Tan cierto es que Sevilla no sería lo que es sin el Guadalquivir, como que el río ocasionó grandes quebraderos de cabeza a los antiguos regidores, ya que durante siglos fue imposible construir un paso firme entre las dos orillas. Y en este sentido, hay un dato que lo dice todo: desde la inauguración del puente de barcas en 1171 hasta que se levantó el puente de Triana en 1852, no se produjo ningún avance significativo en este terreno. Es decir, durante casi siete siglos, todo el tránsito dependió de una infraestructura de madera que se averiaba constantemente y era incapaz de soportar las crecidas del Guadalquivir.
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La baranda de la calle Betis
El tema de la baranda de la calle Betis es realmente espinoso. Por un lado, todos queremos pasear por lugares seguros, sobre todo, después de haber sido testigos indirectos del trágico accidente de Sylwia Rajchel, una joven polaca de 23 años que perdió el equilibrio al intentar hacerse un ‘selfie’ y cayó trágicamente al río, donde murió ahogada. Y por otro, todos queremos pasear por lugares bonitos y contemplar las mejoras vistas sin tener que hacer más esfuerzos de los estrictamente necesarios. Desafortunadamente, ambas cosas parecen estar reñidas en el asunto que estamos tratando.
Luz verde al paseo fluvial
Empezó siendo una mera idea, posteriormente se transformó en un proyecto concreto, y ahora está a punto de empezar a convertirse en realidad. Hablamos del paseo fluvial que irá desde el Puente del Alamillo hasta el de Triana, el cual acicalará todo el entorno de la Torre Pelli. Su edificación ya ha sido aprobada por el Ayuntamiento de Sevilla por vía de urgencia, por lo que las obras no tardarán en comenzar. En cuanto a su diseño, cabe reseñar que ha corrido a cargo del prestigioso arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra, quien se ha propuesto vertebrar toda la orilla del río con un espacio atractivo y natural.
El viaje de Gulliver a Sevilla
‘Los viajes de Guilliver’ es uno de esos libros que todo el mundo conoce aunque no lo haya leído. No en vano, su éxito ha traspasado las páginas y ha sido trasladado al cine, al teatro y a la propia cultura popular. Aunque muchos lo consideran una obra infantil, el verdadero objetivo de Jonathan Swift (su autor) fue escribir una sátira de la condición humana disfrazada de libro de viajes. Así, eligió como personaje principal al controvertido Gulliver, que pasó de ser cirujano a capitán de barcos, y fue llevado a países pintorescos durante el transcurso de la historia.
Vacaciones en el río
Si peinas canas o intuyes que lo harás pronto, a buen seguro que recordarás la serie estadounidense ‘Vacaciones en el mar’, emitida entre 1977 y 1986. Estaba ambientada en un enorme barco que realizaba cruceros de por distintos puntos del mundo y fue rodada con un tono cómico, amable y familiar. En cualquier caso, la verdadera clave de su éxito residió en mostrar un tipo de turismo, el marítimo, que hasta entonces era minoritario y sólo estaba al alcance de unos pocos. Hoy día, por el contrario, está muy extendido y en continuo crecimiento, pues la oferta es variada y se adapta a todos los bolsillos.
Un paseo por La isla mínima
Alberto Rodríguez lo ha vuelto a hacer. Tras ‘7 vírgenes’. ‘After’ y ‘Grupo 7’, el cineasta sevillano está cosechando otra vez un éxito rotundo con su última película, ‘La isla mínima’, que es la gran favorita para la próxima edición de los Premios Goya. La trama gira en torno a dos policías madrileños que se desplazan a principios de los ochenta hasta las marismas del Guadalquivir para intentar esclarecer la misteriosa desaparición de unas jóvenes. Pese al silencio de todas las personas que son interrogadas, la sombra del tráfico de drogas planea sobre la mente de los investigadores y se hace más patente conforme avanza el metraje.
La Sevilla ‘marinera’
Los cruceros están de moda, y Sevilla, pese a no tener costa, también se está beneficiando de ello. La ‘culpa’ la tienen el río Guadalquivir, su navegabilidad y la nueva esclusa Puerta del Mar, cuya construcción ha posibilitado el acceso de grandes buques al Puerto de Sevilla. No debe sorprender, por tanto, que los datos estadísticos revelen que el turismo fluvial ha crecido un veinte por ciento durante los últimos tres años. Si lo traducimos a cifras concretas, la capital hispalense ha pasado de recibir unos 16.000 pasajeros en 2011, a llegar a los 19.500 en 2013.
Pero el crecimiento no ha sido sólo cuantitativo, sino también cualitativo. En otras palabras, los cruceristas que están llegando últimamente tienen más poder adquisitivo que los que atracaban hace unos años. Así, su gasto medio por día es de 150 euros y sus nacionalidades son variadas: estadounidenses, franceses, alemanes, ingleses, etcétera. En lo que llevamos de 2014 han llegado 27 cruceros al Puerto de Sevilla y se espera que antes de finalizar el año el número aumente hasta los 58.
