Velázquez: el pincel de Sevilla (Parte II)

En tierras transalpinas vio todo lo que quiso ver, ya que gracias a las las credenciales que llevaba consigo pudo contemplar las obras más bellas del arte italiano, incluso las que estaban fuera del alcance de la gente corriente. Por descontado que no se olvidó de visitar el Vaticano y allí quedó anonadado con los frescos de Miguel Ángel y Rafael. Así pues, tras un año recorriendo el país de norte a sur, asimilando todo el Renacimiento italiano, Velázquez regresó a España y comenzó su periodo más prolífico. Había alcanzado una madurez extraordinaria y pintaba con pinceladas rápidas y sueltas, lo que los entendidos conocen como estilo abocetado, y un buen ejemplo de ello es ‘La rendición de Breda’. Sus avances técnicos le hicieron prosperar aún más en la corte y en 1643 ya no sólo tenía el privilegiado cargo de Ayudante de Cámara, sino que era también uno los pocos confidentes del rey.

Sin embargo, unos años después, una serie de trágicos acontecimientos hicieron tambalear su posición. Su suegro falleció; su protector, el archiduque de Olivares, fue apartado de la corte; la reina Isabel y el príncipe Baltasar también perecieron; hubo revueltas en Cataluña y Portugal… Se sintió tan abrumado por lo que le rodeaba que pidió permiso para volver a Italia, esta vez, con el propósito de adquirir obras de arte para el monarca. Pero lo más importante que hizo en este segundo viaje fue retratar con maestría al Papa Inocencio X y El resultado fue tan exitoso que otros miembros de la curia papal también quisieron posar para él. Según apuntan algunas teorías, Velázquez también aprovechó su estancia en Roma para entablar una relación amorosa que terminaría dándole un hijo ilegítimo, y es muy posible pintara la erótica ‘Venus del espejo’ inspirándose en su amante. Sea como fuere, Felipe IV se impacientó con su prolongada ausencia y le ordenó volver a España en 1651.

Con 52 primaveras a sus espaldas, Velázquez se encontraba ya en la última fase de su vida y tenía ya casi tantas obligaciones burocráticas como pictóricas tras haber aceptado el puesto de Aposentador Real. No obstante, esto no le impidió realizar en esta época dos de sus obras más conocidas: ‘Las meninas’, en la que se autorretrató junto a Margarita de Austria y sus sirvientes, y ‘Las hilanderas’, un lienzo enigmático en el que aparecen cinco mujeres preparando lana. Cuando empezó a intuir que su final estaba cerca, el sevillano se afanó en ingresar en la Orden de Santiago, pero su petición fue rechaza al comprobarse que no tenía linaje noble. Tuvo que recurrir a sus dos amigos más poderosos, el monarca español y el Papa, para que ser admitido. Con la tranquilidad que le daba haber conseguido todo lo que se había propuesto en su juventud, en 1660 cayó enfermo y falleció. Nos dejó un legado de 125 obras y Manet le describió siglos después como “el más grande pintor que jamás ha existido”.