La invención de la imprenta supuso un antes y un después en la historia de la humanidad. No en vano, hasta entonces el conocimiento se transmitía únicamente a través de la palabra hablada y, en menor medida, de la manuscrita, que implicaba un esfuerzo nada baladí a la hora de reproducir los libros. Por ello, la posibilidad de mecanizar la producción cambió el mundo para siempre, aumentando exponencialmente la difusión de los textos y el interés por leerlos. Si bien previamente ya se habían probado diferentes artilugios para realizar copias, el avance más significativo lo aportó el alemán Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV, ya que su flamante aparato necesitaba la mitad de tiempo que el más rápido de los copistas para imprimir un libro.
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La reapertura de la Torre de don Fadrique
La Torre de don Fadrique está en pie desde hace muchísimo tiempo, concretamente, desde 1252, pero lleva 14 años cerrada a cal y canto por el precario estado de conservación de su interior. Afortunadamente, sus días de clausura están llegando a su fin, ya que los trabajos de restauración que se están realizando permitirán la reapertura de sus puertas al público en las próximas semanas. Así lo anunció recientemente el Ayuntamiento de Sevilla, a través de un comunicado en el que aclaraba que, además de repararse los daños en la atalaya, se van a adecentar los jardines y acerados externos.
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Una iglesia con acento francés
En Sevilla, como en Roma, hay una iglesia en cada esquina y resulta materialmente imposible jerarquizarlas porque todas tienen su encanto. Hoy hablaremos de la de San Luis de los Franceses, uno de los mejores exponentes del barroco hispalense. Fue construida con un gusto exquisito entre 1699 y 1730 por la Compañía de Jesús, que ya había levantado previamente la Iglesia de la Anunciación. Los terrenos eran propiedad de Doña Lucía de Medina, quien puso dos condiciones para donarlos: que el templo se consagrara a San Luis (rey de Francia) y que ella misma fuese enterrada en su Capilla Mayor cuando pereciera. Ambas peticiones fueron aceptadas.
Funcionó como noviciado hasta 1767, año en el que los jesuitas fueron expulsados por primera vez por orden de Carlos III. Posteriormente pasó a ser un seminario clerical, un hospicio para religiosos mayores, un convento franciscano, una fábrica… en resumen, todo menos una iglesia. De hecho, durante muchos años estuvo cerrada al culto y en una situación de semiabandono. Afortunadamente, entre 1984 y 1990 se llevaran a cabo unos trabajos de restauración para darle una nueva utilidad: la de ser un privilegiado escenario para conciertos musicales y representaciones teatrales. Actualmente también se encuentra en obras para renovar su aspecto y reforzar sus estructuras.
¿Y pué podemos destacar de su arquitectura? Pues prácticamente todo. Se da por hecho que el diseño corrió a cargo de un arquitecto italiano desconocido y que el sevillano Leonardo de Figueroa actuó como maestro de obras. Vista desde fuera, la iglesia de San Luis llama la atención por su bellísima fachada elaborada en piedra y ladrillo, sus dos torres octogonales y su portentosa cúpula. El interior se articula con refinadas columnas salomónicas y cuenta con siete retablos de incalculable valor. El principal está presidido por un lienzo de San Luis, una Inmaculada de Duque Cornejo y un cuadro de la Virgen María con el Niño Jesús, mientras que los otros seis, situados en los laterales, están dedicados a diferentes Santos Jesuitas: San Ignacio de Loyola, San Estanislao de Kostka, San Luis Gonzaga, San Juan Francisco Regis, San Francisco de Borja y San Francisco Javier.
La Casa de la Moneda sobrevive a duras penas
Una vez culminada la Reconquista (1492), los Reyes Católicos quisieron reorganizar todo lo relacionado con la acuñación de monedas y decidieron que sólo siete cecas de las que operaban en España prosiguieran su actividad. Una de las elegidas fue la Casa de la Moneda de Sevilla, que cambió su ubicación para estar más cerca del Guadalquivir, y por tanto, de lo que llegaba de las Indias. Así las cosas, las nuevas dependencias se levantaron concretamente en las huertas de las Atarazanas, entre la Torre del Oro y la Torre de la Plata, trayecto que era recorrido a diario por los mercaderes más acaudalados.
Y justo allí, los metales más preciados eran convertidos en marcos y doblones para el sostenimiento de la economía española… y mundial, pues no hay que olvidar que eran tiempos de continuos descubrimientos en América. Ya en el siglo XVIII, fue reformada profundamente por el arquitecto Sebastián Van der Borcht, quien mejoró su aspecto exterior (le incorporó la gran portada que hace las veces de acceso principal) y acabó con los problemas estructurales y y de filtraciones derivados del terremoto de Lisboa.