En este mes de agosto van a arribar cuatro y ya conocemos la ‘identidad’ de dos de ellos. El primero ha sido el ‘Berlín’, que llevaba a bordo 250 pasajeros procedentes de Lisboa. Sus dimensiones (39 metros de eslora y 16 de manga) llamaron poderosamente la atención a todos los que se encontraban cerca del Guadalquivir el 18 de agosto a eso de las 15:00 horas. El siguiente fue el ‘Tere Moana’, que llegó el 21 de agosto a primera hora de la mañana procedente de Gibraltar y repetirá el día 25 llegando desde Portimao (Portugal). Hablamos de un barco francés de lujo, y buena prueba de ello es que cuenta con 45 tripulantes para tan solo 95 pasajeros. O lo que es lo mismo, un empleado para cada dos clientes.
Melonares, en la recta final
De Melonares se lleva hablando tanto tiempo… que ya nos parece un pantano antiguo. Y nada más lejos de la realidad, pues oficialmente aún no se ha estrenado. Pero vayamos por partes. A principios de los setenta se llegó a la conclusión de que era ineludible construir un nuevo embalse para aumentar el abastecimiento de agua en el área metropolitana de Sevilla y acabar con el temor a las prolongadas sequías. La ubicación elegida fue la Sierra Norte, y más concretamente, un parque natural situado entre las localidades de El Pedroso y Castilblanco de los Arroyos que recibe el nombre de Los Melonares.
Como suele ocurrir con todos los proyectos de gran envergadura, los plazos iniciales no se cumplieron y hubo que esperar más de lo debido para ver los planos transformados en realidad. Tanto es así que las obras, financiadas con fondos europeos, comenzaron durante el mandato de Soledad Becerril (1995-1999) y no concluyeron hasta diciembre de 2007. Pero claro, una cosa era rematar el pantano y otra, conectarlo a la red de Emasesa. Dichos trabajos están a punto de finalizar, por lo que, si no hay imprevistos de última hora, los sevillanos podrán beber agua procedente de este embalse a finales de este mismo año.
Cuando hablamos de Melonares nos estamos refiriendo al pantano más grande de los que abastecen a Sevilla (186 hectómetros cúbicos), muy por encima del de Zufre (175). Se nutre del río Viar, que nace en Monesterio (Badajoz) y desemboca en el Guadalquivir, regando entre medias (su canal) las cosechas de los pueblos de Cantillana, Villaverde del Río, Alcalá del Río, Burguillos, Guillena y La Algaba. Una vez que las conexiones estén operativas, el agua ‘viajará’ desde Melonares a El Carambolo (Camas), donde Emasesa tiene su estación de bombeo. En total, hará un recorrido de 60 kilómetros antes de introducirse en las tuberías de la capital hispalense.
La Casa de la Moneda sobrevive a duras penas
Una vez culminada la Reconquista (1492), los Reyes Católicos quisieron reorganizar todo lo relacionado con la acuñación de monedas y decidieron que sólo siete cecas de las que operaban en España prosiguieran su actividad. Una de las elegidas fue la Casa de la Moneda de Sevilla, que cambió su ubicación para estar más cerca del Guadalquivir, y por tanto, de lo que llegaba de las Indias. Así las cosas, las nuevas dependencias se levantaron concretamente en las huertas de las Atarazanas, entre la Torre del Oro y la Torre de la Plata, trayecto que era recorrido a diario por los mercaderes más acaudalados.
Y justo allí, los metales más preciados eran convertidos en marcos y doblones para el sostenimiento de la economía española… y mundial, pues no hay que olvidar que eran tiempos de continuos descubrimientos en América. Ya en el siglo XVIII, fue reformada profundamente por el arquitecto Sebastián Van der Borcht, quien mejoró su aspecto exterior (le incorporó la gran portada que hace las veces de acceso principal) y acabó con los problemas estructurales y y de filtraciones derivados del terremoto de Lisboa.
La Casa de la Moneda de Sevilla tuvo una actividad frenética hasta el siglo XIX, pero a partir de entonces fue perdiendo vitalidad progresivamente. De hecho, en 1868 dejó de tener una función fabril y fue dividida en tres partes, las cuales fueron vendidas a sendos particulares: Ildefonso Lavín, José Marañón e Inocencio Ocho. Sólo una década más tarde quedó en manos de un único propietario, que llevó a cabo reformas integrales para darle un uso residencial. Sin embargo, pronto sus instalaciones fueron abandonadas y hubo que esperar hasta bien entrado el siglo XX para que se iniciara una restauración que perseguía recuperar su fisonomía original. Desgraciadamente, las últimas obras a las que ha sido sometido el edificio han generado muchísima polémica. Tanto es así que la Junta de Andalucía acusa al arquitecto de un delito contra el patrimonio histórico por “alterar gravemente” su estructura y levantar un ático inexistente.