Han pasado casi 20 años desde la Exposición Universal de Sevilla, pero hay recuerdos que no se esfuman con el paso del tiempo. Es más, algunos se hacen incluso más poderosos y sólidos conforme parecen más lejanos, y uno de ellos es el de la imagen de Curro. Aquel pájaro con patas de elefante, cresta multicolor y prolongado pico con las mismas tonalidades que hacían referencia a cada uno de los cinco continentes, caló muy hondo entre los sevillanos. Sí, era un ser inanimado, un boceto plasmado en millones de papeles, carteles y souvenirs, pero se hizo tan popular dentro y fuera de la ciudad, que llegó a cobrar vida propia.
Curro fue creado por el checo Heinz Edelmann, que fue el ganador del concurso de mascotas que se realizó en 1989, quedando por delante de otros 23 diseños, entre ellos, los de los reputados dibujantes españoles Antonio Mingote y Miguel Calatayud. Su elección no estuvo exenta de polémica, sobre todo, por el nombre que escogió la organización, ya que según Mingote, ése era el que había propuesto él para su figura, que era un angelito con gafas y gorra. Hubo gente que creyó que los extranjeros tendrían problemas para pronunciar el nombre de ‘Curro’ y por eso se barajaron también los de Cristóbal y Pepe, pero finalmente la
simplicidad y la simpatía del diminutivo de Francisco terminaron triunfando.
Los niños, los adultos y los mayores adoraban a Curro, así que desde estas líneas me veo obligado a hacer unas cuantas preguntas. ¿Se ha valorado lo suficiente lo que hizo Curro, sobre todo en términos promocionales? ¿Merece un reconocimiento en forma de calle, estatua o algo por el estilo? ¿Tendría sentido recuperar su imagen para impulsar algo de optimismo en estos momentos de crisis, o es mejor que quede asociada para siempre a aquel acontecimiento? Las respuestas, como su cresta y su pico, serán de todos los colores.