Desde que en el año 835 el Papa Gregorio IV fijara oficialmente la festividad de Todos los Santos, noviembre ha sido siempre el mes de los difuntos, la época del año en la que la vida terrenal y la celestial parecen querer acercarse mutuamente para cogerse de la mano. Son días impregnados de nostalgia y de recuerdos imborrables, y quizás por ello nos sentimos con la obligación moral de acudir a los camposantos para honrar a los seres queridos que ya no nos acompañan en el universo material. Sevilla tiene el privilegio de contar con un cementerio, el de San Fernando, que bien podría ser considerado como un monumento, ya que cuenta con elementos artísticos que van más allá de lo de sepulcral o lo religioso. Podría decirse que es un solemne museo al aire libre.
Fue inaugurado en 1852, es decir, en pleno Romanticismo, como respuesta al crecimiento demográfico y las necesidades de la ciudad de concentrar en un mismo lugar a todos los fallecidos. Anteriormente los sevillanos eran enterrados principalmente en iglesias o en cementerios improvisados, tales como el de El Prado de San Sebastián, el de Los Pobres, el de los Canónigos o el de San José (Triana). A diferencia de estos, el nuevo estuvo bien organizado desde el primer momento a través de la alineación de cipreses, el árbol fúnebre por excelencia, aunque también hay muestras de palmeras, laureles, romeros, cedros, etc. Todo el recinto se encuentra presidido por la regia figura del Cristo de las Mieles, cuya leyenda ya abordaremos en otro momento.
No sorprende demasiado que una empresa oferte visitas guiadas por el camposanto todos los sábados del mes de noviembre, ya que quien pasea por sus vías está haciendo un recorrido histórico por la ciudad. En esa amalgama de tumbas, criptas, panteones y lápidas se encuentran los restos de casi todos los sevillanos ilustres que perecieron en los últimos 150 años: poetas (Laffon, Gertrudis de Avellaneda), toreros (Joselito el Gallo, que cuenta con un imponente mausoleo, Paquirri, Sánchez Mejías), políticos (Diego Martínez Barrios), cantantes (Antonio Machín, Juanita Reina), futbolistas (Antonio Puerta) y sobre todo, personas de a pie que, de forma anónima, pusieron su granito de arena para hacer de esta ciudad el lugar más encantador del mundo.