Inicialmente, Brasil no fue invitada a la Exposición Iberoamericana que se celebró en Sevilla en 1929. Portugal tampoco, y quizás muchos de vosotros os estéis preguntando ahora mismo por qué. Una de las razones se encuentra en el pretexto de la muestra, que no era otro que el de ensalzar a España y su hegemónica influencia en el Nuevo Continente. Y claro, los dos países anteriormente citados eran los únicos que podían discutir esta afirmación, pues la conexión entre ambos también había sido muy importante. También tuvo su peso el hecho de que Brasil hubiese votado en contra del ingreso de España en el Consejo de la Sociedad de Naciones años atrás, así como el escaso interés que había mostrado España en una muestra que se había celebrado en Río de Janeiro poco antes.
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Érase una vez una palmera
La avenida de La Palmera se edificó a mediados del siglo XIX con un trazado recto similar al actual, aunque bastante más corto. Fue concebida como una continuación del paseo de Las Delicias y su trayecto fue aumentando con el paso de las décadas, llegando hasta las inmediaciones del barrio de Bellavista. Cuando ya tenía casi un siglo de edad, fue bautizada en 1910 con el nombre de ‘La Palmera’, en honor a una bella especie de este tipo que crecía en la glorieta Plus Ultra (la que está situada junto a la grada de Fondo del Benito Villamarín).
El Porvenir de un cementerio
El cementerio más grande que ha tenido Sevilla a lo largo de su historia estuvo emplazado en lo que hoy conocemos El Porvenir. No fue un proyecto faraónico, ni mucho menos, sino una respuesta improvisada a las incontables epidemias que se produjeron durante la Edad Media. La más mortífera fue la peste bubónica, conocida popularmente como ‘peste negra’, la cual se extendió por toda Europa a mediados del siglo XIV y dejó a la población seriamente diezmada. “No hay suficientes vivos para enterrar a los muertos”, escribieron algunos testimonios. No es de extrañar, por tanto, que aquella necrópolis hispalense creciera sin orden ni control.
Dicho cementerio estuvo operativo hasta el siglo XIX, fecha en la que fue relevado por el de San Fernando. Ya a principios del XX, y tras un largo periodo de inactividad, los terrenos, que por aquel entonces eran propiedad de dos familias acaudaladas, fueron adquiridos por el Ayuntamiento de Sevilla. El motivo: edificar un nuevo barrio que bordeara a la Exposición de Iberoamericana de 1929. Inicialmente acuñó el nombre de San Sebastián, el mismo que habían tenido previamente tanto el campo santo como la ermita que se encontraba en sus proximidades, pero poco después pasó a llamarse El Porvenir, en un claro guiño a la ‘ciudad del futuro’ que se había proyectado.
Así se explica también que una de las calles fuera bautizada como ‘Progreso’, mientras que otras de las primeras vías recibieron nombres relacionados con la muestra que estaba a punto de celebrarse (Río de La Plata, Brasil, Montevideo, Exposición, etcétera). Algunos de los arquitectos más reputados que participaron en la Exposición Iberoamericana (incluido Aníbal González) quisieron dejar su sello en el barrio a modo de villas y edificios de gran valor (como la fábrica de La Catalana de Gas), propiciando el despegue definitivo de El Porvenir. Además, en el epílogo de plena Guerra Civil, fue fundada allí la Hermandad de la Paz, creando un arraigo más profundo si cabe entre sus vecinos.
El Monte Gurugú: de Melilla a Sevilla
Como el que no quiere la cosa, el Monte Gurugú tiene más de 80 años de historia. Hablamos del carismático montículo que se encuentra en el centro del Parque de María Luisa desde la Exposición Iberoamericana de 1929, concretamente entre la Glorieta de los Hermanos Álvarez Quintero y el Jardín de los Leones. Si bien su elevación (algo más de 20 metros) no es excesiva, el mirador que lo corona ofrece unas vistas hermosas de todo el recinto. Se accede a él a través de una escalera pedregosa que nos retrotrae a tiempos muy antiguos y posee una cascada de agua que desemboca en un pequeño estanque.
