Arva, la ciudad olvidada

Sabemos mucho de Itálica, pero no tanto de Arva, otra ciudad romana que se levantó en la provincia de Sevilla. Para más señas, en una colina situada entre los antiguos municipios de Axati (Lora del Río) y Canama (Alcolea del Río), o lo que es lo mismo, entre el arroyo de Los Premios y el Guadalquivir. Justo allí, el emperador Vespasiano ordenó construir un asentamiento que tenía como objetivo controlar la economía de la provincia bética. Y no sólo en términos recaudatorios, sino también a nivel productivo, tal y como quedó más que demostrado en 1981 con la excavación de cinco hornos en los terrenos de El Tejarillo.

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Las sirenas del casco antiguo

El palacete de estilo francés que se encuentra en el centro de la Alameda de Hércules es la llamada ‘Casa de las Sirenas’. No siempre tuvo este nombre, ya que su denominación original fue ‘El Recreo de la Alameda’, pero sí mantuvo su aspecto hasta que el paso del tiempo hizo mella en su estructura. Su construcción data de mediados del siglo XIX, momento en el que el marqués de Esquivel (Lázaro Fernández de Angulo) se propuso levantar una pretenciosa mansión para vivir en ella… y mostrársela a toda la aristocracia sevillana.

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La Casa Rosa y sus jardines

Dentro de los edificios conocidos, posiblemente la Casa Rosa sea el más desconocido. No en vano, la que fuera sede de la presidencia de la Junta de Andalucía durante las obras del Palacio de San Telmo se ha abierto muy pocas veces al público, aunque el próximo otoño esa tendencia va a cambiar. En concreto, está prevista la organización de visitas guiadas a sus hermosos jardines, que son, junto a los del Cristina, los únicos de estilo románico que se conservan en la capital hispalense. Ocupan aproximadamente una hectárea, no han perdido ni una pizca de su esencia y están situados en la confluencia de las avenidas de Eritraña, La Palmera y Manuel Suirot.

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La ofensa al Marqués de Pickman

El 11 de febrero de 1873, el rey Amadeo I concedió un título nobiliario a Carlos Pickman Jones por su gran labor industrial al frente de la fábrica de cerámica de La Cartuja (Sevilla). De este modo, este comerciante británico, aunque afincado en Sevilla desde muy joven, pasó a ser el Marqués de Pickman, tratamiento que recibió hasta el día de su muerte. Dado que sólo tuvo una hija, Enriqueta, el título pasó a su yerno, Rafael de León y Primo de Rivera, un cordobés criado en una familia aristocrática venida a menos. Su agitada vida estuvo repleta de anécdotas, si bien hoy nos detendremos en el episodio de su fallecimiento.

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El regalo de Willis Haviland Carrier

No nació en Sevilla. Es más, ni siquiera la visitó en sus 74 años de vida. Posiblemente, ni se lo llegó a plantear. Él era estadounidense y aquí no se le había perdido nada. Pese a todo, hizo mucho más por Sevilla que por Nueva York. O mejor dicho, hizo mucho más por los sevillanos que por los neoyorquinos. Aun así, en nuestra ciudad nunca se ha reconocido su labor. Ninguna calle está dedicada a él. Nadie le pone cara ni relaciona su nombre con su legado. Y sin embargo, todos estamos en deuda con él por el ‘regalo’ que nos hizo.

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El curioso caso del Pabellón de Brasil

Inicialmente, Brasil no fue invitada a la Exposición Iberoamericana que se celebró en Sevilla en 1929. Portugal tampoco, y quizás muchos de vosotros os estéis preguntando ahora mismo por qué. Una de las razones se encuentra en el pretexto de la muestra, que no era otro que el de ensalzar a España y su hegemónica influencia en el Nuevo Continente. Y claro, los dos países anteriormente citados eran los únicos que podían discutir esta afirmación, pues la conexión entre ambos también había sido muy importante. También tuvo su peso el hecho de que Brasil hubiese votado en contra del ingreso de España en el Consejo de la Sociedad de Naciones años atrás, así como el escaso interés que había mostrado España en una muestra que se había celebrado en Río de Janeiro poco antes.

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El Laboratorio Municipal de Sevilla

Raro es el político que, estando en la oposición, no pregona a los cuatro vientos la necesidad de invertir más dinero en sanidad, pero más raro aún es el que se preocupa de verdad por la investigación médica. Al fin y al cabo, es más fácil colgarse la medalla de la curación que la de la prevención. Con todo, hubo un tiempo en el que Sevilla quiso estar a la cabeza en esta materia y para ello creó un Laboratorio Municipal. La institución como tal fue fundada 1883, si bien el edificio que ha llegado a nuestros días, el que está situado en la avenida María Auxiliadora, fue levantado en 1912.

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El rito de comer caracoles

El ser humano come caracoles desde tiempos inmemoriales. Al principio se lo llevaba a la boca porque no había mucho donde elegir y su recolección era sencilla. De hecho, mientras el hombre se jugaba la vida cazando, mujeres y niños buscaban otros alimentos menos ‘peligrosos’, entre ellos, este tipo de moluscos. Mucho más adelante, durante la época romana, pasaron a ser considerados artículos de lujo y estaban fuera del alcance de las clases bajas, que los veían como un objeto de deseo inalcanzable. Como en toda ciclotimia, siglos después fueron defenestrados y catalogados como comida basura, pero una personalidad pública, el prestigioso político francés Charles Maurice de Talleyrand, volvió a reivindicar su ingesta en el siglo XVIII y todo cambió de nuevo.

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La efervescencia del zepelín

Cuando los aviones se destinaban casi exclusivamente para fines militares, la mejor manera de volar placenteramente era a través de un zepelín. Este medio de transporte tuvo una vida efímera, pero bastante intensa. De hecho, la primera vez que sobrevoló el cielo sevillano (el 14 de abril de 1929) causó muchísimo furor, extendiendo el deseo de probarlo entre los ciudadanos y el de explotarlo entre empresarios y gobernantes.

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