Nueve años, dos meses y veintidós días. Ese es el tiempo que ha transcurrido entre el inicio de las obras de demolición de la cárcel de La Ranilla (26 de enero de 2007) y la inauguración de la zona verde que ya ocupa su espacio.
Fue el pasado 19 de abril cuando el alcalde Juan Espadas abrió por fin las puertas de un parque que, tras haber sufrido numerosos retrasos, ya es una realidad tangible.

Con una inversión aproximada de 3,7 millones de euros, el parque cuenta con 27.000 metros cuadrados de extensión, 237 árboles, tres zonas de juegos infantiles y un gran repertorio de fuentes y estanques.
Lejos de romper con el pasado, el arquitecto ha querido recordar la antigua prisión con muchos elementos. Por ejemplo, los caminos pavimentados de granito reproducen la antigua planta de la cárcel y marcan los espacios que ocupaban sus módulos.
Uno de ellos, el de los presos políticos, está señalado además con una pérgola metálica. También se han colocado fotografías del edificio desaparecido y se han conservado la especies vegetales que crecían en las zonas comunes (palmeras, principalmente), al margen de incorporar otras 30 nuevas.
El parque, que está enclavado entre el centro cívico y la sede de la Delegación Municipal de Seguridad y Movilidad, aún no tiene nombre. Serán los vecinos, y más concretamente los niños del barrio, quienes elijan su denominación mediante un concurso de ideas que, una vez finalizado, llegará a la mesa de la junta de distrito para su aprobación definitiva.
Por último, cabe reseñar que la edificación del parque no será la última intervención que se haga en el entorno, ya que próximamente se restaurará el pabellón de ingreso.
Presumiblemente, este edificio será destinado a la preservación de la memoria histórica, tal y como fue acordado en pleno el pasado mes de octubre.
No todo lo bueno que pudimos ver en la inolvidable Exposición Universal de 1992 ha perdurado en el tiempo, pero hay honrosas excepciones. En su día ya hablamos de las bondades del Parque del Alamillo y hoy es una buena ocasión para detenernos en el Auditorio, uno de los escenarios al aire libre más grandes del mundo (casi 3.000 metros cuadrados). Fue inaugurado en septiembre de 1991 por Rocío Jurado, la artista que más veces pisó su platea, razón por la cual el recinto acuñó su nombre tras su fallecimiento en 2006, y requirió una inversión de 30 millones de euros, o lo que es lo mismo, 5.000 millones de las antiguas pesetas.
Allá por el año 2000 surgió la idea de construir un gran acuario en Sevilla e incluso se iniciaron las obras, pero por una razón o por otra, casi siempre relacionadas con la financiación, no llegó a plasmarse en realidad. Sin embargo, cuando el proyecto parecía definitivamente enterrado, ha emergido a la superficie gracias a un préstamo de la Junta de Andalucía y a la apuesta decidida de una empresa vasca (Aquagestión), por lo que podemos decir que los sevillanos y los turistas que nos visitarán en el futuro estamos de enhorabuena.
Como casi todos los recintos deportivos, el Stadium quedó articulado en torno a cuatro gradas. La más importante era la de Preferencia, que a su vez se dividía en tres partes: alta (la de mayor capacidad), intermedia (donde estaba ubicado el palco de autoridades) y baja (para la sociedad más elitista). Justo enfrente se situó el uniforme graderío de Fondo, que daba a lo que hoy es la Avenida de la Palmera, y a los lados, dos pequeños Goles con sólo ocho filas de plazas. Oficialmente, el Stadium poseía una capacidad para 20.000 espectadores, aunque la prensa de la época sostenía que era algo inferior (unos 16.000, de los cuales 13.000 podían sentarse y otros 3.000 debían estar de pie).