Antaño, en sus aledaños se podían divisar patos e incluso pavos reales, pero lamentablemente dicha fauna se fue perdiendo progresivamente. No así la flora, ya que la vegetación es frondosa y heterogénea gracias a la humedad que impera en el terreno. Así, podemos encontrar desde pinos piñoneros a setos, pasando por almeces de tronco liso. Otro rasgo que define al Monte Gurugú es el túnel que lo atraviesa de un extremo a otro. En su día formaba parte del recorrido del tren de la Exposición de 1929, pero recientemente fue rehabilitado como carril bici.
¿Y de dónde viene el nombre de Gurugú? Pues del macizo dominante de la ciudad de Melilla. De hecho, dicho monte es el punto más alto (890 metros) del cabo norteafricano de Tres Forcas, y a comienzos del siglo XX fue escenario de encarnizadas batallas entre las tropas españolas y los rebeldes rifeños liderados por Abd el-Krim. Desde su cumbre se puede divisar, en un día soleado, la superficie de Argelia e incluso Sierra Nevada, aunque más que como paraje turístico, últimamente viene siendo utilizado como refugio de inmigrantes, ya que muchos subsaharianos se ocultan en sus laderas aguardando el momento exacto para cruzar la frontera.
El Stadium de la Exposición (II)
Como casi todos los recintos deportivos, el Stadium quedó articulado en torno a cuatro gradas. La más importante era la de Preferencia, que a su vez se dividía en tres partes: alta (la de mayor capacidad), intermedia (donde estaba ubicado el palco de autoridades) y baja (para la sociedad más elitista). Justo enfrente se situó el uniforme graderío de Fondo, que daba a lo que hoy es la Avenida de la Palmera, y a los lados, dos pequeños Goles con sólo ocho filas de plazas. Oficialmente, el Stadium poseía una capacidad para 20.000 espectadores, aunque la prensa de la época sostenía que era algo inferior (unos 16.000, de los cuales 13.000 podían sentarse y otros 3.000 debían estar de pie).
Fue inaugurado el 17 de marzo de 1929 con un partido amistoso de fútbol entre España y Portugal, cuyo resultado final fue de 5-0 para los locales. Un día más tarde se disputó otro encuentro entre una selección hispalense (formada por jugadores del Betis y del Sevilla) y otra lisboeta, y en fechas sucesivas también recibió la visita de otros equipos europeos y sudamericanos. Una vez finalizada la muestra internacional, el Stadium cambió el balompié por carreras automovilísticas, concursos de hípica y fiestas benéficas, es decir, por espectáculos menores que le dieron excesiva vitalidad.
Tanto es así que llegó un momento en el que quedó abandonado a su suerte, aunque el Ayuntamiento tuvo una última idea para resucitarle: convertirlo en sede del Real Betis Balompié. Por aquel entonces el conjunto verdiblanco jugaba en el Campo del Real Patronato Obrero, de propiedad municipal, y se le propuso un traslado, algo que acogió de buen grado. Así las cosas, el 16 de julio de 1936 se firmó un contrato de cesión por diez años y el Betis se comprometió a correr con los gastos de mantenimiento y reformas. Pero poco pudo hacer, ya que sólo unos días más tarde estalló la guerra civil y el Stadium se convirtió en una especie de campamento para las tropas marroquíes. Una vez que las balas dejaron de silbar, el Betis recuperó el control y el estadio pasó a llamarse Heliópolis, germen del actual Benito Villamarín.
El Stadium de la Exposición (I)
En los primeros planos que entregó Aníbal González en 1912 para la Exposición Iberoamericana figuraba un gran recinto deportivo entre el Parque de María Luisa y el Prado de San Sebastián. Sin embargo, el proyecto fue modificado al año siguiente para descongestionar la zona, de ahí que en dicho emplazamiento se construyera finalmente la Plaza de España y se acordara trasladar el Stadium (así se le bautizó) a lo que hoy es el barrio de Heliópolis. La idea del Comité Ejecutivo era que este escenario no sólo albergara partidos de fútbol, sino también carreras, juegos, cabalgatas y otros espectáculos al aire libre, por lo que la obra se antojaba faraónica.
