Lo que hoy conocemos como Parque de María Luisa eran unos jardines privados que formaban parte del Palacio de San Telmo y pertenecían a los duques de Montpensier. Su historia cambió para siempre cuando el Ayuntamiento de Sevilla se propuso trazar una calle que llegara al río por esta zona y les pidió permiso para llevarla a cabo. La Infanta María Luisa de Borbón (duquesa de Montpensier) no sólo aceptó, sino que cedió a la ciudad la mayor parte del recinto en 1893. Al recibir semejante e inesperado regalo, las autoridades no tuvieron más remedio que buscarle una buena utilidad y decidieron crear un parque público, que bautizaron como Parque de María Luisa en señal de agradecimiento.
A principios del siglo XX ya era ‘vox populi’ la posibilidad de que Sevilla albergara una Exposición Hispanoamericana y el Parque
de María Luisa, que aún no se había abierto al público, estaba en todas las quinielas para convertirse en su sede. Algunos notables de la época se opusieron tajantemente por el miedo a que el jardín se deteriorara con el tránsito de tantas personas y se inundara, pues se decía que no estaba preparado para canalizar las lluvias. Sin embargo, su belleza terminó imponiéndose y sus deficiencias técnicas fueron subsanadas con el ingeniero francés Jean-Claude Nicolas Forestier. Éste también aprovechó la ocasión para modificar sutilmente su aspecto y le dio un toque arabesco con los Jardines del Generalife como referencia.
Pese a que aún quedaban obras por rematar, el 18 de abril de 1914 abrió sus puertas y muy pronto sevillanos y turistas empezaron a deleitarse con su majestuosidad, que fue en aumento hasta dar comienzo la exposición de 1929, la cual resultó ser un éxito sin precedentes.
Desde entonces a esta parte, el Parque de María Luisa ha sido restaurado varias veces, aunque se puede afirmar sin miedo al error que conserva su esencia original. Hablamos de un parque que combina como ningún otro las luces y las sobras gracias a una frondosa y colorida vegetación. Está organizado por calles y glorietas que tienen su propio nombre y conducen a lugares singulares como el Estanque de los Lotos, el Monumento a Bécquer, la Plaza de América, el Jardín de los Leones , el Monte Gurugú, el Cenador, etc. Asimismo, sus fuentes refrescan el ambiente y desprenden sonidos que relajan nuestros sentidos, al tiempo que su fauna nos permite contemplar pavos reales, pájaros cantores, cisnes, patos y sobre todo, sus inconfundibles palomas, que aguardan la llegada de los niños para comer de sus manos. Por todo ello se le reconoce como el Parque de Sevilla, aunque más que un parque, más bien es un paraíso.