Los cañones olvidados

A día de hoy, Sevilla no es un referente nacional a nivel industrial, aunque eso no quiere decir que no haya tenido peso específico en dicha materia en determinados periodos de la historia. De hecho, la ciudad siempre mantuvo una estrecha relación con la metalurgia, prácticamente desde que esta tecnología se extendió por Europa, especializándose sobre todo en el arte de fundir metales con fines militares. Eso explica el incuestionable auge que tuvo durante siglos la Real Fábrica de Artillería, ubicada en el barrio de San Bernardo. Su historia, como la de todos los edificios emblemáticos de Sevilla, no tiene desperdicio.

Para situar su origen hay que hablar inexorablemente de la Fábrica de Bronces de Sevilla, que fue su antecesora. Vio la luz en 1565 gracias a la inversión privada de la familia Morel, quienes, con un taller y un par de hornos, consiguieron un notable éxito empresarial vendiendo campanas y cañones y recibiendo otros encargos de gran magnitud como la fundición de El Giraldillo. Tan productivo era el negocio que Felipe III ordenó nacionalizarlo en 1634 para ponerlo al servicio del interés público y le sacó mucho partido gracias al inagotable comercio con las indias, logrando que muchas personas se instruyeran en el oficio y la ciudad se extendiera hacia su lado.

En 1757, Carlos III, quien siempre mostró cierta predilección por la industria, ordenó la construcción del edificio que hoy que conocemos como Real Fábrica de Artillería porque el anterior se había quedado pequeño para el ingente volumen de trabajo. La excelente organización de la nueva planta permitió fundir un sinfín de piezas de artillería que fueron destinadas principalmente a América, donde muchos colonos, entre ellos los estadounidenses, libraban batallas para conseguir la independencia. “Las piezas de artillería que salen de tan famoso establecimiento tienen una reconocida superioridad sobre casi todas las de Europa”, escribió Álvarez Miranda en el siglo XIX. Una centuria más tarde, se realizaron importantes remodelaciones para adaptarse a los últimos avances y se cimentaron nuevas factorías que funcionaron como anexos.

Una vez finalizadas la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, las tareas de la Fábrica de Artillería fueron reduciéndose progresivamente hasta tal punto que en 1992 cesó su actividad. Por suerte, sus dependencias fueron utilizadas por la Delegación de Defensa, pero ésta las abandonó en 2010 y desde entonces el edificio está completamente en desuso e incluso ha sufrido algún que otro robo. El Ayuntamiento está estudiando distintos proyectos para rehabilitarlas y es posible que en los próximos meses se ponga en marcha alguno de ellos. Sería una buena noticia, ya que, aunque todo lo que huela a beligerancia no despierte demasiada simpatía, la historia no se puede cambiar. Es más, se debe hacer todo lo posible por conservarla materialmente y no olvidarla.

Bartolomé Esteban Murillo

murilloBartolomé Esteban Murillo nace en Sevilla en 1617, en el seno de una familia compuesta por numerosos hermanos que pronto quedarán sin padres (en un espacio muy breve de tiempo morirá el padre seguido de la madre). De esta manera, Esteban será criado por una hermana y su marido, con el cual mantendrá hasta el final cordiales relaciones.Será en esta ciudad también donde comience a desarrollar su profesión de pintor, primero realizando obras de temática religiosa para exportar a América y, tras un supuesto «paseo» por Madrid conociendo de la mano de Velázquez las colecciones del Escorial y el Alcázar, asentándose y recogiendo laureles hasta su muerte en 1682.Al igual que sucede en tantos otros casos se desconoce cuándo exactamente debió comenzar el aprendizaje del joven Esteban, aunque se cree que se inició alrededor de 1633 al lado del maestro pintor Juan del Castillo, en cuyo taller habría permanecido hasta la fecha de la marcha de éste a otras capitales andaluzas unos cinco años después.

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