La estrechez de Mateos Gago

Seguimos desmenuzando el callejero de Sevilla y su trasfondo histórico, deteniéndonos en esta ocasión en Mateos Gago, que puede ser considerada como la puerta principal del barrio de Santa Cruz. Esta vía cogió prestado el nombre de un afamado catedrático de teología que impartía clases en la Universidad de Sevilla a mediados del siglo XIX. Sus ideas sobre la evolución humana chocaban frontalmente con el darwinismo que promulgaba otro profesor sevillano, Antonio Machado y Núñez (no confundir con el poeta), y originaron una intensa rivalidad académica. Al margen de dedicarse a la docencia, Francisco Mateos Gago fundó la Academia Sevillana de Estudios Arqueológicos y ejerció el sacerdocio, llegando a ser canónigo de la Catedral de Sevilla.

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Luis Montoto: el enamorado de Sevilla

Con relativa frecuencia, el nombre de una persona nos evoca más a la calle titulada en su honor que a su biografía, y con Luis Montoto sucede algo así. Quien más, quien menos, sabe dónde está situada la avenida que antiguamente era conocida como ‘Oriente’ y también cómo llegar a ella, pero mucha gente ignora quién fue y qué méritos hizo para recibir tal reconocimiento. La mejor respuesta a estas preguntas se encuentra en una placa de la calle Mateos Gago, lugar donde vivió y pereció.

“En esta su casa morada falleció el día 30 de septiembre de 1920 el Exmo. Sr. D. Luis Montoto y Rautenstrauch, poeta del hogar, cantor de los mártires del trabajo, insigne polígrafo, cronista de Sevilla a la cual consagró en su corazón y su pensamiento, espejo de caballero y dechado de humildad. La ciudad de Sevilla consagra este mármol a la grata memoria de su hijo predilecto. 1929”, reza la insignia.
Luis Montoto fue una persona eminentemente culta. Buena prueba de ello es que cursó estudios tanto de Ingeniería (en Madrid) como de Derecho (en Sevilla), llegando a ser un reputado notario eclesiástico. Pero, al margen de su formación universitaria, también exhibió un talento innato en otras disciplinas artísticas. De hecho, demostró con creces su talento para la escritura, publicando (a veces bajo el pseudónimo de ‘Lorenzo de Miranda’) numerosas y variadas obras literarias: poesías, obras de teatro, ensayos históricos… Además, era un experto en paremiología, es decir, en el estudio de los refranes.

Como enamorado de la capital hispalense, le resultaba casi imposible desarrollar una actividad sin que su ciudad natal fuese la protagonista, de ahí que el denominador común de todos sus trabajos fuese Sevilla. Dicho esto, no es de extrañar que llegara a ser concejal del Ayuntamiento, que se le considerara como el cronista oficial de la ciudad, que perteneciera al Ateneo de Sevilla y a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y que le apodaran el Patriarca de las Letras Hispalenses por haber reunido en su propio domicilio a los sevillanos más brillantes de su época. Sus coetáneos afirmaban que su gran obsesión era convertir la cultura sevillana popular en algo académico que pudiese ser exportado y admirado en cualquier otra región del mundo.

Por último, cabe destacar que, gracias a la propuesta de los hermanos Álvarez Quintero, una de las glorietas del Parque de María Luisa también está dedicada a Luis Montoto. Resulta fácil identificarla porque la constituyen un estanque y una figura femenina recostada.

La desaparecida Parroquia de San Miguel

No es ningún secreto que la relación entre Sevilla y el catolicismo siempre fue muy estrecha a lo largo de los siglos y que por esta razón, la ciudad cuenta actualmente con una Catedral superlativa y con un elevadísimo número de iglesias, capillas, basílicas, conventos, monasterios y otros santuarios religiosos. Sin embargo, no todos los que se levantaron en la antigüedad han sobrevivido a nuestros tiempos y la Parroquia de San Miguel es un buen ejemplo de ello. No hablamos de un edificio cualquiera que fue cayendo en el olvido hasta desaparecer, sino de uno de los templos más importantes que se edificaron en el centro de la ciudad.

