Revisión al puente de Las Delicias

El puente de las Delicias fue construido entre 1988 y 1990 con vistas a la Exposición Universal de 1992 y tenía un objetivo muy claro: sustituir al viejo puente de Alfonso XII.

Por aquello de respetar el pasado, ambos puentes convivieron un par de años, si bien la mayor funcionalidad del nuevo terminó por enterrar al antiguo.

Situado entre el puente del V Centenario y el de Los Remedios, cruza el río desde la avenida Cardenal Bueno Monreal hasta la avenida Juan Pablo II y tiene una particularidad muy específica: es levadizo.

En realidad, los ingenieros que lo diseñaron (Leonardo Fernández Troyano y Javier Manterola Armisen) lo concibieron como un doble puente móvil con tableros independientes, uno para el tráfico rodado de automóviles y otro (que va en paralelo) para el tráfico férreo de mercancías.

Cuando ambos se levantan, posibilitan la entrada de grandes embarcaciones en la ciudad.

La estructura del puente de las Delicias se asienta sobre dos grandes pilares centrales que tienen forma de barca no por una cuestión arquitectónica, sino como un guiño al extinto puente de barcas de Triana.

En la parte hueca de los mismos, se encuentra toda la maquinaria necesaria para el accionamiento de la parte móvil, la cual ha sufrido varias averías recientemente.

muelle de las delicias
Muelle de las Delicias

La última de ellas se produjo el pasado mes de marzo, cuando estuvo seis días inoperativa e impidió no sólo la llegada de barcos, sino también la salida de los que ya se encontraban en la capital hispalense.

Por esta razón, la Autoridad Portuaria ya ha sacado a licitación un proyecto para mejorar su funcionamiento y evitar los fallos eléctricos e hidráulicos que, ocasionalmente, han impedido su apertura en los últimos tiempos.

El presupuesto rondarán el millón de euros y los trabajos deberían concluir entre finales de 2016 y principios de 2017.

El puente de piedra que nunca existió

Tan cierto es que Sevilla no sería lo que es sin el Guadalquivir, como que el río ocasionó grandes quebraderos de cabeza a los antiguos regidores, ya que durante siglos fue imposible construir un paso firme entre las dos orillas. Y en este sentido, hay un dato que lo dice todo: desde la inauguración del puente de barcas en 1171 hasta que se levantó el puente de Triana en 1852, no se produjo ningún avance significativo en este terreno. Es decir, durante casi siete siglos, todo el tránsito dependió de una infraestructura de madera que se averiaba constantemente y era incapaz de soportar las crecidas del Guadalquivir.  

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La playa de María Trifulca

Sevilla tuvo una playa. No como las que prometieron algunos políticos a principios de los noventa, ni como las que anhelamos en las calurosas tardes de verano, pero la tuvo. Fue bautizada con el peculiar nombre de ‘María Trifulca’ y estaba situada justo debajo del Puente del V Centenario, naturalmente, cuando éste aún no había sido construido. Funcionó desde finales de los años veinte hasta principios de los sesenta, y tenía dos orillas -una en cada margen del Guadalquivir- con públicos diferentes. La zona más próxima a Heliópolis solía reunir a familias y chavales, mientras que en el lado opuesto se congregaban personas más adultas y ‘avispadas’, por llamarlas de alguna forma.

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El triste final del Puente de Hierro

El 6 de abril de 1926, el rey Alfonso XIII ‘bautizó’ en Sevilla un puente con su nombre, aunque popularmente siempre se le conoció como Puente de Hierro. Había sido diseñado por el ingeniero José Delgado Brackenbury con motivo de la celebración de la Exposición Iberoamericana de 1929 y pretendía ofrecer una segunda opción para atravesar el río Guadalquivir, ya que por aquel entonces sólo podía hacerse (de manera ‘ordenada’) a través del Puente de Triana. El emplazamiento elegido fue el tramo que conectaba la Avenida de La Raza (hoy Las Razas) con Tablada.

