La Borriquita: el principio de todo

Con el permiso de las emergentes hermandades de vísperas y de La Paz, que sale de su templo un rato antes, podría La Borriquitadecirse que la Semana Santa de Sevilla comienza el Domingo de Ramos a las 15:10 horas, justo cuando la Cruz de Guía de la cofradía de La Borriquita sale de la Iglesia del Salvador rumbo a la Santa Iglesia Catedral. Es un momento en el que la impaciencia de todo un año se evapora de forma fulgurante para dar rienda suelta a las emociones de niños, adultos y mayores. Pero son los primeros los grandes protagonistas de este cortejo de pequeñas túnicas blancas, varas y palmas que acompañan al Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén.

Esta hermandad fue fundada a finales del siglo XVI por los medidores de la Alhóndiga, que tenían su propio hospital, y en 1618 se fusionó con la del Amor, que tenía como razón de ser atender a los presos. Esta fructífera unión ha perdurado hasta nuestros días, aunque las cofradías salen en distintos horarios salvo cuando la lluvia de la tarde las hace procesionar juntas por la noche (sucedió en los años 2000 y 2010. El Cristo, de autor anónimo aunque atribuido al círculo de Pedro Roldán, va a lomos de una bisoña burra en un paso dorado de estilo neobarroco en el que también aparecen otras figuras, tales como San Pedro, Santiago el Mayor, San Juan, un judío, una hebrea, un niño, dos niñas y un enanito (Zaqueo).

La composición está organizada en torno a una palmera y desprende alegría y festividad. No en vano, representa una escena previa a la Pasión de Jesucristo. Tiempo atrás, también en Sevilla, concretamente en el barrio de Triana, existió un paso de misterio de similares características, el de la Hermandad de la Entrada Triunfante en Jerusalén y María Santísima del Desamparo, aunque los enseres desaparecieron con la invasión francesa y no hay demasiada documentación al respecto.

La Buena Muerte de Los Estudiantes

En marzo de 1620, una cofradía de sacerdotes que tenía como sede la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, la actual Iglesia de la Anunciación, realizó un encargo a Juan Los estudiantesde Mesa, quien se comprometió a “dar hechas y acabadas dos imágenes de escultura, la una con Cristo Crucificado y la otra una Magdalena abrazada al pie de la Cruz, de madera de cedro, ambas a dos, de la estatura ordinaria humana… por 150 ducados”, rezaba el contrato. Seis meses después, las dos tallas fueron ya instaladas en un nuevo retablo para su veneración. De la imagen mariana poco se sabe, ya que desapareció sin dejar rastro, pero el crucificado sí ha llegado a nuestros días y no es ni más ni menos que el Cristo de la Buena Muerte de Los Estudiantes.

La expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII propició que pasara a manos de la Universidad de Sevilla y que, posteriormente, se convirtiera en uno de los titulares de la Hermandad de Los Estudiantes. El Martes Santo de 1926, es decir, dos años después de la fundación de esta corporación, realizó su primera estación penitencia y gracias a ello se impidió su transferencia al Museo Nacional de Escultura de Valladolid, tal y como pretendía el Gobierno de España. No fue el único contratiempo serio al que tuvieron que hacer frente sus fieles, pues, sin ir más lejos, hace 30 años se vieron obligados a recurrir a los servicios de Francisco Arquillo para recolocar la cabeza de la imagen, que se había desprendido accidentalmente durante un traslado.

Para fortuna de todos los que amamos la Semana Santa de Sevilla, la imagen, que originalmente no fue concebida para salir en procesión, resistió a todos los reveses y hoy día es uno de los referentes de nuestra Semana Santa. Como bien indica su nombre, es un Cristo que acaba de perecer, de ahí que sus músculos estén relajados. Su cuerpo, tallado con una precisión que emboba por su naturalismo, pende de los tres clavos que atraviesan sus manos y pies, y su cabeza, ya vencida, ha caído sobre su lado derecho. Su rostro, exhausto y hermoso a partes iguales, nos hace ver que no hay por qué temer a la muerte.

Pasión, el cénit de Martínez Montañés

No existe ningún documento que acredite que Nuestro Padre Jesús de la Pasión fue tallado por Juan Martínez Montañés, pero todos los indicios hacen indicar que fue así. Es Hermandad de Pasiónmás, algunos de sus coetáneos aseguraban que el imaginero jiennense, en su interior, se sentía tremendamente orgulloso de esta obra, más que de ninguna otra, hasta el punto de que cada Jueves Santo tenía una silla reservada en la puerta de la iglesia para ver su salida procesional. Además de ser su autor, probablemente fue también su primer devoto. Se decía, incluso, que los costaleros viraban el paso hasta donde se encontraba, un gesto que se repite ahora cuando pasa por la escultura que fue dedicada al autor en la Plaza de El Salvador. 

Leyenda al margen, la imagen data de comienzos del siglo XVII y fue terminada posiblemente entre los años 1610 y 1615. Fue elaborada en madera policromada para vestir, de ahí que todo lo que no cubre la túnica esté tallado cuidadosamente y el resto de su cuerpo (brazos y torso, principalmente) quedara desbastado. Sus extremidades superiores están articuladas para permitir la sujeción a la cruz, mientras que el peso de su figura recae sobre su pierna izquierda, apoyada en una peana. La inclinación hacia ese lado transmite sensación de avance agotador por la carga que lleva sobre sus hombros.