La parroquia estaba situada en el espacio que comprenden hoy día la Plaza del Duque y las calles Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, Aponte y Trajano, es decir, en pleno corazón de Sevilla. Fue construida tras el terremoto de 1356 a petición del Arzobispo Don Nuño y bajo el reinado de Pedro I, conocido como ‘el Justiciero’ por sus partidarios y como ‘el Cruel’ por sus detractores. No existe demasiada documentación (ni escrita ni gráfica) sobre su fisonomía, pero se conocen los datos más relevantes, tales como que su estilo arquitectónico era gótico, que fue levantada en piedra, que estaba cubierta por bóvedas de crucería, que constaba de tres naves desiguales  y que sus retablos fueron realizados por Francisco Dionisio de Rivas y por Juan de Astorga.

Debido a la invasión de las tropas francesas y a la desamortización, en el convulso siglo XIX acogió a hermandades señeras como las de El Amor (que procedía de Los Terceros), Pasión (que tenía su sede en el Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes), o la Soledad de San Lorenzo, que abandonó el Convento del Carmen Calzado para instalarse allí, entre otras. Sin embargo, todas ellas debieron buscar otro refugio de nuevo cuando empezó a mascarse la revolución de ‘La Gloriosa’ de 1868. Este movimiento político se extendió por toda España para derrocar a la reina Isabel II y tenía tintes anticlericales, los cuales propiciaron que la recién nombrada Junta de la ciudad decretase la supresión de 12 parroquias y otros 23 templos religiosos que no tenían ese rango. La Parroquia de San Miguel estaba incluida en esa lista y fue demolida pese a la firme oposición del canónigo Mateos Gago. Los pocos restos que se rescataron se encuentran esparcidos principalmente entre las iglesias de San Antonio Abad y La Magdalena.

Santa Cruz: un laberinto idílico

Si hay un barrio que puede resumir por sí solo la esencia de Sevilla, ese es el de Santa Cruz. Adentrarse en él te permite darles un capricho a los cinco sentidos divisando sus casas encaladas, oliendo el aroma del azahar que desprenden sus patios, palpando la estrechez de sus calles, oyendo el murmullo de sus fuentes y saboreando las tapas sevillanas más típicas en sus restaurantes. Al margen de todo eso, tiene algo intangible, abstracto e indescriptible que le convierte en uno de los lugares preferidos de la ciudad tanto para los turistas como para los autóctonos. Para saber exactamente qué es, hay que presenciarlo ‘in situ’ forzosamente.

Su origen histórico se remonta a la antigua Judería que se asentó en Sevilla en el siglo XIII, justo después de la conquista liderada por Fernando III de Castilla. Los judíos le dieron lustre y forma a la zona hasta 1483, año en el que fueron expulsados por decreto real. A partir de entonces, el barrio de Santa Cruz entró en una pronunciada decadencia por su desuso. Por suerte, en el siglo XIX se decidió rehabilitar el barrio y gracias a esta determinación, la mayor parte de su fisonomía original ha llegado a nuestros días. Su nombre proviene de la parroquia de Santa Cruz, que antiguamente estaba situada en la Plaza de Santa Cruz, aunque posteriormente se trasladó a su emplazamiento actual: la calle Mateos Gago.

Dentro de su laberinto de angostas vías y pequeñas plazas podemos disfrutar de frescura incluso en los días de sol abrasador y encontrar rincones tan bellos como los Jardines de Murillo o el Patio de Banderas. Asimismo, según cuentan distintas leyendas, en este barrio nacieron Don Juan Tenorio y su amor imposible, Doña Inés de Ulloa, y también se intentó llevar a cabo un complot para que la ciudad pasase a manos de los judíos, relato fantástico que tiene como protagonista a la Susona y del que ya hablaremos en otro momento. En resumen, Santa Cruz es un lugar fascinante que no deja a nadie indiferente y la mejor opción para quien quiere perderse durante unas horas sin ser encontrado.