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Un nuevo puente en el horizonte

puenteA nadie se le escapa que cuando la Torre Pelli y sus numerosas oficinas echen a andar, la densidad de tráfico de la zona aumentará exponencialmente. El Ayuntamiento de Sevilla es consciente de ello y lleva tiempo estudiando varios proyectos de descongestión, así como buscando la financiación y los permisos necesarios para materializarlos. Uno de ellos, quizás el más importante, es la construcción de un puente de 280 metros de longitud sobre la Dársena del Guadalquivir, el cual conectaría la Avenida Carlos III, la principal arteria de la Isla de la Cartuja, con la calle Torneo mediantes dos nuevas rotondas situadas a cada lado del río. Una de ellas estaría emplazada junto al Pabellón de la Navegación, y la otra, enfrente de la conocida gasolinera.

La infraestructura, que supondrá un coste aproximado de 12 millones de euros y debería estar terminada en 2015, contempla la habilitación de cuatro carriles, dos para cada sentido, y sus correspondientes aceras, las cuales tendrán cinco metros de anchura. Todo está perfectamente definido desde finales de 2012, pero las obras se han retrasado porque requerían una modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), pues lo que estaba previsto era el levantamiento de una pasarela para ciclistas, peatones y transportes públicos. En cualquier caso, la Junta de Andalucía, tras analizar el contexto y los detalles de manera minuciosa, no pondrá problemas en este sentido, aunque está a la espera de recibir toda la documentación formal para dar luz verde.

Originariamente, estaba previsto que la Torre Pelli funcionara al mismo tiempo que las líneas 2 y 4 del Metro, algo que está muy lejos de concretarse. Por ello, la edificación del nuevo puente se antoja perentoria. Máxime si se tiene en cuenta que a los pies de la Torre Pelli se cimentarán nada más y nada menos que 4.000 plazas de aparcamiento, un dato que deja a las claras el enorme impacto que tendrá en el tráfico este foco empresarial, y que a día de hoy la única vía de acceso y escape con la capital es el Puente del Cachorro, el cual ya de por sí se satura con cierta facilidad. 

Barqueta: la unión entre lo viejo y lo nuevo

barqueta de lado actualizado 2Tras la concesión de la Exposición Universal de 1992, en Sevilla se construyeron muchos puentes para mejorar las comunicaciones, pero hubo uno de ellos que simbolizó perfectamente la unión entre lo viejo (el casco antiguo) y lo nuevo (La Cartuja): el de la Barqueta. Hablamos de un puente colgante de un solo ojo que fue diseñado por los ingenieros Juan José Arenas de Pablo y Marcos Jesús Pantaleón Priet. Inicialmente fue concebido como pasarela peatonal, pero después se modificaron los planes para que permitiera tanto el tránsito de personas como el de vehículos.

Cabe destacar que su nombre oficial es ‘Puente Mapfre’, ya que fue financiado por dicha entidad aseguradora. Su calzada contiene dos carriles para cada sentido, una mediana central y aceras en los laterales. No es el viaducto más grande de la capital hispalense y buena prueba de ello es que se sostiene únicamente con el apoyo de cuatro soportes verticales, pero sus dimensiones son respetables, ya que posee una longitud de 168 metros y una anchura de 30. Desde el punto de vista estético, lo que le hace diferente de los demás es que su arco se abre en ambos extremos, dando la sensación de descansar cómodamente sobre el tablero.

Hay un dato que puede resultar llamativo y es que su construcción en acero fue realizada en tierra. Así, una vez concluida la obra, el 30 de mayo de 1989 el puente fue girado e instalado en su emplazamiento definitivo con la ayuda de barcazas. Aquel día hubo fuertes ráfagas de viento y muchos ojos curiosos, pero la tarea se completó de manera exitosa. De este modo, el puente de la Barqueta se convirtió en la puerta de entrada y salida de Exposición Universal de 1992 y hoy hace lo propio con el parque tecnológico, Isla Mágica, la zona universitaria, etcétera. 