Y qué decir de su rostro, portentoso se mire desde donde se mire, con el cabello humedecido y y el semblante abatido, donde se entremezclan los tonos claroscuros. Cuando vemos al Cristo de Pasión, ya sea en la Iglesia del Salvador o en la calle, no contemplamos una escultura, sino a una persona singular con la que es imposible no empatizar. Tiempo atrás, tras haber rezado delante de él durante un buen rato, el entonces Arzobispo de Sevilla, D. Antonio Despuig y Dameto, le detectó un “defecto” y se lo hizo saber a sus allegados: “Le falta respirar”, afirmó.

La Universidad: de la Fábrica de Tabacos hasta hoy

Una vez asentada en la calle Laraña, la Universidad de Sevilla sufrió en primera persona los vaivenes de la política española en materia de educación durante el siglo XIX. Y es que, en función de si el gobierno era conservador o liberal, el vínculo que unía a la enseñanza con la Iglesia era más o menos fuerte, algo que se tradujo en varios intentos de secularización y sus correspondientes vueltas al pasado. Lo que sí fue determinante fue el plan de centralización que llevó a cabo el ministro Pidal en 1845, a través del cual todas las universidades de España, perdieron su autonomía y pasaron a regirse por las mismas normas nacionales. Además, todas las facultades menores fueron suprimidas, de ahí que las de Baeza y Osuna fueran anexionadas por la hispalense.

A mediados del siglo XX, la Universidad de Sevilla se trasladó a su ubicación actual, la Fábrica de Tabacos, un edificio diseñado por el ingeniero español (aunque de origen belga) Sebastian Van der Borcht, que también participó en las restauraciones de la Real Casa de la Moneda y de la Torre del Oro. Eran tiempos en los que la oferta de estudios crecía a un ritmo vertiginoso y buena prueba de ello es que a partir de los años sesenta en Sevilla ya se podía cursar Arquitectura e Ingeniería, y una década más tarde, también Económicas, Farmacia y las Ciencias por separado (Biología, Física, Química, Matemáticas, etcétera), al margen de las carreras primigenias.

La Constitución de 1978 puso fin al férreo centralismo académico y otorgó un margen de maniobra a las comunidades autónomas. Fruto de ello se aprobó en 2003 la Ley Andaluza de Universidades, con el objetivo de coordinar la enseñanza superior en todo el territorio general, siendo la Universidad de Sevilla el vértice educativo. No en vano, actualmente cuenta con unos 30 centros educativos, un catálogo de casi 70 titulaciones y más de 50.000 alumnos. Además, un prestigioso informe elaborado en 2011 la sitúa como la octava universidad más valorada de España y la 214ª del mundo.

Santa María la Blanca está de vuelta

Dos años y medio después, concretamente, desde el Domingo de Resurrección de 2010, la Iglesia de Santa María de las Nieves, conocida popularmente como ‘Santa María la Blanca’, volverá a abrir sus puertas al culto. La detección de grietas y filtraciones de agua obligaron a emprender unas obras que están a punto de finalizar. De hecho, se espera que el 25 de enero los feligreses que tanto han peleado por la remodelación con donativos, rifas e incluso con una jornada de la tapa, puedan retomar sus hábitos en el templo, donde ya estarán los enseres y las imágenes que fueron trasladadas a la vecina iglesia de San Nicolás. Entre ellas, la Virgen de las Nieves, que volverá sobre sus pasos en andas a través de un vía crucis.

Santa María la Blanca

Así las cosas, la iglesia recuperará su actividad, aunque de forma transitoria. No en vano, está previsto que en 2014 se inicien nuevas reformas, en esta ocasión, destinadas a acabar con las humedades del subsuelo. Y es que el paso del tiempo ha hecho mella en el edificio, que fue construido allá por el siglo XIII. En su origen fue una de las tres sinagogas que concedió Alfonso X, pero en 1391, tras la purga y conversión forzada de judíos, fue rehabilitado para un uso cristiano, aunque no adoptó su fisonomía actual hasta mediados del siglo XVII, gracias a la figura de Justino de Neve y Yébenes, célebre canónigo de la Catedral de Sevilla.

Si bien es cierto que su aspecto exterior no sugiere algo extraordinario, su interior es otro cantar, ya que el conjunto arquitectónico es de una indudable belleza y está impregnado del mejor barroco andaluz. Sería muy difícil destacar sólo un elemento, ya que tanto sus yeserías como sus pinturas murales, sus columnas de mármol rojo y arcos de medio punto son un lujo para la vista y un privilegio para los vecinos del barrio de San Bartolomé. Ellos y todos los amantes del buen gusto están de enhorabuena por su reapertura.

