¿Por qué España cedió a Estados Unidos la base de Morón de la Frontera en 1953? ¿Por qué la siguen compartiendo los ejércitos de ambos países 60 años después? En este espacio trataremos de responder a ambas preguntas, a sabiendas de que hay versiones oficiales y no oficiales para todos los colores. En cualquier caso, podemos afirmar sin miedo al error que el Aeródromo Militar Vázquez Sagastizábal (su nombre original) tiene su origen 1941, cuando fue construido para reforzar la defensa de un país, España, que se había desmoronado durante la Guerra Civil. Tanto es así que, pese a sus afinidades con el Eje, no participó directamente en la II Guerra Mundial, la cual estalló sólo un mes y medio después de la rendición republicana, aunque sí lo hizo de manera indirecta.
Por un lado, envió a la División Azul con la coartada de que estaba formada por voluntarios que querían ayudar al Tercer Reich; y por otro, suministró wolframio, acero, mercurio y zinc a los nazis de manera encubierta a cambio de oro, según reveló un informe oficial de Washington desclasificado recientemente. Estos materiales contribuyeron al fortalecimiento de las tropas de Hitler, de ahí que los norteamericanos quisieran ‘ajustar cuentas’ con Franco al término de la contienda. El trato al que llegaron ambas partes para limar asperezas se puede resumir de la siguiente manera: bases aéreas a cambio de hacer la vista gorda.
De esta manera se explica que, en el contexto de la Guerra Fría, España, como muchos otros países, prestara a Estados Unidos cuatro bases militares: la naval de Rota (Cádiz) y las aéreas de Torrejón de Ardoz (Madrid), Zaragoza y Morón de la Frontera (Sevilla). Eran tiempos en los que Estados Unidos tenía a más de 250.000 soldados desplegados por toda Europa para intimidar a la Unión Soviética, una cifra que actualmente se ha reducido a 80.000. De hecho, presencia norteamericana en Torrejón de Ardoz y en Zaragoza ya es inexistente, pero en Morón de la Frontera, paradójicamente, ha aumentado. ¿Por qué? Lo explicaremos en el siguiente artículo.
El 14 de abril de 1931, día en el que se instauró la II República, Diego Martínez Barrios (a él le gustaba apellidarse Barrio, sin la ese final) se encontraba exiliado en Francia y se llevó una gran alegría. Tanto, que tardó sólo un mes en regresar a España para ponerse al frente del Ministro de Comunicaciones. Dos años más tarde se le fue encargada la tarea de organizar las elecciones, ya que era probablemente el hombre más moderado del gobierno y el más respetado por sus adversarios políticos. Buena prueba de ello es que aprobó la fundación de la Falange Española y apaciguó algunos levantamientos anarquistas.
El hijo de un albañil y de una vendedora de mercado puede llegar a ser el Presidente del Gobierno de un país. Incluso habiendo nacido en España y en una fecha tan lejana como 1883. Lo demostró Diego Martínez Barrio, un sevillano de pura cepa al que la vida no se lo puso fácil. No en vano, a los once años perdió a su madre y se vio obligado a trabajar, primero como aprendiz de panadero y luego como tipógrafo en una imprenta, de donde absorbió su interés por la lectura. “Mi infancia no conoció otras alegrías que las inevitables de la edad, entreveradas con escaseces que, después de la muerte de mi madre, se convirtieron en miserias”, escribió en sus memorias.
En anteriores artículos ya enumeramos algunas de las imágenes que tuvieron que ser reemplazadas por las revueltas anticlericales que se dieron en los años treinta, y en éste, desgraciadamente, añadiremos más a la lista. Hablamos de la Hermandad de la Hiniesta, que vio cómo su Cristo de la Buena Muerte y su Dolorosa original fueron destruidos en la quema de San Julián (1932). Solo un año después, Antonio Castillo Lastrucci talló otra imagen mariana, que a su vez se perdió en el incendio que asoló a la parroquia de San Marcos en 1936. Después de dos golpes muy dolorosos para la cofradía, el mismo autor elaboró una nueva Virgen en 1937 y un nuevo Crucificado en 1938, obras que sí han llegado a nuestros tiempos.
El 26 de julio de 1875, en el Palacio de Dueñas (Sevilla), propiedad de la Casa de Alba, vio la luz uno de los mejores poetas que ha dado España: Antonio Machado. Fue el segundo de cinco hermanos y se crió en el seno de una familia de clase media que sólo pasó penurias económicas tras la muerte de su padre, ‘Demófilo’, un estudioso del folclore andaluz. Se formó en el instituto San Isidoro y más tarde pasó por las aulas del Cardenal Cisneros, donde empezó a interesarse por la literatura. No cabe duda de que la influencia de su hermano mayor, el también dramaturgo Miguel Machado, influyó notablemente en el desarrollo de su vocación, ya que estando aún en la capital hispalense le presentó a Valle-Inclán, y una vez que se trasladó a París, a Oscar Wilde y Pío Baroja.
La trayectoria profesional de Manuel Chaves Nogales no siempre fue reconocida públicamente. De hecho, fue concluir la guerra civil y su nombre, como el de muchos otros republicanos, se convirtió en tabú en la España franquista. Pero la gran diferencia con respecto a otros exiliados es que su memoria tampoco volvió con la transición democrática, quizás porque ya llevaba demasiado tiempo muerto (1944). Ha sido en la última década cuando, verdaderamente, se ha realzado su figura con publicaciones de todo tipo (artículos, libros, documentales…) y, como suele decirse, más vale tarde que nunca.
Hablar de Manuel Chaves Nogales es hablar de uno de los mejores periodistas que ha dado Sevilla. Nació en la capital hispalense el 7 de agosto de 1897, en el seno de una familia de clase media en términos económicos y de clase alta a nivel intelectual. Buena prueba de ello es que su abuelo fue un reputado pintor de temas taurinos; su padre, académico y cronista oficial de la ciudad; su madre, concertista de piano; y su tío, abogado, escritor y periodista. Esta última profesión fue la que eligió para su destino, pero, dado que no existían estudios específicos de comunicación, cursó la carrera que más relación guardaba con ella: Filosofía y Letras.
El pasado 11 de diciembre la parroquia de San Roque tuvo que ser clausurada y desalojada por graves problemas estructurales. No en vano, en la última revisión rutinaria fueron detectadas grietas importantes y los técnicos decretaron que tanto la cúpula del presbiterio como la cubierta se hallaban en un estado tremendamente delicado, de ahí que al Arzobispado de Sevilla no le haya quedado más remedio que cerrar sus puertas indefinidamente hasta reparar los daños. ¿Y qué pierde la ciudad mientras tanto? Pues, resumiendo, un hermoso templo con más de 250 años de historia que ya sufrió trágicos accidentes previamente, pero vayamos por partes.