La estación del Prado echa la persiana

Se acabó lo que se daba. La estación de autobuses del Prado de San Sebastián cerrará definitivamente sus puertas el próximo mes de enero. Era un secreto a voces, pero la noticia no tuvo carácter oficial hasta hace unos días, cuando el delegado de Seguridad y Movilidad del Ayuntamiento de Sevilla, Demetrio Cabello, la anunció. El único trámite que resta para que se haga efectivo el cese de su actividad es que la Junta de Andalucía apruebe el traslado de sus últimos servicios a Plaza de Armas, estación que verá incrementado su volumen de tráfico en un seis por ciento aproximadamente. Cabe recordar que el PGOU de 2006 ya recogía esta mudanza, que se ha llevado a cabo de forma progresiva a lo largo de este tiempo. De hecho, básicamente ya sólo restaban las líneas turísticas.

Estación del Prado en Sevilla

El edificio fue construido entre 1938 y 1944, es decir, en plena posguerra, de ahí que su arquitecto (Rodrigo Medina Benjumea) lo diseñara basándose en un estilo racionalista, persiguiendo más la practicidad que la estética. No era una época para derrochar, ni mucho menos.  Aun así, el vestíbulo llama la atención sus grandes dimensiones, ideales para transmitir algo de calma en momentos de apremio, mientras que su interminable andén se encuentra protegido por una estructura de hormigón que se asienta sobre cuatro sólidos pilares. Sus pasarelas superiores le otorgan un aspecto más aderezado, y lo mismo ocurre con las muestras pictóricas y la visera.

Atrás quedan casi setenta años de historia, repletos de viajes rutinarios y excepcionales por carreteras de todos los colores, de despedidas y reencuentros emotivos, de momentos inolvidables para cada persona que anduvo sobre su peculiar pavimento con una maleta a cuestas. La estación conectaba Sevilla con pueblos de la provincia, el resto de capitales de Andalucía y otras ciudades importantes de España como Barcelona o Murcia. Dichos puntos están ahora mejor comunicados que durante el auge de la estación del Prado, pero a buen seguro que los más románticos echarán de menos aquella escena de comprar el ticket en la ventanilla de siempre y recorrer el andén sintiendo el aleteo de las mariposas en el estómago.

La expansión del mantecado

Por si no lo saben, el mantecado se inventó en Sevilla. Concretamente, en Estepa, donde en el siglo XVI empezó a generarse un excedente importante de manteca de cerdo, debido a la enorme cabaña de ganado porcino que pastaba libremente por el vasto encinar. No obstante, muchos árboles fueron arrasados posteriormente por los soldados franceses para que los proscritos no tuvieran dónde esconderse, de ahí que las condiciones del terreno también se volvieran propicias para la plantación de cereales. La abundancia de esos dos ‘ingredientes’ despertó la imaginación de los reposteros locales, quienes empezaron a elaborar novedosos productos gastronómicos. Las tortas, que se vendían tanto a nivel particular como en el convento de Santa Clara, fueron las primeras en ver la luz.

Pero el dulce que marcó el destino de la localidad fue el mantecado. Corría el año 1870 cuando Filomena Micaela Ruiz Téllez, conocida entre sus vecinos como ‘La Colchona’, le dio a su marido, transportista de profesión, unos nuevos bollos para que los vendiera en los mercados de Córdoba. Fue tan grande y repentino el éxito, que en sus sucesivos viajes no daba abasto con los pedidos que le habían realizado. Así las cosas, a la mujer no le quedó más remedio que compartir su receta para recibir ayuda y al cabo de 50 años ya existían 15 fábricas en Estepa que se dedicaban a la comercialización del mantecado.

¿Dónde reside el secreto de semejante aureola? A Filomena se le ocurrió una idea sencilla y brillante al mismo tiempo, que consistía en secar el mantecado antes de envolverlo. De esta forma, el producto conserva durante más tiempo sus propiedades y se muestra rígido por fuera y tierno por dentro. Con los avances tecnológicos de los hornos, esta técnica se perfeccionó con el tiempo hasta obtener como resultado los mantecados que hoy conocemos. En la actualidad se fabrican en distintas ciudades de toda la geografía nacional y se comen en toda España y otras partes del mundo, sobre todo, en el periodo navideño, pero Sevilla puede presumir de haber visto su génesis en su provincia. Eso sí, en Antequera puede que no estén de acuerdo con esta afirmación, ya que en dicho municipio malagueño también están convencidos de que el mantecado nació allí.

