Los buenos días de Manuela.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos días de saetas.

Os voy a contar dos anécdotas.
Cuando mi nieto era un bébé, yo lo cuidé hasta que tuvo edad de ir a la guarde.
Lo vestía, le daba los biberones, jugaba con él, hacíamos gimnasia en el sofá y le ponía música.
Muchas música y de todos los estilos.

En vísperas de Semana Santa, aún no tenía el año,
jugaba con él a cantar saetas.
Yo canto fatal. Pero da lo mismo.
Cantaba a pleno pulmón, algo parecido a una saeta, y gesticulaba y movía las manos hacia el cielo, como tantas veces he visto hacer a los saeteros.
Y pasó esto.
Fuimos, el miércoles Santo, a ver salir el Baratillo.
Por la bulla y porque el niño era muy pequeño, aún no andaba, nos situamos en la esquina de Pastor y Landero, esquina con Adriano.
Al llegar la Piedad a esa altura, una señora salió al balcón y se puso a cantar una saeta. El silencio, como siempre ocurre, inundó la calle.
Yo tenía a mi nieto en brazos.
Cuando miró hacia donde venía la voz vio a la señora en la misma actitud que yo me ponía. ¡Pero cantando bien!, claro.
Entonces el crío empezó a cantar con su lengua de trapo: ¡Aaaayyy, aaayyy, ay, ay.!, y a gesticular con sus manitas.
Yo lo mandé callar porque la gente nos miraba.

Cual fue mi sorpresa, cuando los que nos rodeaban, en lugar de enfadarse, empezaron a reír por lo que hacía el niño.
Cuando los dos acabaron la saeta.
Mi hija y yo, completamente abochornadas, empezamos a reñirle.
Y la gente nos riñó a nosotras.
“!Dejadlo, hombre, dejadlo! Ha nacido un saetero. ¿Habrá algo más bonito en Sevilla?”
Seguíamos abochornadas pero no le reñimos más.

Esta otra anécdota pasó hace ya algunas Semanas Santas.
Mis amigas y yo, íbamos a los sitios donde la procesión tenía más encanto.
Estábamos en una bulla en Chicarreros, esquina con Francos, viendo pasar los Negritos.
Se paró el paso de palio de Nuestra Señora de los Ángeles y desde la puerta de Velasco, una tienda muy conocida en Sevilla, un hombre inició la saeta a la Virgen.
El recogimiento y el silencio, como siempre, absolutos.
De pronto, mi amiga soltó un ¡!Ayyy! desgarrador.
La mandaron callar con gestos y cara de pocos amigos.
Mi amiga seguía chillando. “ ¡Ayyy, me ha mordido una rata!”
Estupefacción.
La gente dejó de prestar atención a la saeta, miraban al suelo, asustados, asqueados y querían escapar de allí.
Imposible.
Se armó tanto revuelo que empecé a tener miedo.
Y en esto se levanta el faldón del palio, saca la cabeza un costalero y dice: “!Que no hay ninguna rata! Que he sido yo. Tiene un tobillo tan bonito que no he podido aguantar las ganas de pellizcárselo.”
Como os lo cuento.
Esto sólo pasa en Sevilla.

Y para terminar un trocito del poema La Saeta, de Antonio Machado.

“Oh, la saeta el cantar,
Al Cristo de los Gitanos.
Siempre con sangre en las manos.
Siempre por desenclavar!

El no menos genial Serrat le puso música.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos y de saetas.

 

Manuela Sosa Martín.

La Catedral de Sevilla

La Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla es la catedral gótica más grande del mundo y el cuarto templo cristiano en cuanto a tamaño tras la Basílica de Nuestra Señora de la Paz en Yamusukro, la Basílica de San Pedro del Vaticano en Roma y la Catedral de San Pablo de Londres. En 1987 fue declarada por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad.

El Cabildo Metropolitano ha sido el custodio durante los siete siglos de la historia de la catedral. Para ello, mantiene la liturgia diaria, la celebración de las festividades del Corpus y de la Inmaculada y atiende la devoción a la Virgen de los Reyes. También en este templo se encuentra el cuerpo de San Fernando Rey, patrón de la ciudad.

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