIX, tales como norias de agua, pozos, acequias, albercas, etcétera.
A mediados del siglo XIX, los arquitectos franceses Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot recibieron el encargo de sustituir el puente de barcas por uno más sólido y moderno. El antiguo sufría de lo lindo con las crecidas del río Guadalquivir y la ciudad necesitaba una conexión estable entre el barrio Triana y el centro de Sevilla. La empresa no era nada sencilla. De hecho, los romanos nunca consiguieron unir las dos orillas de forma permanente debido a los eternos problemas de cimentación, mientras que los musulmanes tuvieron que inventarse una peculiar pasarela mediante una sucesión de pequeñas embarcaciones que estaban unidas por cadenas (el puente de barcas). Más o menos cumplía su objetivo, pero precisaba de reparaciones periódicas y con frecuencia algunas personas caían al agua y morían ahogadas.
Una de las formas más rápidas de apreciar el brillo de Sevilla es recorrer la calle Betis y dejar que nuestros ojos miren en todas las direcciones, pues apunten donde apunten siempre encontrarán algo admirable. Lo primero que llama la atención es la proximidad del Guadalquivir, que discurre de forma paralela a un palmo de terreno, de ahí que la vía tomara prestado el antiguo nombre del río (Betis, para los romanos). Asimismo, sin necesidad de fruncir el ceño, desde esta ubicación podemos divisar dos hermosos puentes (el de Isabel II y el de San Telmo), la Torre del Oro en su esplendor e incluso la preponderancia de la Giralda sobre el cielo hispalense.
Los sevillanos ya estamos acostumbrados, pero una de las cosas que más impresiona a los turistas que visitan nuestra ciudad por primera vez es cruzar el río Guadalquivir a través del Puente del V Centenario. Diseñado por los ingenieros José Antonio Fernández Ordóñez y Julio Martínez Calzón, fue construido con motivo de la celebración de la Exposición Universal de 1992 y tuvo un presupuesto cercano a los 6.500 millones de las antiguas pesetas. Fue bautizado con este nombre para conmemorar el 500 aniversario del descubrimiento de América e inaugurado el 15 de noviembre de 1991 por José Borrell, a la sazón ministro de obras públicas del gobierno de Felipe González.
hecho, el espacio que ocupa la Plaza Nueva era conocido como la laguna de la Pajería, ya que era propenso a las inundaciones. Por esta razón, durante mucho tiempo esta zona no estuvo poblada y fue empleada como cementerio, huerto, etcétera. Sin embargo, los cambios geológicos propiciaron que la orden franciscana se instalase allí en el siglo XIII, abarcando desde la Plaza de San Francisco (por eso fue llamada así) hasta la calle Zaragoza, donde fue levantado el convento de San Francisco el Grande.
de la Misericordia en su regazo, tallas ambas del escultor sevillano Emilio Pizarro de la Cruz. Con el transcurso de los años se fueron incorporando las figuras de San Juan, María Magdalena y los Santos Varones, pero llegó un momento en el que los hermanos sintieron la necesidad de contar también con otro paso que estuviera presidido por una imagen mariana. Este deseo se hizo realidad a partir de la Semana Santa de 1926, aunque existen distintas teorías para explicar lo sucedido en los primeros años.