La irrupción de los centros comerciales y la expansión de la piratería audiovisual acabaron con muchos cines de Sevilla, incluido el Fantasio, al que un incendio terminó por darle la puntilla. Situado en la calle Pagés del Corro del barrio de Triana, cerca de la intersección con San Jacinto, gozó de mucha popularidad entre finales de los ochenta y principios de los noventa porque sus precios eran asequibles y apenas tenía competencia en ese lado del río. Pero también era conocido por el halo tétrico que le rodeaba, pues eran numerosas las leyendas de terror que circulaban en torno a sus proyecciones. Y no precisamente por el encantamiento de sus butacas o pantallas, sino por los ruidos que procedían del mugriento edificio de viviendas que estaba justo sobre él.
Algunos clientes juraron haber oído alaridos, pisadas y golpes secos, mientras que otros describieron espectros y luces cegadoras. El volumen de rumores fue creciendo de una manera tan abrumadora que el investigador García Bautista sintió la necesidad de estudiar aquellos sucesos paranormales. Pero su conclusión fue clara y concisa: allí no había nada extraño. Con el tiempo se descubrió que el origen de los fenómenos del Fantasio tenía una base estrictamente racional, trivial y mundana. Todo se debió a una promesa incumplida por parte del propietario del cine, que quedó en regalarle al dueño de un bar cercano uno de los pisos del edificio cuando concluyera las obras de remodelación. Pero faltó a su palabra.
Así, resentido por el engaño, el dueño del bar se propuso sabotear la venta del inmueble y comenzó a propagar todo tipo de invenciones sobre lo que ocurría unos metros más arriba del Fantasio. Durante un tiempo surtieron efecto, pues no había nadie que pasara por las inmediaciones y no dirigiera una mirada de desconfianza hacia la fachada, pero con el tiempo todo quedó en agua de borrajas. De hecho, el cine cerró definitivamente sus puertas en 1995 y las personas que viven en la planta superior lo hacen con absoluta normalidad. El fantasma, si es que alguna vez existió, se fue para no volver jamás.