El 26 de julio de 1875, en el Palacio de Dueñas (Sevilla), propiedad de la Casa de Alba, vio la luz uno de los mejores poetas que ha dado España: Antonio Machado. Fue el segundo de cinco hermanos y se crió en el seno de una familia de clase media que sólo pasó penurias económicas tras la muerte de su padre, ‘Demófilo’, un estudioso del folclore andaluz. Se formó en el instituto San Isidoro y más tarde pasó por las aulas del Cardenal Cisneros, donde empezó a interesarse por la literatura. No cabe duda de que la influencia de su hermano mayor, el también dramaturgo Miguel Machado, influyó notablemente en el desarrollo de su vocación, ya que estando aún en la capital hispalense le presentó a Valle-Inclán, y una vez que se trasladó a París, a Oscar Wilde y Pío Baroja.
Cuando sus escritos aún no le daban para subsistir, trabajó como traductor para la Editorial Garnier y también como actor de teatro, antes de ganar las oposiciones para el puesto de catedrático de francés, siendo destinado a Soria. Allí conoció a Leonor Izquierdo, que terminaría convirtiéndose en su mujer, aunque por poco tiempo. Y es que la joven murió de tuberculosis antes de cumplir los 20 años y Antonio Machado, sumido en una gran depresión, pidió el traslado a Baeza. Mientras ejercía la docencia en dicha localidad jiennense, su percepción de la realidad cambió. Así, el estilo intimista que imperaba en su obra ‘Soledades’, dio paso a unas inquietudes sociales y patrióticas, tal y como dejó patente en ‘Campos de Castilla’. Por esta razón, se le considera un miembro tardío de la Generación del 98.
De Baeza pasó a Segovia, ciudad en la que se enamoró ciegamente de una mujer casada, Pilar de Valderrama, a quien dedicaría una gran colección de versos. El estallido de la Guerra Civil le separó prácticamente de todo lo que amaba y propició su marcha a Valencia, donde no se esforzó en ocultar sus simpatías hacia el bando republicano. Tanto es así que en 1938 huyó a Barcelona y escribió muchos artículos para La Vanguardia, periódico afín al gobierno de Azaña. Poco antes de que las tropas sublevadas tomaran la Ciudad Condal, logró escapar del país y afincarse en Colliure (Francia), pueblo en el que falleció a los 63 años. En el bolsillo de su chaqueta se encontró un papel que incluía dos frases manuscritas: la primera, tomada prestada de Hamletad, rezaba ‘Ser o no ser’, mientras que la segunda fue la última de su cosecha, y decía ‘estos días azules y este sol de la infancia”.