Según el Evangelio de San Mateo, Jesucristo fue abandonado por sus discípulos tras ser delatado por Judas y apresado en el huerto de Getsmaní, donde solía orar cada noche. Este pasaje es justamente el que representa la imagen de Nuestro Padre Jesús Cautivo en el Abandono de sus Discípulos, de la Hermandad de Santa Genoveva. La talla fue realizada por José Paz Vélez en madera de pino entre julio de 1956 y febrero de 1957, coincidiendo con la fundación de la corporación, y mide 1,83 metros de altura. El autor esculpió originalmente el cuerpo entero, aunque no profundizó demasiado en los rasgos anatómicos y se centró especialmente en el rostro.
No obstante, ya en 1986, el propio José Paz Vélez restauró su obra y elaboró un nuevo cuerpo en madera de cedro, incorporando un sinfín de detalles minuciosos tanto en el torso como en las extremidades (brazos y piernas). Sin ir más lejos, su posición erguida y ligeramente inclinada hacia delante denota movimiento, mientras que las manos atadas dejan ver sus largos y finos dedos, que parecen haber perdido la vigorosidad de antaño. De igual modo, su cara expresa una incontrolable desolación por la huida de sus discípulos y sus ojos, muy abiertos, parecen mirar más hacia al interior de su alma que al mundo exterior que le rodea.
El cabello de Nuestro Padre Jesús Cautivo es ondulado, presenta algún que otro tirabuzón y está tallado con esmero, al igual que su afilada barba (siguiendo los cánones de Juan de Mesa) y sus cejas fruncidas. En su cabeza sobresalen tres potencias de oro de ley ejecutadas por Jesús Domínguez Vázquez y su tez morena se adapta con sutileza a su túnica morada con áureos bordados. La imagen, que volvió a ser restaurada en 2013, procesiona en la Semana Santa de Sevilla cada Lunes Santo y puede contemplarse el resto del año en la Iglesia de Santa Genoveva, ubicada en el barrio del Tiro de Línea.
Sin lugar a dudas, el paso de misterio de la Hermandad de El Dulce Nombre, conocida popularmente como ‘La Bofetá’, es uno de los más originales de la Semana Santa de Sevilla. Entre otras cosas, porque la imagen de Nuestro Padre Jesús ante Anás es la única (de las que representan a Jesucristo) que aparece de espaldas al público y el realismo que transmite el episodio es sobrecogedor. Prácticamente todo el grupo escultórico es obra de Antonio Castillo Lastrucci, quien, en 1923, vio culminado su primer trabajo ‘procesional’. La talla principal, que mide 1,84 metros de altura y costó en su día 3.500 de las antiguas pesetas, fue elaborada en madera de cedro policromada e ideada para ser vestida.
El 26 de julio de 1875, en el Palacio de Dueñas (Sevilla), propiedad de la Casa de Alba, vio la luz uno de los mejores poetas que ha dado España: Antonio Machado. Fue el segundo de cinco hermanos y se crió en el seno de una familia de clase media que sólo pasó penurias económicas tras la muerte de su padre, ‘Demófilo’, un estudioso del folclore andaluz. Se formó en el instituto San Isidoro y más tarde pasó por las aulas del Cardenal Cisneros, donde empezó a interesarse por la literatura. No cabe duda de que la influencia de su hermano mayor, el también dramaturgo Miguel Machado, influyó notablemente en el desarrollo de su vocación, ya que estando aún en la capital hispalense le presentó a Valle-Inclán, y una vez que se trasladó a París, a Oscar Wilde y Pío Baroja.
El Castillo de Alcalá de Guadaíra está en el candelero últimamente por dos razones. La primera es que fue elegido como icono turístico por la Diputación de Sevilla en la pasada edición de Fitur, despertando las críticas de los delegados granadinos, quienes entienden que guarda un gran parecido con su gran reclamo, La Alhambra. Y la segunda es que su estado de conservación dista mucho de ser el ideal, tal y como quedó demostrado con el reciente desprendimiento de una parte de su torre. Afortunadamente, no afectó a su estructura, si bien precisa de reformas urgentes y un mejor mantenimiento.
No aparece en los folletos turísticos de Sevilla; no hay indicaciones que nos guíen hacia ella; no posee nada ostentoso que le haga ser famosa… y sin embargo, deja boquiabierto a todo aquel que la contempla. Nos referimos a la Plaza de Santa Marta, un rincón silencioso que se halla escondido en el mismo corazón de la ciudad. Concretamente, en la confluencia entre la Plaza Virgen de los Reyes y la calle Mateos Gago, siguiendo un estrecho callejón que no tiene salida. Más de uno habrá llegado hasta allí de casualidad, tras haber perdido el sentido de la orientación, pero a buen seguro que no se habrá arrepentido de ello.
Aunque para muchos haya pasado desapercibido, Sevilla cuenta oficialmente con un mirador desde hace siete años. Nos referimos a la Torre de Perdigones, que fue restaurada en 2007 para convertirse en la vigía de Sevilla. Para acceder a su observatorio hay que pagar una entrada (1,50 euros), subir por un ascensor y escalar 20 peldaños. Una vez allí, se puede contemplar toda la ciudad a 45 metros de altura (casi la mitad que la Giralda) y en días despejados incluso se llega a otear la serranía de Ronda. Los que ya han vivido la experiencia destacan el predominio del color blanco en los edificios, así como la perfecta asimetría con la que han sido dispuestos.