El puente de piedra que nunca existió

Tan cierto es que Sevilla no sería lo que es sin el Guadalquivir, como que el río ocasionó grandes quebraderos de cabeza a los antiguos regidores, ya que durante siglos fue imposible construir un paso firme entre las dos orillas. Y en este sentido, hay un dato que lo dice todo: desde la inauguración del puente de barcas en 1171 hasta que se levantó el puente de Triana en 1852, no se produjo ningún avance significativo en este terreno. Es decir, durante casi siete siglos, todo el tránsito dependió de una infraestructura de madera que se averiaba constantemente y era incapaz de soportar las crecidas del Guadalquivir.  

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El precio de blasfemar

hombredepiedrasevillaEn mayor o menor medida en función del contexto histórico, blasfemar siempre ha estado prohibido. O como mínimo, mal visto. De hecho, se sigue creyendo que toda palabra injuriosa contra Dios lleva aparejada un castigo y hay leyendas que corroboran este dogma. Una de ellas tiene como escenario a Sevilla, y más concretamente, el barrio de San Lorenzo. En la calleja larga y angosta que discurre entre Santa Clara y Jesús del Gran Poder, llamada ‘Hombre de piedra’ (antes ‘Buen Rostro’), sucedió en el siglo XV una escena realmente asombrosa que dio origen a su nombre actual.

En el interior de una taberna se encontraban varios amigos bebiendo vino y mostrándose muy efusivos por los efectos del alcohol. Con todo, pudieron distinguir el sonido de una campanilla acompañado de voces susurrantes. Era una comitiva encabezada por un el cura párroco, quien portaba la caja del Viático para dar la última comunión a un enfermo terminal. Tras él, un nutrido grupo de feligreses rezaban con velas y faroles en sus manos.

Pese a que no eran especialmente devotos, los compadres dejaron sus vasos, dieron por concluidas sus jocosas conversaciones y se arrodillaron al paso del cortejo como señal de respeto. Todos menos uno de ellos, llamado Mateo el Rubio, el matón del barrio, quien decidió hacer gala una vez más de su valentía y rebeldía. Creyendo que estaba por encima del bien y del mal, no sólo se negó a inclinarse, sino que se mofó de todos los creyentes con acusaciones muy graves. “Lo que hacéis es cosa de beatas”, llegó a afirmar. Y, de manera fulminante, un rayo cayó sobre él, hundiéndole las rodillas en el suelo y convirtiendo su cuerpo en piedra, el cual permanece allí como muestra del poder divino. La ciencia, obviamente, tiene otra teoría, y atribuye estos restos arqueológicos a una estatua romana de las que solían instalarse en las termas.

Una piedra como paño de lágrimas

Si caminamos por la calle Alfonso XII en dirección a Plaza de Armas por la acera de la derecha, justo antes de llegar al cruce con Marqués de Paradas nos toparemos con una pequeña y solitaria piedra que no se caracteriza precisamente por belleza. Sin embargo, a su espalda se encuentra insertada en la pared una placa que resume su intensa historia y nos hace ver que no estamos ante un peñasco cualquiera. Su origen data de mediados del siglo XIX, época en la que Isabel II reinaba en España, aunque quien gobernaba de facto era el general Narváez. En un ambiente de descontento generalizado por los estragos de las guerras carlistas, un grupo de jóvenes sevillanos decidió levantarse en armas con más corazón que cabeza.

Tenían ideas liberales, quizás excesivamente románticas para aquellos tiempos, pero creían firmemente en ellas. Tanto es así que rápidamente pusieron rumbo a Ronda a las órdenes de un coronel retirado llamado Joaquín Serra con la idea de expandir la rebelión. El ímpetu y la animosidad les condujeron a realizar alguna que otra demostración de fuerza por el camino, aunque en ningún momento llegaron a infundir pavor. De hecho, las tropas isabelinas consiguieron detenerles con suma facilidad a la altura de Benaoján (Málaga), donde murieron 25 insurgentes. Los demás fueron devueltos a Sevilla y encarcelados en el cuartel de San Laureano a la espera de ser juzgados.

No hubo perdón ni piedad, ya que el comisionado Manuel Lassala dictaminó el fusilamiento de los 82 supervivientes en el Campo de Marte, que era un espacio vacío situado entre la Puerta de Triana y la de Goles. Allí se concentraron cientos de personas para presenciar el fin de sus vidas, pero solo una de ellas trató de frenar la ejecución: el alcalde García de Vinuesa. En un intento a la desesperada, acudió con dos alguaciles para pedir clemencia, pero sus palabras quedaron en saco roto. Para colmo, los disparos también alcanzaron fortuitamente a dos chavales que se habían subido a un árbol para contemplar la escena. Desolado y sumido en la impotencia, el alcalde se marchó del lugar con la cabeza gacha, pero al llegar a la Puerta Real, decidió parar y romper a llorar apoyándose sobre una piedra, la misma que mencionábamos al comienzo de este artículo.

