En los primeros planos que entregó Aníbal González en 1912 para la Exposición Iberoamericana figuraba un gran recinto deportivo entre el Parque de María Luisa y el Prado de San Sebastián. Sin embargo, el proyecto fue modificado al año siguiente para descongestionar la zona, de ahí que en dicho emplazamiento se construyera finalmente la Plaza de España y se acordara trasladar el Stadium (así se le bautizó) a lo que hoy es el barrio de Heliópolis. La idea del Comité Ejecutivo era que este escenario no sólo albergara partidos de fútbol, sino también carreras, juegos, cabalgatas y otros espectáculos al aire libre, por lo que la obra se antojaba faraónica.
Así las cosas, en 1923 el arquitecto Antonio Illanes del Río terminó los bocetos de unas instalaciones deportivas de 60.000 metros cuadrados con capacidad para 22.000 espectadores, donde lo estético y lo funcional brillaban con la misma fuerza. El único problema fue su elevado presupuesto (un millón y medio de pesetas), ya que el resto de las obras supusieron un coste más alto del previsto y el déficit por aquel entonces ya era considerable. Para colmo, los dueños de los terrenos se mostraron inflexibles en la negociación y exigieron la nada desdeñable cifra de 15 pesetas por metro cuadrado.
Con todos estos inconvenientes encima de la mesa, el comisario Cruz Conde decidió cancelar su edificación y poner en marcha otro concurso con unas directrices más modestas. De esta manera, el proyecto terminó cayendo en manos del Manuel María Smith Ybarra, el artífice del estadio de San Mamés (Bilbao), que supervisó unas obras valoradas en algo menos de un millón de pesetas. El resultado fue un estadio notable, muy por encima de la mayoría de los escenarios deportivos del país, pero por debajo del que se ideó inicialmente. De cómo quedó configurado, su inauguración y su trayectoria hablaremos en el siguiente artículo.