El muro de Torneo

muro torneo sevillaEn Sevilla hubo un muro. No como el de Berlín, obviamente, ni con sus connotaciones políticas, pero sí lo suficientemente importante como para ser recordado. Vayamos por partes. A mediados del siglo XIX, el Ayuntamiento removió cielo y tierra para que el ferrocarril llegara a la capital y finalmente consiguió que la reina Isabel II aprobara la construcción de una estación de trenes en Plaza de Armas. Y fue así como, en aras de paliar el ruido y ganar en seguridad, las autoridades decidieron levantar un tabique que separaba las vías y los andenes de la carretera que recorría los antiguos barrios de Los Humeros, San Juan, y Santa Clara.

Para que nos hagamos una idea, la tapia abarcaba aproximadamente la extensión de la actual calle Torneo. En aquellos tiempos, su calzada era sensiblemente más estrecha y se caracterizaba por la sucesión de adoquines que provocaban el clásico traqueteo y por la interminable compañía del muro. Esta estampa se mantuvo durante muchas décadas, ya que Torneo no ganó la anchura ni la magnificencia que tiene en la actualidad hasta los prolegómenos de la Exposición Universal de 1992, cuando el Consistorio remodeló a fondo la margen del río y decretó el derribo del muro.

Fue concretamente el 26 de mayo de 1990 cuando el alcalde Manuel del Valle procedió a la demolición simbólica de la última ‘muralla’ edificada en Sevilla. Aquella escena simbolizó la ruptura con el pasado más prescindible, por llamarlo de alguna forma sutil, y la apertura hacia el futuro más prometedor, en el que Sevilla debía brillar con luz propia a los ojos de todo el mundo. A diferencia del de Berlín, la caída del muro de Sevilla no supuso ningún hito histórico, pero a partir de entonces el tren dejó de condicionar la fisonomía de la ciudad y ésta pudo contemplar la infancia de La Cartuja desde la otra orilla del río.  

Santa Catalina pide auxilio

El 3 de junio se cumplirán ocho años del cierre de la Iglesia de Santa Catalina debido a su delicado estado de conservación y aún no se ha iniciado el ansiado proceso de restauración. El abandono por parte de las autoridades competentes ha provocado que una plataforma ciudadana haya propuesto convertir temporalmente el exterior del templo en una especie de muro de lamentaciones, con la idea de dejar constancia del malestar de los fieles, cuyo objetivo no es buscar un culpable, sino encontrar una solución lo antes posible. Y es que Santa Catalina no es una iglesia cualquiera. De hecho, en 1912 fue declarada Monumento Nacional y esa distinción no se concede todos los días.

También es sede canónica de las hermandades de la Exaltación, de la Virgen del Carmen y del Rosario, y de Santa Lucía, y legado de varios estilos arquitectónicos que dejaron su sello en la capital hispalense. Fue construida en el siglo XIV sobre las ruinas de una antigua mezquita que sólo mantuvo partes del mihrab y del alminar de su torre. Pese a los cambios que ha sufrido a lo largo del tiempo, entre los que se incluyen el traslado de la fachada de la desaparecida iglesia de Santa Lucía a su portal, se puede decir que el edificio desprende un aroma de autenticidad difícil de describir, merced a una armónica combinación del gótico con el mudéjar. Sería una pérdida irreparable que tal valor patrimonial se esfumara con un derrumbamiento, pero esta posibilidad es tan indeseada como factible.

Los últimos informes dejaron bien claro que los pilares están cediendo y los cimientos empiezan a tambalearse. Ahora la pelota está en el tejado del Arzobispado de Sevilla (propietario), del Ayuntamiento y de la Junta de Andalucía, que se comprometieron verbalmente a coordinar la financiación. Mientras tanto, bajo la advocación de Santa Catalina de Alejandría, la mártir que fue capaz de convertir al cristianismo a los más sabios de su época y que por ello fue decapitada, y el respaldo de los feligreses y de la sociedad sevillana en general, el templo pide a gritos auxilio.

Sevilla acaba con el aislamiento de las tumbas judías y no católicas

Cementerio de SevillaEl Ayuntamiento está derribando el muro que se levantó durante el Franquismo para separar los sepulcros de los católicos de los de los disidentes de esta creencia y los hebreos. El Ayuntamiento de Sevilla está derribando un muro del cementerio levantado durante el franquismo para integrar las sepulturas de los «disidentes» del catolicismo y de los judíos con el resto de las tumbas, algo que no ocurrirá con los enterramientos musulmanes porque esta comunidad no lo quiere. La puerta de entrada de los disidentes, que ahora se llama Paseo de la Libertad y ocupa 2.000 metros cuadrados, no tiene símbolos religiosos y sólo mantiene un reloj de arena con alas como representación de la fugacidad del tiempo.

Continuar leyendo «Sevilla acaba con el aislamiento de las tumbas judías y no católicas»