Así las cosas, en 1923 el arquitecto Antonio Illanes del Río terminó los bocetos de unas instalaciones deportivas de 60.000 metros cuadrados con capacidad para 22.000 espectadores, donde lo estético y lo funcional brillaban con la misma fuerza. El único problema fue su elevado presupuesto (un millón y medio de pesetas), ya que el resto de las obras supusieron un coste más alto del previsto y el déficit por aquel entonces ya era considerable. Para colmo, los dueños de los terrenos se mostraron inflexibles en la negociación y exigieron la nada desdeñable cifra de 15 pesetas por metro cuadrado.
Con todos estos inconvenientes encima de la mesa, el comisario Cruz Conde decidió cancelar su edificación y poner en marcha otro concurso con unas directrices más modestas. De esta manera, el proyecto terminó cayendo en manos del Manuel María Smith Ybarra, el artífice del estadio de San Mamés (Bilbao), que supervisó unas obras valoradas en algo menos de un millón de pesetas. El resultado fue un estadio notable, muy por encima de la mayoría de los escenarios deportivos del país, pero por debajo del que se ideó inicialmente. De cómo quedó configurado, su inauguración y su trayectoria hablaremos en el siguiente artículo.
El tren más carismático
Una de las grandes sensaciones de la Exposición Iberoamericana de 1929 fue, sin lugar a dudas, el tren Lilliput. Durante mucho tiempo se creyó que fue un regalo del rey Alfonso XIII a la ciudad de Sevilla, aunque recientemente algunos historiadores han encontrado documentación que pone en duda esta afirmación. Sea como fuere, el pequeño ferrocarril causó más furor que todas las atracciones del parque, incluida la montaña rusa, y recorría el recinto de punta a rabo haciendo paradas en sus cinco estaciones: Glorieta Becquer, Paseo de las Delicias, Barrio Moro, Parque de Atracciones y Plaza de América.
Al parecer, fue José Cruz Conde, Comisario Regio de la muestra, quien adquirió personalmente las cinco máquinas (bautizadas como Sevilla, Santa María, Pinta y Niña) durante su visita a la Exposición de Colonia de 1928. De fabricación alemana, cada locomotora medía siete metros de largo, arrastraba diez vagones y podía transportar a unas 150 personas con una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora. Para que el viaje fuera más atractivo si cabe, se construyó el túnel que actualmente atraviesa el Monte Gurugú y cerca de la Plaza de España se habilitó una galería que simulaba a las Grutas de las Maravillas de Aracena.
Más de 500.000 personas de todas las edades se montaron en él, dejando una recaudación de 684.000 pesetas. En otras palabras, el tren Lilliput, que jamás se averió ni sufrió ningún accidente, se convirtió en la tercera fuente de ingresos de la exposición tras las entradas y la explotación comercial de los terrenos. A la conclusión del evento fue almacenado en unas cocheras que se encontraban próximas a la Avenida de la Borbolla y rescatado en dos ocasiones (1930 y 1932) para sendas exhibiciones. Tras la última de ellas, las máquinas fueron abandonadas a su suerte y se deterioraron notablemente, aunque en 1969 una de ellas (la Santa María) fue restaurada y vendida al parque de atracciones de Madrid, donde fue reciclada durante un tiempo como el Tren del Oeste. Por su parte, la Niña fue reparada posteriormente por la Asociación Sevillana de Amigos del Ferrocarril y actualmente se halla en la Estación de Santa Justa. Así las cosas, el tren miniatura sigue vivo pese a las vicisitudes que le han acompañado durante su existencia.