El hospital de todos (I)

¿Puede un hospital convertirse, con el paso del tiempo, en sede de un parlamento autonómico? La respuesta es sí y la encontramos en Sevilla. Hablamos de un proyecto ideado por Fadrique Enríquez, primer Marqués de Tarifa y quinto Adelantado de Andalucía, artífice también de la Casa de Pilatos, tal y como recordábamos en el anterior artículo. El edificio empezó a construirse en 1546, es decir, después de su muerte, y tenía como objetivo magnificar la fundación de caridad que había creado previamente su madre, Catalina de Ribera. De hecho, contaba con el respaldo de una bula pontificia. Los diseños corrieron a cargo del reputado arquitecto Martín de Gainza, pero debido a su inesperada muerte, las obras fueron finalizadas por el no menos afamado Hernán Ruiz II.

Parlamento de AndalucíaEn 1559, el Hospital de las Cinco Llagas (también conocido más tarde como Hospital de la Sangre) echó a andar. Su ubicación, fuera de las murallas de la ciudad, suponía una gran novedad en aquellos tiempos y dejaba claro que estaba destinado a los pobres. No en vano, el hecho de que se levantara extramuros era una ventaja para controlar posibles epidemias, pero también una amenaza, ya que hacía las veces de puerta de entrada para personas de todas las condiciones y procedencias. Aun así, para contrarrestar todos estos peligros, se aplicaban medidas higiénicas extremas, evidentemente no como las que se toman ahora, pero sí mucho más estrictas que las de entonces, gracias a la instalación de cloacas y acueductos para el abastecimiento del agua.

El hospital cobró una importancia capital en épocas de guerras, inundaciones y plagas, llegando a tener más enfermos que ningún otro de Europa. Por fortuna, todas estas desdichas se previeron antes de poner los cimientos, de ahí que se construyeran amplias galerías que favorecían la ventilación exterior, requisito imprescindible para reducir el riesgo de contagio. Más adelante, en plena Guerra de la Independencia, una parte fue reservada exclusivamente para los militares, y a principios del siglo XX otra de sus dependencias pasó a ser un centro universitario de medicina, con sus correspondientes reformas. Eran tan distintos sus huéspedes y tan ineficaz la coordinación, que el edificio fue deteriorándose a paso lento pero firme, hasta el punto de que en febrero de 1972 se decretó su cierre. En los próximos artículos hablaremos de su arquitectura, de su peculiar iglesia, de cómo se ha reciclado para fines políticos y de alguna que otra leyenda.

De las mulas a las catenarias

Aunque a los más bisoños les cueste creerlo, la historia del tranvía en Sevilla no comenzó con la implantación del Metrocentro. De hecho, hace más de un siglo ya existía uno que recorría el centro de la ciudad gracias a la fuerza bruta de las mulas. Si un ciudadano de nuestro mundo pudiera retroceder en el tiempo y montarse en él, a buen seguro que se desesperaría con su escasa velocidad y su limitada capacidad (menos de 20 pasajeros), pero en aquel momento era un medio de transporte que causaba furor, pese a los múltiples accidentes en los que se vio envuelto. Con los años fue perfeccionándose y los avances en mecánica permitieron suprimir a los animales y ampliar la red a muchos barrios de la capital e, incluso, a algunos pueblos de los alrededores.

Pero de aquello ya no queda prácticamente nada. Los únicos vestigios que se conservan son las huellas que dejaron los raíles en calles adoquinadas y unos cuantos vagones que se exponen de vez en cuando en la sede de Tussam. ¿Y qué fue lo que motivó la desaparición del tranvía? La irrupción del autobús, que ofrecía un servicio más cómodo, seguro, veloz y económico, al menos, en cuanto a mantenimiento. Durante algún tiempo convivieron y compitieron, pero la balanza se terminó decantando del vehículo más moderno a principios de los sesenta. No obstante, el recuerdo de aquel viejo y carismático tranvía nunca murió, de ahí que el Ayuntamiento recuperara la idea del ferrocarril urbano en la última década.

