El romance prohibido de Don Fadrique

Junto a la Torre del Oro, la de Don Fadrique es la otra gran atalaya de la ciudad de Sevilla. Se encuentra en el patio del Convento de Santa Clara y fue construida en 1252 con ladrillos y piedras dentro de la zona delimitada por las murallas. Tiene una planta cuadrada de unos 10 metros de lado, posee un estilo arquitectónico que combina rasgos del románico y del gótico, y su estado de conservación es excelente. De hecho, sobre la puerta de entrada se puede leer con claridad un placa escrita en latín que dice así: “Esta torre es fabrica del magnífico Fadrique, podrá llamarse la mayor alabanza del arte y del artífice: a su Beatriz madre le fue grata esta prole del rey Fernando, experimentado y amigo de las leyes. Si deseas saber la era y los años, ahora mil doscientos y cincuenta y dos (1252) ya existía la torre serena y amena llena de riquezas”.

El texto deja entrever una historia que ha dado pie a múltiples interpretaciones. La más difundida, y probablemente también la más alejada de la realidad, es la que hace referencia a un romance prohibido, pero vayamos por partes. Don Fadrique era Infante de Castilla e hijo de Fernando III de Castilla y Beatriz de Suabia. Su padre enviudó a los 50 años y volvió a casarse con la francesa Juana de Danmartín, mucho más joven que él. Tras la conquista de Sevilla y Córdoba, ambos quedaron instalados en el Alcázar, pero el monarca falleció poco después. Fue entonces cuando Don Fadrique dejó Italia y viajó a la capital hispalense por primera vez para conocer y mostrar respetos a su madrastra, de la que quedó prendado rápidamente. Ambos eran prácticamente de la misma generación y compartían la afición por la caza.

Según cuenta la leyenda, con la llegada del invierno se hacía muy difícil atrapar a los animales en las proximidades del río, por lo que Don Fadrique ordenó construir una torre para que hiciera las veces de pabellón de caza… y de nido de amor. El edificio generó muchas suspicacias desde el primer momento, pero el Infante se defendió argumentando que iba a servir para repeler los hipotéticos ataques de los musulmanes, algo incoherente teniendo en cuenta que se había levantado ‘intramuros’. La relación entre los dos jóvenes era ‘vox populi’ y no fue bien acogida ni en la nobleza ni en el pueblo llano. Tanto es así que, con motivo de la celebración de su onomástica, Juana envió 200 invitaciones y nadie acudió al banquete. La situación se volvió insostenible y la reina se vio obligada a partir hacia Francia con sus hijos en una falúa, mientras que Don Fadrique fue ajusticiado en Burgos por orden de su hermano, Alfonso X de Castilla, tras haber ofendido el decoro real.

La versión de los historiadores, como no podía ser de otra forma, es muy distinta. Si bien no hay unanimidad acerca de por qué fue ejecutado, lo cierto y verdad es que en ninguna de las teorías se menciona una posible aventura entre Don Fadrique y Juana de Danmartín. Así pues, todo hace indicar que perdió la vida por conspirar contra el poder que ostentaba Alfonso X. Como curiosidad, cabe destacar que el gusto del Infante por las atalayas era incuestionable y no se sació completamente con la de la capital, ya que en Albaida del Aljarafe también ordenó construir otra que lleva su nombre.  

El abanico que firmó Costillares

CostillaresPor los años de 1770, el gran Costillares era la primera figura indiscutible del toreo, ídolo de las multitudes, a quien admiraban los hombres y  de quien se enamoraban las mujeres. Costilleres vino a torear a la Real Maestranza de Sevilla, y en uno de los momentos en que se acercó a la barrera durante la lidia, una dama que estaba en primera fila de barrera le echó su abanico, pidiéndole que al terminar la lidia se lo firmara. Costillares, en vez de dejar el abanico en manos de su mozo de espadas mientras el terminaba la faena´, sonrió a la dama, requirió la espada, y sin muleta, se dirigió al toro. Un grito de sorpresa recorrió los tendidos. Costillares, con la espada en la mano izquierda, abrió en abanico que empuñaba en la diestra, y citó al toro que acudió al engaño. Con el banico de la dama a modo de muleta realizó toda la faena y remató citando a matar, enterrando la espada hasta la bola.

 

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