Rebobinando hasta 1929
El año que viene Sevilla celebrará el 85 aniversario de la Exposición Iberoamericana de 1929 con una serie de actos culturales que pretenden revivir la muestra que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad. El programa arrancará con un concierto de la Banda Sinfónica Municipal, que interpretará temas inéditos y recuperará el mítico himno de la exposición, el cual fue compuesto en su día por Francisco Alonso (música) y los hermanos Álvarez Quintero (letra). Asimismo, el Ayuntamiento tiene previsto reabrir los pabellones al público tras haber llegado a un acuerdo con varias delegaciones internacionales.
De esta manera, Estados Unidos rehabilitará la actual sede de la Fundación Madariaga para tal efecto, Portugal hará lo propio con su consulado y se espera que en los próximos meses se unan más países a la iniciativa. Además, guías turísticos y voluntarios explicarán al público la transformación física y funcional que ha sufrido cada uno de los edificios, añadiéndole un valor didáctico a las visitas. Pero también habrá momentos para la diversión, puesto que uno de los objetivos que se ha marcado el Consistorio para esta efeméride es recuperar el entrañable tren Liliput, del que ya hablaremos en profundidad próximamente.
Más difícil, por no decir imposible, sería reconstruir el antiguo parque de atracciones que se encontraba entre las avenidas de La Palmera y La Raza, aunque los organizadores de este evento quieren compensarlo con una exposición temática. No será la única, pues también se pondrá en marcha una feria de pinturas, cuadros, iconografía, mapas y objetos de 1929 en el Casino de la Exposición. Y la cosa no acabará ahí, puesto que también está programado que un globo aerostático rememore los inolvidables vuelos del zepelín. Todas estas actividades tendrán lugar en los meses de mayo y junio de 2014
La otra Expo
Por proximidad en el tiempo, la Exposición Universal de 1992 suele ser uno de los temas más recurrentes de los sevillanos, pero en nuestra ciudad hubo otra muestra internacional de gran envergadura. Hablamos, naturalmente, de la Exposición Iberoamericana que arrancó el 9 de mayo de 1929 y duró hasta el 21 de junio de 1930. La idea fue concebida por el comandante de artillería Luis Rodríguez Caso y desde el primer momento tuvo muy buena acogida tanto en la Administración local como en la nacional, pero, como es habitual en proyectos de gran magnitud, precisó de un periodo amplio de maduración (dos décadas) para que se transformara en realidad.
La Exposición Iberoamericana le dio un lavado de cara a Sevilla, que hasta entonces no estaba preparada para ser un foco turístico de primer nivel. Por esta razón se llevó a cabo una profunda remodelación de las infraestructuras relacionadas con la luz, el agua, la pavimentación y el hospedaje, y con ella, la ciudad rejuveneció y se adaptó a los nuevos tiempos. Además, la implicación del rey Alfonso XII y la participación de las mentes hispalenses más brillantes del momento, como las de Aníbal González (arquitecto) y Torcuato Luca de Tena (periodista), garantizaron el éxito de una feria que movió más de ochenta millones de las antiguas pesetas, una ingente cantidad de dinero teniendo en cuenta que la entrada costaba dos pesetas.
La muestra abarcaba el Parque de María Luisa, el Prado de San Sebastián, los jardines del Palacio de San Telmo, el Paseo de las Delicias y una parte de lo que hoy es el barrio de Heliópolis. Argentina,Chile, Guatemala, Perú,Colombia,Uruguay, México,Cuba y República Dominicana tuvieron un pabellón permanente, mientras que Venezuela, El Salvador, Panamá,Costa Rica,Bolivia y Ecuador expusieron sus ‘tesoros’ de manera intermitente. Como datos curiosos, cabe destacar también que se construyó un estadio deportivo (el ‘Stadium’) y un parque de atracciones junto a la Avenida de la Raza. Y para recorrer todas las instalaciones de la Exposición Iberoamericana de 1929 de una manera cómoda y amena, se puso en marcha un carismático tren urbano llamado Liliput.