La Casa de la Moneda de Sevilla tuvo una actividad frenética hasta el siglo XIX, pero a partir de entonces fue perdiendo vitalidad progresivamente. De hecho, en 1868 dejó de tener una función fabril y fue dividida en tres partes, las cuales fueron vendidas a sendos particulares: Ildefonso Lavín, José Marañón e Inocencio Ocho. Sólo una década más tarde quedó en manos de un único propietario, que llevó a cabo reformas integrales para darle un uso residencial. Sin embargo, pronto sus instalaciones fueron abandonadas y hubo que esperar hasta bien entrado el siglo XX para que se iniciara una restauración que perseguía recuperar su fisonomía original. Desgraciadamente, las últimas obras a las que ha sido sometido el edificio han generado muchísima polémica. Tanto es así que la Junta de Andalucía acusa al arquitecto de un delito contra el patrimonio histórico por “alterar gravemente” su estructura y levantar un ático inexistente.
La Virgen de la O
La Hermandad de la O, la primera de Triana que cruzó el río Guadalquivir e hizo estación de penitencia a la Catedral de Sevilla, también tuvo que padecer las vicisitudes de la Guerra Civil. No en vano, uno de sus titulares, Nuestro Padre Jesús Nazareno, resultó mutilado durante una de las revueltas, mientras que la imagen mariana quedó tremendamente deteriorada. Ante la dificultad que entrañaba la restauración, la junta de gobierno optó por encargar una nueva y fue entonces cuando el célebre escultor Antonio Castillo Lastrucci se puso manos a la obra y talló la actual Virgen de la O (1937) por un precio que hoy se nos antoja ridículo: 2.000 pesetas.
De advocación Dolorosa, aunque también de Esperanza, la imagen reúne todos los elementos distintivos de su autor (realismo, tez morena, ojos profundos y oscuros, boca entreabierta, cejas tensadas…), si bien guarda un razonable parecido con la escultura original de Pedro Roldán (1667). Mide aproximadamente 1,62 metros, presenta una postura erguida y coloca las manos a la altura de la cintura, aferrándose al pañuelo y al rosario. Su aspecto es jovial, de ahí que el dolor que transmite consiga cautivar con más motivo.
El paso de palio en el que procesiona cada Viernes Santo es el más grande de Sevilla y cuenta con siete trabajaderas. Trágicamente, fue atropellado por un tranvía que descarriló en la Plaza del Altozano en la Semana Santa de 1943. No hubo que lamentar víctimas mortales, aunque los daños materiales fueron considerables. Entre sus enseres, destaca especialmente el manto diseñado por Juan Manuel Rodríguez Ojeda y confeccionado en hilo de oro sobre terciopelo burdeos por Guillermo Carrasquilla (1939). Por último, cabe destacar que la Virgen de la O, que se venera en la iglesia que lleva el mismo nombre y está situada en la calle Castilla, fue coronada canónicamente el 2 de junio de 2007.
El mirador de Sevilla
Aunque para muchos haya pasado desapercibido, Sevilla cuenta oficialmente con un mirador desde hace siete años. Nos referimos a la Torre de Perdigones, que fue restaurada en 2007 para convertirse en la vigía de Sevilla. Para acceder a su observatorio hay que pagar una entrada (1,50 euros), subir por un ascensor y escalar 20 peldaños. Una vez allí, se puede contemplar toda la ciudad a 45 metros de altura (casi la mitad que la Giralda) y en días despejados incluso se llega a otear la serranía de Ronda. Los que ya han vivido la experiencia destacan el predominio del color blanco en los edificios, así como la perfecta asimetría con la que han sido dispuestos.
Al margen del mirador, la Torre de los Perdigones (situada en la calle Resolana del barrio de La Macarena), cuenta también con una cámara oscura. Visitarla cuesta 4 euros, pero los que la conocen saben que merece la pena. No en vano, ofrece una imagen en directo y en movimiento de la ciudad de Sevilla a través de un periscopio. Este artilugio, gracias a sus espejos y lentes de aumento, nos brinda una panorámica de Sevilla realmente original, ya que el efecto óptico que utiliza no está muy extendido. Tanto es así que en Europa se pueden contar con los dedos de las manos las cámaras oscuras de este tipo, siendo la de Edimburgo (Escocia) la más antigua y conocida.
¿Y qué había antes en la Torre de los Perdigones? Como bien indica su nombre, era una fundición que formaba parte de la antigua fábrica de San Francisco de Paula desde 1890. El plomo era llevado hasta la parte superior de la atalaya, donde era introducido en un horno. Una vez derretido, se vertía en cribas de distintos calibres y el viento que entraba por las ventanas solidificaba el producto armamentístico, que termina cayendo a la base de la torre por la ley de la gravedad.