El heredero del puente de barcas

puentetrianaparaweb 20100126 1163092016A mediados del siglo XIX, los arquitectos franceses Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot recibieron el encargo de sustituir el puente de barcas por uno más sólido y moderno. El antiguo sufría de lo lindo con las crecidas del río Guadalquivir y la ciudad necesitaba una conexión estable entre el barrio Triana y el centro de Sevilla. La empresa no era nada sencilla. De hecho, los romanos nunca consiguieron unir las dos orillas de forma permanente debido a los eternos problemas de cimentación, mientras que los musulmanes tuvieron que inventarse una peculiar pasarela mediante una sucesión de pequeñas embarcaciones que estaban unidas por cadenas (el puente de barcas). Más o menos cumplía su objetivo, pero precisaba de reparaciones periódicas y con frecuencia algunas personas caían al agua y morían ahogadas.

Por todo ello, se construyó el Puente de Triana, cuyo nombre oficial es Puente de Isabel II porque se inauguró durante su reinado con un vistoso desfile militar. Se tomó como espejo el extinto Puente Carrousel de París que atravesaba el Sena y se utilizaron como materiales la piedra y el hierro, prescindiendo por fin de la traicionera madera. Además, las autoridades exigieron a los contratistas que las piezas fueran elaboradas en Sevilla, razón por la cual los talleres de los hermanos Bonaplata trabajaron a destajo durante el periodo comprendido entre 1845 y 1852. El resultado fue una obra excelente tanto a nivel estético como desde el punto de vista funcional, de ahí que hoy es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.

El 13 de abril de 1976 el puente fue declarado Monumento Histórico Nacional y un año más tarde fue reformado por el ingeniero onubense Juan Batanero. En dicha reestructuración se instaló un nuevo tablero y los arcos dejaron de ser pilares estructurales para convertirse en meros elementos decorativos. Por último, cabe reseñar que en el extremo del puente más cercano a Triana se encuentra la Capilla del Carmen, conocida coloquialmente como ‘El mechero’ por su forma y sus reducidas dimensiones. La edificación de este pequeño templo fue supervisada por el mismísimo Aníbal González y es sede de la Hermandad de Gloria de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.

El balcón del edén

calle betis sevillaUna de las formas más rápidas de apreciar el brillo de Sevilla es recorrer la calle Betis y dejar que nuestros ojos miren en todas las direcciones, pues apunten donde apunten siempre encontrarán algo admirable.  Lo primero que llama la atención es la proximidad del Guadalquivir, que discurre de forma paralela a un palmo de terreno, de ahí que la vía tomara prestado el antiguo nombre del río (Betis, para los romanos). Asimismo, sin necesidad de fruncir el ceño, desde esta ubicación podemos divisar dos hermosos puentes (el de Isabel II y el de San Telmo), la Torre del Oro en su esplendor e incluso la preponderancia de la Giralda sobre el cielo hispalense.  

Y qué decir de su principio y de su final, pues en un extremo de la calle Betis se encuentra la Plaza del Altozano y en el otro, la de Cuba. Entre medias, una hilera de hermosas casas diseñadas bajo el patrón de la arquitectura popular andaluza del siglo XVIII, con patios coloridos y balcones que ofrecen unas vistas inigualables. Además, esta vía alberga un buen puñado de restaurantes, pubs, cafeterías, terrazas, discotecas y otra serie de locales que la convierten en una de las zonas más ambientadas de Sevilla durante la noche. Y por si fuera poco , también es ‘sede’ temporal de la Velá de Santa Ana que se celebra todos los años en el mes de julio.

Si retrocedemos en el tiempo, debemos reseñar que en la calle Betis se encontraba la Universidad de Mareantes, centro en el que se instruían los marineros para posteriormente viajar hacia América. Y si nos referimos a la rabiosa actualidad, es imposible no hacer referencia al debate sobre su peatonalización. En estos momento está implantada una fórmula ‘mixta’ que consiste en permitir exclusivamente el acceso de los vehículos de los residentes autorizados, pero desde las esferas políticas se está estudiando tanto la posibilidad de peatonalizarla por completo como la de abrirla al tráfico sin restricciones. El tiempo dirá.