La valentía de La Estrella

La historia de la Semana Santa de Sevilla está repleta de episodios fascinantes y hoy vamos a narrar lo sucedido en 1932. Por aquel entonces la II República acababa de echar a andar y el debate de si el Estado debía ser laico o no estaba en la calle. Lo cierto y verdad es que el anticlericalismo se hacía cada vez más latente en determinados sectores de la sociedad y hay quien dice que las autoridades civiles no garantizaron la seguridad de los cortejos aquel año, y que por esta razón, todas las hermandades de la capital decidieron no hacer estación de penitencia por temor a posibles incidentes.

No obstante, existe otra versión de los hechos que apunta directamente a una cuestión política. Según esta teoría, el gobierno republicano intentó por todos los medios que la Semana Santa trascurriese con total normalidad, pero la Iglesia y los partidos conservadores promovieron un plante como respuesta a su programa de secularización. Sea como fuere, el caso es que La Estrella, pese a la oposición y las críticas del resto de hermandades, fue la única que decidió actuar por su cuenta y riesgo y puso sus dos pasos en la calle en la tarde del Jueves Santo. No salió el Domingo de Ramos porque era una corporación muy humilde y dependía de una subvención municipal que se hizo de rogar.

Cuentan las crónicas periodísticas que una riada humana acompañó a la cofradía durante todo su recorrido y transformó la comitiva en un lento paseo triunfal debido a la flexibilidad horaria y a los incesantes vítores. Pero hubo quienes no se tomaron tan bien la salida de La Estrella. Al parecer, sus hermanos recibieron en los días previas cartas anónimas y amenazas para que dieran marcha atrás, pero no lo hicieron. Es más, algunos de ellos salieron aquel día con navajas al cinto para proteger a sus imágenes, pero no pudieron evitar los atentados que se produjeron. El primero de ellos acaeció en la calle Valázquez, donde cayó sobre el palio un objeto pesado que, tras ser examinado posteriormente, resultó ser una perilla de cama que había sido manipulada para funcionar como bomba. Por suerte, no estalló.

El segundo tuvo lugar en la calle Sierpes, donde otro descerebrado lanzó una piedra al paso del Cristo ocasionando desperfectos en uno de los ángeles. El autor fue detenido por la policía justo a tiempo antes de ser linchado por la muchedumbre. Pero lo peor estaba por llegar. Sobre las ocho y media de la tarde, cuando la Virgen se detuvo ante la Puerta de San Miguel, un individuo sacó una pistola y efectuó dos disparos apuntando al paso, aunque afortunadamente no logró alcanzar a la imagen. El pánico se apoderó de los presentes y el agresor trató de huir en medio del caos sin éxito, ya que entre la Benemérita y los propios ciudadanos consiguieron reducirle en la calle San Gregorio. Al parecer, se planeó otro ataque, esta vez colectivo, en el Paseo Colón, pero fue abortado a tiempo gracias al chivatazo de un anciano vendedor de sultanas.

Pese a todos los percances, la cofradía de La Estrella regresó ‘sana y salva’ a Triana en loor de multitudes y comenzó a forjar su leyenda de ‘La Valiente’.

Un sistema de sensores vigilará los movimientos de la Catedral

Catedral El Cabildo apuesta por una auscultación perpetua al estilo de la que se sigue con el Giraldillo o la que se utilizó con los pilares agrietados · Una empresa especializada de Madrid se hará cargo del montaje.En vigilancia permanente. Cada cinco minutos. La Catedral estará más mimada que nunca gracias a un sistema de auscultación perpetua que informará de los movimientos de la piedra. El Cabildo está dispuesto a comprar el mecanismo necesario para evitar nuevas grietas como las ocurridas en los dos pilares del trascoro. Una empresa madrileña especializada en el sector se hará cargo de la instalación de unos dispositivos que permitirán al maestro mayor, Alfonso Jiménez, disponer de información precisa de los movimientos de la piedra. Porque, como Jiménez afirma en multitud de ocasiones, la Catedral está viva, se mueve: «Respira». Y eso no es ni mucho menos una mala señal. Este sistema de implantación general que se instalará en breve ya se ha probado con éxito en el Giraldillo, para controlar su funcionamiento, y en los pilares agrietados, uno de los cuales contó con 64 sensores que aportaton información cada cinco minutos de su comportamiento a la hora de cargar peso.Los sensores no serán perceptibles para el público.

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La Piedra Llorosa

La piedra llorosaEn 1857, reinado de Isabel II y gobierno de Narváez, primera guerra carlista, motines y cuartelazos, un grupo de jóvenes, utópicos liberales sevillanos, capitaneados por el coronel retirado Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y por Manuel Caro decidieron alzarse en armas. Organizaron una partida fulastrona, que el 29 de junio se echó al monte camino de Ronda, cometiendo diversas tropelías en El Arahal y otros pueblos. En Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara. Los utópicos sublevados apenas dispararon un tiro, mientras las tropas les hicieron 25 muertos en las primeras descargas, y prisioneros a todos los supervivientes. El lance costó el cargo al gobernador y al capitán general.

Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los 82 detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde García de Vinuesa pidió en vano su indulto. Llegada la mañana del 11 de julio, fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados.

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