Así fue como vio la luz en 2007 el Metrocentro, no exento de polémica. De hecho, recibió muchas críticas por el impacto visual que ocasionaron las catenarias, la cortedad de su recorrido y el descarrilamiento que se produjo a los pocos días de su inauguración. Sin embargo, poco y a poco y sin hacer demasiado ruido, se ha ido consolidándose como la segunda línea que traslada a más viajeros dentro de la enorme flota de Tussam (casi cinco millones al año). Aunque a día de hoy sólo va desde San Bernardo hasta Plaza Nueva, está previsto que en el futuro llegue hasta la Puerta Osario y tenga tres estaciones intermedias: Magdalena, Campana y Encarnación.

La Velá de Santa Ana no falta a su cita

Por si cabía la menor duda, este año también habrá Velá de Santa Ana en Triana. La crisis ha provocado que se reduzcan gastos en iluminación y se supriman los fuegos artificiales, pero no impedirá que la fiesta se celebre con el mismo entusiasmo de siempre. Es más, habrá algunas novedades significativas, como la incorporación de más casetas (se pasa de 19 a 26), la recuperación de los juegos tradicionales y la puesta en marcha de la primera ‘Trianá’ Deportiva, una especie de miniolimpiadas para la gente del barrio con disciplinas deportivas muy variadas. Y por si fuera poco, también contará con las actuaciones de Junior, Cantores de Híspales, Siempre Así y Manuel Carrasco.

Si hubiese que describir a la Velá de Santa Ana en una frase escueta, podría decirse que es la Feria de Triana. Sus antecedentes más remotos se encuentran en la antigua romería que tenía lugar en la parroquia a finales del siglo XIII y es evidente que con el paso de los años ha ido evolucionando hasta convertirse en otro festejo más heterogéneo. El pregón que se expone en el Hotel Triana (esta edición correrá a cargo de Agustín Pérez González) supone el pistoletazo de salida y a partir de ese momento comienza todo: las luces, el colorido, la música, las competiciones, las distinciones, las exposiciones de pintura y cerámica, las representaciones teatrales en los corrales, las proyecciones de películas, la cucaña, la gastronomía, etcétera.

Todo ello, durante los días comprendidos entre el 20 y el 26 julio. Una semana tan intensa como corta para los que disfrutan de ella en la calle Betis, la Plaza del Altozano y aledaños. Preferiblemente de noche para evitar las altas temperaturas. Con el río Guadalquivir como telón de fondo y los farolillos como estrellas. Así es la Velá de Santa Ana. Familiar. Abierta. Inconfundible. Divertida. Adictiva. Así es Triana.

El salto de calidad de Fibes

El Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla, más conocido cono Fibes, fue diseñado por el arquitecto Antonio Sáseta Velázquez e inaugurado en 1989. Desde entonces, sus 50.000 metros cuadrados de extensión repartidos entre pabellones y zonas exteriores han acogido eventos culturales y empresariales de gran relevancia y diversa índole, tales como mítines políticos, ferias de muestras, convenciones, congresos, espectáculos… Incluso llegó a albergar una cumbre de la Unión Europea. Si bien su éxito ha sido incuestionable, en 2009 las autoridades llegaron a la conclusión de que tenía potencial para dar más de sí.

 

 
Fue por esta razón por la que se iniciaron las obras para su ampliación, con un presupuesto de 80 millones de euros. La principal novedad es la incorporación de un espectacular auditorio con capacidad para 3.557 espectadores, el cual se ha convertido de la noche a la mañana en el edificio cubierto más grande de España. El proyecto, liderado por Guillermo Vázquez Consuegra, ha sufrido algunos retrasos, pero el 4 de septiembre será estrenado con la celebración conjunta del 37º Congreso Europeo de la Federación de Sociedades Europeas de Bioquímica y del 22º Congreso Internacional de la Unión Internacional de Bioquímica y Biología Molecular.

