Felipe González demostró a todos a los españoles que con esfuerzo, dedicación y convicción se puede llegar a cualquier parte. Su historia es la del hijo de un vaquero que llegó a ser presidente del Gobierno, nada más y nada menos. Vendiendo ganado y haciendo malabares con las pesetas, su padre pudo costearle los estudios, lo cual no estaba al alcance de cualquiera en aquellos tiempos. Y mucho menos, donde se crió, en la Bellavista de la posguerra, la cual fue descrita por él mismo así a posteriori: “Era un barrio de aluvión, sin urbanizar y un núcleo de reclusos que trabajaban en el ‘Canal de los Presos’, o sea el Guadalquivir, y que cuando cumplían la condena de trabajos forzados, una parte no volvía a sus pueblos y se quedaba en este entorno. Era un ambiente de resistencia social a todo lo que significaba el franquismo y la dictadura. Por tanto, eso me facilitó mucho la cosa”.
Primero pensó en cursar Filosofía, pero finalmente se decantó por Derecho para tener más conocimientos sobre el mundo de los trabajadores. Dado que sentía empatía por ellos, fueron las penurias que había visto a su alrededor día tras día las que le llevaron a tomar un papel muy activo en la universidad, formando parte de distintas organizaciones democristianas. En 1964 se afilió al PSOE y poco después ya compatibilizaba su labor política (en las bases) con la de abogado laboralista. Bajo el alias de ‘Isidoro’, fue tomando muchísima
fuerza en la clandestinidad, distribuyendo propaganda, liderando manifestaciones, organizando encuentros secretos para idear una nueva España democrática y siendo encarcelado por todo ello en más de una ocasión. Un cisma en las filas socialistas le permitió ascender fulgurantemente en el organigrama del partido, pasando del comité provincial al nacional, del cargo de secretario al de diputado, de ahí a ser líder de la oposición y finalmente… a La Moncloa en 1982.
El resto de la historia todo el mundo lo conoce. Con un carisma inconfundible y una oratoria brillante, basada en la utilización de un lenguaje llano y accesible, se ganó la confianza de gran parte de España. Obviamente, su mandato tuvo luces, sobre todo en las primeras legislaturas, y también sombras, fundamentalmente en su última etapa, aunque con el paso del tiempo las primeras han preponderado sobre las segundas y buena prueba de ello es que el Ayuntamiento de Sevilla, comandado por el popular Juan Ignacio Zoido, ha tenido a bien nombrarle Hijo Predilecto de la ciudad, la máxima distinción que se reserva para los sevillanos más ilustres.