El hospital de todos (III)

Una vez instaurada la Constitución Española de 1978 y aprobado el Estatuto de Autonomía en 1981, el Hospital de las Cinco Llagas fue el primer emplazamiento en el que pensaron las autoridades para establecer la sede del Parlamento Andaluz. Sin embargo, las gestiones no fueron rápidas ni sencillas, de ahí que la cámara fuera itinerante durante algunos años. Así las cosas, la sesión inaugural se celebró en el Salón de Tapices de los Reales Alcázares el 30 de junio de 1982, es decir, hace dos décadas.  Aquel día se decretó que Sevilla sería la capital administrativa y Granada, la judicial. En sucesivos plenos, en dicho enclave también se oficializó el himno, el escudo y la elección de los primeros reglamentos y senadores.

Parlamento de Andalucía

Pese a que el país respiraba optimismo por los cuatro costados, no eran tiempos de bonanza económica y el Estado de las Autonomías era un melón por calar. Valga como ejemplo el discurso que pronunció Antonio Ojeda Escóbar, primer presidente del Parlamento Andaluz: “Tenemos ante nosotros una labor gigantesca, una obra ingente para realizar […] partimos también de una situación material precaria, pues ni siquiera contamos con los medios mínimos necesarios para cumplir nuestro trabajo, pero tenemos una gran ilusión, una voluntad política firme y un pueblo decidido a ilusionarse y luchar por su autonomía, por solucionar sus problemas y por recuperar su dignidad”.

Había muchas ilusiones e ideas, pero muy pocos recursos para llevarlos a cabo. Las decisiones se tomaban en los Reales Alcázares y se ejecutaban en el Edificio Cristina, algo que no resultaba nada práctico. Por esta razón, se acordó trasladar la sede en 1983, esta vez al Palacio de la Real Audiencia de Sevilla gracias a la gentileza de la Caja de Ahorros San Fernando, fiel reflejo de que los órganos andaluces dependían de los favores de otras instituciones. Sin ir más lejos, unos años más tarde, el creciente volumen de trabajo forzó una nueva mudanza hacia unas dependencias más espaciosas. Fue entonces cuando el salón de plenos fue instalado en la Iglesia de San Hermenegildo y el centro administrativo, en el edificio de la calle Reyes Católicos en el que hoy opera el Defensor del Pueblo Andaluz, propiedad de la Tesorería General de la Seguridad Social.

Pero la sensación siguió siendo de provisionalidad hasta que la cesión del Hospital de las Cinco Llagas por parte de la Diputación de Sevilla se hizo efectiva en 1992. Fueron necesarios siete años de intensas obras para adecentar y readaptar el edificio, el cual se encontraba en un horrible estado de conservación, pero la espera valió la pena. De forma progresiva, los espacios que en su día fueron ocupados por enfermos y médicos pasaron a manos de funcionarios y políticos con una naturalidad asombrosa.

La desaparecida Parroquia de San Miguel

No es ningún secreto que la relación entre Sevilla y el catolicismo siempre fue muy estrecha a lo largo de los siglos y que por esta razón, la ciudad cuenta actualmente con una Catedral superlativa y con un elevadísimo número de iglesias, capillas, basílicas, conventos, monasterios y otros santuarios religiosos. Sin embargo, no todos los que se levantaron en la antigüedad han sobrevivido a nuestros tiempos y la Parroquia de San Miguel es un buen ejemplo de ello. No hablamos de un edificio cualquiera que fue cayendo en el olvido hasta desaparecer, sino de uno de los templos más importantes que se edificaron en el centro de la ciudad.

La parroquia estaba situada en el espacio que comprenden hoy día la Plaza del Duque y las calles Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, Aponte y Trajano, es decir, en pleno corazón de Sevilla. Fue construida tras el terremoto de 1356 a petición del Arzobispo Don Nuño y bajo el reinado de Pedro I, conocido como ‘el Justiciero’ por sus partidarios y como ‘el Cruel’ por sus detractores. No existe demasiada documentación (ni escrita ni gráfica) sobre su fisonomía, pero se conocen los datos más relevantes, tales como que su estilo arquitectónico era gótico, que fue levantada en piedra, que estaba cubierta por bóvedas de crucería, que constaba de tres naves desiguales  y que sus retablos fueron realizados por Francisco Dionisio de Rivas y por Juan de Astorga.

Debido a la invasión de las tropas francesas y a la desamortización, en el convulso siglo XIX acogió a hermandades señeras como las de El Amor (que procedía de Los Terceros), Pasión (que tenía su sede en el Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes), o la Soledad de San Lorenzo, que abandonó el Convento del Carmen Calzado para instalarse allí, entre otras. Sin embargo, todas ellas debieron buscar otro refugio de nuevo cuando empezó a mascarse la revolución de ‘La Gloriosa’ de 1868. Este movimiento político se extendió por toda España para derrocar a la reina Isabel II y tenía tintes anticlericales, los cuales propiciaron que la recién nombrada Junta de la ciudad decretase la supresión de 12 parroquias y otros 23 templos religiosos que no tenían ese rango. La Parroquia de San Miguel estaba incluida en esa lista y fue demolida pese a la firme oposición del canónigo Mateos Gago. Los pocos restos que se rescataron se encuentran esparcidos principalmente entre las iglesias de San Antonio Abad y La Magdalena.