 

 
Y es que la dirección de Fibes ha apostado fuerte por el sector médico-científico y la prueba que lo demuestra es que seguidamente acogerá también importantes congresos de dermatología, pediatría y cardiología. Según estimaciones oficiales, esos cinco primeros eventos mencionados se traducirán en un volumen de negocios de 17 millones de euros en la ciudad gracias a las pernoctaciones, el uso de los transportes públicos, la hostelería, etc. Pero no todo será académico. De hecho, ya hablábamos en un artículo anterior sobre el musical de ‘La Bella y la Bestia’ que se representará en diciembre y hace escasos días también se hizo público que el grupo Fito y Fitipaldis actuará allí el 27 de octubre. Con esta programación y la que está por venir, se puede afirmar sin miedo al error que Fibes dará un salto de calidad.

Triana: la génesis

Existe una leyenda que asegura que Astarté, diosa fenicia que representaba la naturaleza, la vida, la fertilidad y el amor, escapó hasta nuestra tierra cuando Hércules se encaprichó de ella. Decidió esconderse en la orilla occidental del Gualdalquivir, y prácticamente sin darse cuenta, fundó Triana en una zona hasta entonces yerma. De forma paralela, Hércules recorrió palmo a palmo todos los rincones del otro lado del río, pero allí, obviamente, nunca la encontró. No obstante, quedó tan embelesado con los lugares que había explorado que decidió crear la ciudad de Sevilla.

Mitología al margen, los primeros restos humanos que se han encontrado en este popular barrio datan de la época romana y fue precisamente en este periodo de la historia cuando adquirió su nombre: Tri-(tres)Ana(río), ya que el cauce del Guadalquivir se dividía en tres partes al llegar a este enclave. Eran los tiempos de Trajano, emperador nacido en Itálica, tal y como recordamos en un artículo anterior. No obstante, el despegue definitivo de Triana como sector importante de la ciudad no llegaría hasta la época musulmana, cuando era conocida como ‘Atrayana’ o ‘Athriana’. El motivo no fue otro que la construcción del edificio que hoy conocemos como Castillo de San Jorge, situado en una posición estratégica, y posteriormente, el levantamiento del puente de barcas, que permitió una conexión fluida entre el arrabal y el centro. Una vez que el trabajo más arduo ya estaba hecho, la ciudad pasó a manos cristianas.

La proximidad al río Guadalquivir era su gran ventaja y también su gran inconveniente, puesto que cada vez que la lluvia arreciaba y el Guadalquivir se desbordaba, el barrio sufría de lo lindo y los habitantes se veían obligados a guarecerse en la iglesia de Santa Ana. También la peste hizo estragos entre sus calles durante la epidemia de 1649, pero Triana, en una demostración de lo que ha sido y sigue siendo, no sólo se las apañó para resistir a todas las adversidades, sino que prosiguió erigiéndose como el barrio con más personalidad de Sevilla. De sus señas de identidad, sus gentes y sus tradiciones hablaremos en los próximos artículos.

La Catedral del Toreo

Aunque nos parezca una tradición contemporánea, lo cierto y verdad es que los orígenes de la tauromaquia se remontan a la antigua Roma, cuando se introducían a los uros (una raza bovina que ya quedó extinguida) en los circos para que fuesen cazados por los nobles a los ojos del público.  En la Edad Media, este tipo de animales también formaban parte de espectáculos festivos en sitios abiertos y a veces, como es lógico, generaban el caos debido a su bravura. Quizás fueron los incidentes los que provocaron que el hombre probase a enfrentarse a ellos a caballo y está documentado que en el siglo XVI, Carlos I de Inglaterra y su mano derecha, el Duque de Buckingham, participaron en un rejoneo durante su visita a España. No obstante, siempre hubo escuderos a pie que distraían al toro o lo guiaban hacia el lugar ideal para que el valeroso caballero tuviera el honor de matarlo.

