Una vez asentada en la calle Laraña, la Universidad de Sevilla sufrió en primera persona los vaivenes de la política española en materia de educación durante el siglo XIX. Y es que, en función de si el gobierno era conservador o liberal, el vínculo que unía a la enseñanza con la Iglesia era más o menos fuerte, algo que se tradujo en varios intentos de secularización y sus correspondientes vueltas al pasado. Lo que sí fue determinante fue el plan de centralización que llevó a cabo el ministro Pidal en 1845, a través del cual
todas las universidades de España, perdieron su autonomía y pasaron a regirse por las mismas normas nacionales. Además, todas las facultades menores fueron suprimidas, de ahí que las de Baeza y Osuna fueran anexionadas por la hispalense.
A mediados del siglo XX, la Universidad de Sevilla se trasladó a su ubicación actual, la Fábrica de Tabacos, un edificio diseñado por el ingeniero español (aunque de origen belga) Sebastian Van der Borcht, que también participó en las restauraciones de la Real Casa de la Moneda y de la Torre del Oro. Eran tiempos en los que la oferta de estudios crecía a un ritmo vertiginoso y buena prueba de ello es que a partir de los años sesenta en Sevilla ya se podía cursar Arquitectura e Ingeniería, y una década más tarde, también Económicas, Farmacia y las Ciencias por separado (Biología, Física, Química, Matemáticas, etcétera), al margen de las carreras primigenias.
La Constitución de 1978 puso fin al férreo centralismo académico y otorgó un margen de maniobra a las comunidades autónomas. Fruto de ello se aprobó en 2003 la Ley Andaluza de Universidades, con el objetivo de coordinar la enseñanza superior en todo el territorio general, siendo la Universidad de Sevilla el vértice educativo. No en vano, actualmente cuenta con unos 30 centros educativos, un catálogo de casi 70 titulaciones y más de 50.000 alumnos. Además, un prestigioso informe elaborado en 2011 la sitúa como la octava universidad más valorada de España y la 214ª del mundo.