La joya de La Cartuja (I)

El Monasterio de Santa María de las Cuevas, conocido popularmente como el Monasterio de La Cartuja, es una de las joyas menos conocidas de Sevilla. Quizás por estar situado lejos del casco antiguo y rodeado de edificios modernos, su valor histórico ha pasado un tanto desapercibido, aunque ni mucho menos ha caído en el olvido. Es más, en los últimos tiempos ha ido recuperado progresivamente su vitalidad, y buena prueba de ello es que en 1997 se convirtió en sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y en el rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía.

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El libro más sagrado

La invención de la imprenta supuso un antes y un después en la historia de la humanidad. No en vano, hasta entonces el conocimiento se transmitía únicamente a través de la palabra hablada y, en menor medida, de la manuscrita, que implicaba un esfuerzo nada baladí a la hora de reproducir los libros. Por ello, la posibilidad de mecanizar la producción cambió el mundo para siempre, aumentando exponencialmente la difusión de los textos y el interés por leerlos. Si bien previamente ya se habían probado diferentes artilugios para realizar copias, el avance más significativo lo aportó el alemán Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV, ya que su flamante aparato necesitaba la mitad de tiempo que el más rápido de los copistas para imprimir un libro.  

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Érase una vez una palmera

La avenida de La Palmera se edificó a mediados del siglo XIX con un trazado recto similar al actual, aunque bastante más corto. Fue concebida como una continuación del paseo de Las Delicias y su trayecto fue aumentando con el paso de las décadas, llegando hasta las inmediaciones del barrio de Bellavista. Cuando ya tenía casi un siglo de edad, fue bautizada en 1910 con el nombre de ‘La Palmera’, en honor a una bella especie de este tipo que crecía en la glorieta Plus Ultra (la que está situada junto a la grada de Fondo del Benito Villamarín).

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La estrechez de Mateos Gago

Seguimos desmenuzando el callejero de Sevilla y su trasfondo histórico, deteniéndonos en esta ocasión en Mateos Gago, que puede ser considerada como la puerta principal del barrio de Santa Cruz. Esta vía cogió prestado el nombre de un afamado catedrático de teología que impartía clases en la Universidad de Sevilla a mediados del siglo XIX. Sus ideas sobre la evolución humana chocaban frontalmente con el darwinismo que promulgaba otro profesor sevillano, Antonio Machado y Núñez (no confundir con el poeta), y originaron una intensa rivalidad académica. Al margen de dedicarse a la docencia, Francisco Mateos Gago fundó la Academia Sevillana de Estudios Arqueológicos y ejerció el sacerdocio, llegando a ser canónigo de la Catedral de Sevilla.

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Vitrinas que guardan nuestro pasado (I)

El Museo Arqueológico de Sevilla no sólo encierra mucha historia en sus vitrinas, sino que también posee mucha historia por sí mismo. No en vano, para encontrar sus orígenes hay que remontarse a 1867, año en el que fue concebido para dar cabida a las numerosas obras de arte que habían sido expropiadas a los conventos durante las desamortizaciones, y a los valiosos hallazgos que se habían realizado tanto en la capital como en la provincia. En este segundo grupo se encontraban los restos de Itálica, los cuales fueron almacenados provisionalmente en El Alcázar hasta que el Museo Arqueológico tuvo su primera sede: el antiguo Convento de la Merced.

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El Instituto de Higiene del doctor Murga

El error más repetido en la historia de Sevilla ha sido el de demoler edificios sin tener en cuenta su valor artístico y patrimonial. Un buen ejemplo es el del Instituto de Higiene, que estaba situado en el número 35 de la calle Marqués de Paradas. Fue construido entre 1905 y 1907 para ser, simultáneamente, la residencia, el laboratorio y la clínica del doctor Leopoldo Murga Machado, y estuvo en pie hasta 1958. Quienes no hayan oído hablar nunca de él, a buen seguro que se sorprenderán al ver fotografías de su fachada, pues parece mentira que un inmueble con semejante encanto se redujera a escombros.     

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El Marqués de Paradas

¿Quién fue el Marqués de Paradas que da nombre a una de las calles más concurridas de Sevilla? Nació en Ronda el 18 de abril de 1858 y fue bautizado con el nombre de Gaspar de Atienza y Ramírez-Tello de Valladares. Descendiente de los caballeros Tello que ayudaron al rey San Fernando a conquistar Sevilla, se crio en el seno de una familia noble y se licenció en Derecho. Los conocimientos legales adquiridos le permitieron reclamar el título de Marqués de Paradas, el cual había quedado en papel mojado tras morir sin descendientes los parientes que lo ostentaban. Y tuvo éxito, pues la resolución del rey Alfonso XIII en 1897 fue favorable para él, convirtiéndose así en el X Marqués de Paradas.

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Un guía turístico en el bolsillo

¿Cuántas veces hemos visitado un monumento y nos hemos quedado con las ganas de saber más sobre él? No hace falta ser adivino para intuir que la respuesta es “muchas”, pero en Sevilla eso no volverá a pasar. No en vano, el Ayuntamiento ha anunciado que más de cien edificios emblemáticos de nuestra ciudad contarán con códigos QR que ofrecerán información detallada sobre los mismos. Hablamos de un sistema digital en expansión que permite almacenar datos en una especie de código de barras de última generación, y para acceder al contenido de manera rápida y (presumiblemente) gratuita bastará con apuntar la cámara de nuestro teléfono móvil hacia el código. Es decir, será como llevar un guía turístico en el bolsillo.

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La calle Cuna

¿Por qué la calle Cuna se llama así? Su nombre procede del antiguo Hospicio de Niños Expósitos, también conocido como ‘Casa Cuna’, que se encontraba en el espacio que hoy ocupa el Teatro Quintero. Abrió sus puertas en 1558 por orden del Cabildo Catedralicio Hispalense y no era precisamente un sitio agradable. Al menos, esa es la impresión que le dejó al viajero británico Richard Ford, que escribió sobre ello. “Los que quieran cebarse en horrores pueden visitar el hospital de los expósitos, la cuna, que se llama en España, como si en efecto fuera la cuna y no el ataúd de los desgraciados niños. La cuna o casa de expósitos puede ser definida como el lugar donde los inocentes son asesinados y los hijos naturales abandonados por sus antinaturales padres, y atendidos en el sentido de que se les mata a hambre lenta”.

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