De forma progresiva y constante, el arte del toreo fue evolucionando hasta tal y como lo conocemos hoy pese a la firme oposición de algunos prelados y monarcas. En Sevilla, la historia de la tauromaquia está estrechamente ligada a la de la Maestranza. Tras dar Felipe V su permiso, la orden de la Real Maestranza de Caballería decidió edificar en 1733 su propia plaza en el monte del Baratillo, la primera que tuvo forma ovalada en Real Maestranza de caballeríanuestro país (anteriormente eran rectangulares). Antes de que se levantara ya había corridas en la capital hispalense, pero fue su construcción la que aglutinó la afición de los sevillanos por los toros. Obviamente, su aspecto actual no tiene nada que ver con el de entonces. Poco a poco fueron incorporándose a la estructura (que inicialmente fue de madera y posteriormente de piedra) las dependencias, los palcos, la Puerta del Príncipe, la cubierta, la solería, los pasillos interiores, etc.

A principios del siglo XX, el arquitecto Aníbal González llevó a cabo una profunda remodelación del coso y no sólo cambió la piedra por el ladrillo, sino que cimentó de nuevo todo el tendido con una pendiente más suave y elegante. El resultado fue impecable y ya en aquel momento era consideraba como lo que es hoy día: la plaza más bella e importante de España y la mayor cuna de toreros del mundo. Por su arena han pasado las grandes figuras de la tauromaquia, tales como Joselito el Gallo, Pepín, Juan Belmonte, el Niño de la Palma, Chicuelo, Pepe Luis Vázquez, Cagancho, Curro Romero, Carlos Arruza, Manolete, José Tomás… Se puede afirmar sin miedo al error que ningún diestro ha sido encumbrado en su profesión sin salir a hombros de la Maestranza. Por eso la llaman la ‘Catedral del Toreo’.

La Susona: más real que ficticia

Al igual que en muchos otros puntos de España y Europa, en Sevilla convivieron pacíficamente cristianos, musulmanes y judíos durante un buen tiempo. Eso no quiere decir que estuvieran hermanados y celebraran fiestas comunes. De hecho, había mucha desconfianza entre ellos, pero también respeto. Sin embargo, esa fría armonía se terminó rompiendo en todas las ciudades y hay una leyenda, la de la ‘Susona’, que ilustra lo sucedido concretamente en la nuestra. Corría el siglo XI cuando una importante colonia hebrea procedente de Córdoba se instaló en Sevilla, primero en el actual barrio de San Lorenzo y posteriormente en el de Santa Cruz. Poco a poco fueron ganando notoriedad gracias a sus prósperos negocios, entre ellos, el de la usura, y esto provocó el recelo de los cristianos, que iniciaron una campaña popular para desacreditarlos ante sus clientes.

Los judíos se sentían fuertes y por ello, en lugar de simplemente resistir, contraatacaron. En 1481 organizaron un complot para hacerse con el control de la ciudad. El cabecilla, el banquero Diego Susón, organizó una reunión clandestina en su propia casa e invitó a los líderes moriscos para que se unieran a la causa. Pero tras conseguir el consenso y trazar los planes del golpe, que consistía en asesinar a los altos cargos de sus enemigos, se encontró con un problema inesperado. Su hija Susana, considerada como la más bella del lugar, se enteró de la conspiración y, temiendo por la vida su amante, un caballero cristiano, corrió a contárselo. Su revelación llegó a oídos del asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener y ahorcar a todos los que habían ideado la sublevación. Sus cuerpos inertes permanecieron colgados durante más de un año en Tablada.

Según la Real Academia Española (RAE), una leyenda es una ‘relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos’. Pues bien, lo que acabamos de relatar no es una leyenda. Los hechos, que se transmitieron de generación en generación entre los habitantes de la zona, llegaron a nuestros tiempos con todo lujo de detalles y gracias a las investigaciones de los historiadores, se pudieron contrastar. Lo único que no está documentado es lo que ocurrió justo después. Existen dos versiones. La primera afirma que la ‘Susona’ fue repudiada por cristianos y judíos y se recluyó en un convento. La segunda, mucho más macabra, asegura que la misma protagonista tuvo dos hijos de un obispo, pero terminó siendo abandonada por éste. Y al morir ella, dejó una nota en su testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

Se respetó su voluntad y hasta bien entrado el siglo XVII su cabeza permaneció en la ‘Calle de la muerte’. Posteriormente, los restos fueron retirados, en su lugar se colocó un azulejo que aún se conserva y la calle pasó a tener la denominación actual: ‘Susona’.

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