Los estertores de la Inquisición

La Inquisición Española fue una institución creada por los Reyes Católicos en 1481 para perseguir, juzgar y castigar a los herejes. Estuvo operativa hasta 1834, es decir, durante tres siglos y medio, y en Sevilla hay una cruz que conmemora el último acto de fe que se realizó en el Monasterio de San Francisco. Se encuentra en la plaza que lleva su nombre, concretamente, en el rincón que une el Arquillo del Ayuntamiento con la puerta de entrada a la Sala Capitular. Allí, al aire libre, en una posición esquinada pero igualmente visible, pasa desapercibida para casi todos los viandantes.

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La heroína de la fidelidad

A mediados del siglo XIV, la mayor parte de España (Castilla) estaba gobernada por Pedro I, apodado el ‘Justiciero’ por sus partidarios y el ‘Cruel’ por sus detractores. Este segundo grupo lo encabezaba su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, y uno de sus hombres fuertes en el sur era Juan Alonso Pérez de Guzmán. Pues bien, en una de las conspiraciones previas al derrocamiento del monarca, la esposa de éste, doña Urraca Ossorio de Lara, fue arrestada y condenada a morir en la hoguera delante de todo el mundo.

La ejecución tuvo lugar en la Laguna de Ferias o de la Cañavería, es decir, en el espacio que hoy ocupa la Alameda de Hércules, ante la atenta mirada de centenares de personas curiosas y ávidas de morbo. Cuenta la leyenda que, cuando las llamas se apoderaron de la pira, el aire caliente levantó la falda de la mujer, dejando sus partes íntimas a la vista de la muchedumbre, que lo celebró con vítores. Sin embargo, el júbilo se transformó en un silencio expectante cuando una de las personas que presenciaba el ‘espectáculo’ decidió salir en su ayuda. Se trataba de Leonor Dávalos, criada de la ajusticiada, quien no pudo reprimir el impulso de proteger el honor de su señora.

Así las cosas, se lanzó al fuego para intentar cubrir el cuerpo desnudo de doña Urraca, consiguiendo su objetivo, aunque pagándolo con la muerte. De hecho, ambas fueron incineradas mientras se abrazaban y gritaban de dolor, en una escena que dejó conmocionada a la sociedad sevillana de la época. A partir de entonces, a Leonor Dávalos empezó a conocérsele como ‘la heroína de la fidelidad’.  Los restos de las dos mujeres fueron enterradas en un mismo sepulcro en la iglesia gótica del Monasterio de San Isidoro del Campo, de la localidad de Santiponce. Allí se encuentra una placa que reza lo siguiente: “Aquí reposan las cenizas de Doña Urraca Ossorio de Lara, mujer de Don Juan Alonso Pérez de Guzmán, Ilustrísimo Señor de Sanlúcar. Murió quemada en la Alameda de Sevilla por orden del rey Don Pedro el Cruel, por quitarle los tesoros y riqueza. También se quemó con ella, para no peligrase su honestidad, Leonor Dávalos, leal criada. Año de 1367”.

El museo del horror

El Castillo de San Jorge, situado en la Plaza del Altozano, fue sede de la Santa Inquisición en España desde 1481 hasta 1785. Por tanto, hablamos de un lugar en el que se juzgaba a los presuntos herejes, es decir, a los que supuestamente practicaban una religión distinta al catolicismo o la brujería. A diferencia de otros países europeos como Alemania o Inglaterra, en España sí solía haber un proceso legal documentado, aunque eso no excluía ni las torturas ni las condenas sin pruebas fehacientes, ya que todo estaba orquestado por el Estado. Y en aquellos tiempos, si había un denominador entre los gobiernos que se sucedían, era que todos tenían un sesgo totalitario.

Los orígenes del edificio son inciertos y se habla de que pudo ser levantado inicialmente por los visigodos o los almohades. En cualquier caso, en el siglo XIII pasó a manos cristianas, y el rey Fernando III se lo cedió a la Orden Militar de San Jorge (de ahí su nombre). Más adelante también se convirtió en la primera parroquia de lo que hoy conocemos como Triana. Sin embargo, su uso fue menguando progresivamente y no cobró relevancia hasta que la Santa Inquisición se apropió de él. Sus 26 celdas, la casa del inquisidor y la capilla formaron parte de una de las etapas más lúgubres de Sevilla, caracterizada por el juicio de valor, el abuso de poder y la indefensión de las víctimas. No obstante, se suele decir que se aprende más de los errores que de los aciertos y la frase está impregnada de razón.

Quizás por ello, hoy el Castillo de San Jorge es un imprescindible museo que explica cómo se hacían los enjuiciamientos en nuestra ciudad, y sus 1.400 metros cuadrados, distribuidos en dos plantas y múltiples salas, algunas de ellas didácticas con proyecciones audiovisuales, invitan inexorablemente a la reflexión personal. No cabe duda de que recordar las penas de cárcel, galeras, azotes, destierro, hábito penitencial y muerte, casi siempre en la hoguera, no es algo placentero, pero sí necesario para tomar nota y conciencia de lo que nuestra especie hizo mal. Al fin al cabo, la historia es como es y no se puede cambiar, y siempre es mejor conocerla que desconocerla, por muy tétrica que sea.