El rito de comer caracoles

El ser humano come caracoles desde tiempos inmemoriales. Al principio se lo llevaba a la boca porque no había mucho donde elegir y su recolección era sencilla. De hecho, mientras el hombre se jugaba la vida cazando, mujeres y niños buscaban otros alimentos menos ‘peligrosos’, entre ellos, este tipo de moluscos. Mucho más adelante, durante la época romana, pasaron a ser considerados artículos de lujo y estaban fuera del alcance de las clases bajas, que los veían como un objeto de deseo inalcanzable. Como en toda ciclotimia, siglos después fueron defenestrados y catalogados como comida basura, pero una personalidad pública, el prestigioso político francés Charles Maurice de Talleyrand, volvió a reivindicar su ingesta en el siglo XVIII y todo cambió de nuevo.

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Las inquebrantables Justa y Rufina

justa rufinaEs de Perogrullo afirmar que Justa y Rufina no fueron santas siempre y hoy nos hemos propuesto ahondar en sus biografías, que están estrechamente relacionadas. No en vano, hablamos de dos hermanas carnales que nacieron en Sevilla en los años 268 y 270 respectivamente durante el dominio romano. En aquellos tiempos imperaba el paganismo, por lo que el cristianismo que practicaban ellas suponía una rara excepción. Una vez al año, los romanos celebraban una fiesta en honor a Venus y una comitiva recorría las calles pidiendo una aportación económica de casa en casa. Cuando llegaron al hogar de Justa y Rufina, éstas no solo se negaron a pagar por un evento contrario a su fe, sino que destrozaron la figura de la diosa que portaban los recaudadores.

Diogeniano, a la sazón gobernador de la ciudad, ordenó a sus subalternos que las encerraran y las obligaran a abandonar sus creencias religiosas. Dado que por las buenas no consiguieron nada, utilizaron distintos métodos de tortura, tales como el potro (un macabro instrumento que tiraba de las extremidades) y los garfios de hierro, pero el resultado fue idéntico. Así las cosas, fueron recluidas en una celda mugrienta en la que recibían agua y comida con cuentagotas para que sufrieran física y psicológicamente. Sin embargo, para sorpresa de todos, lograron resistir estoicamente.

Tuvieron que inventarse un nuevo castigo y esta vez las forzaron a caminar descalzas hasta Sierra Morena, confiando en que se derrumbarían por el camino. Pero una vez más, volvieron a subestimarlas. Las mandaron de vuelta a un calabozo, donde en condiciones infrahumanas sobrevivieron juntas durante un tiempo más hasta que Justa falleció. Entonces Diogeniano decidió acabar su matanza guiando a su hermana Rufina hasta el anfiteatro para que un león la devorara delante de las masas, pero asombrosamente el animal se limitó a lamerle sus vestiduras. Harto de tantos reveses que ponían en duda su poder, el prefecto mandó degollarla y quemarla en la hoguera. Justa y Rufina demostraron una fe inquebrantable y por eso la Iglesia decidió canonizarlas siglos después.       

El heredero del puente de barcas

puentetrianaparaweb 20100126 1163092016A mediados del siglo XIX, los arquitectos franceses Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot recibieron el encargo de sustituir el puente de barcas por uno más sólido y moderno. El antiguo sufría de lo lindo con las crecidas del río Guadalquivir y la ciudad necesitaba una conexión estable entre el barrio Triana y el centro de Sevilla. La empresa no era nada sencilla. De hecho, los romanos nunca consiguieron unir las dos orillas de forma permanente debido a los eternos problemas de cimentación, mientras que los musulmanes tuvieron que inventarse una peculiar pasarela mediante una sucesión de pequeñas embarcaciones que estaban unidas por cadenas (el puente de barcas). Más o menos cumplía su objetivo, pero precisaba de reparaciones periódicas y con frecuencia algunas personas caían al agua y morían ahogadas.

Por todo ello, se construyó el Puente de Triana, cuyo nombre oficial es Puente de Isabel II porque se inauguró durante su reinado con un vistoso desfile militar. Se tomó como espejo el extinto Puente Carrousel de París que atravesaba el Sena y se utilizaron como materiales la piedra y el hierro, prescindiendo por fin de la traicionera madera. Además, las autoridades exigieron a los contratistas que las piezas fueran elaboradas en Sevilla, razón por la cual los talleres de los hermanos Bonaplata trabajaron a destajo durante el periodo comprendido entre 1845 y 1852. El resultado fue una obra excelente tanto a nivel estético como desde el punto de vista funcional, de ahí que hoy es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.

El 13 de abril de 1976 el puente fue declarado Monumento Histórico Nacional y un año más tarde fue reformado por el ingeniero onubense Juan Batanero. En dicha reestructuración se instaló un nuevo tablero y los arcos dejaron de ser pilares estructurales para convertirse en meros elementos decorativos. Por último, cabe reseñar que en el extremo del puente más cercano a Triana se encuentra la Capilla del Carmen, conocida coloquialmente como ‘El mechero’ por su forma y sus reducidas dimensiones. La edificación de este pequeño templo fue supervisada por el mismísimo Aníbal González y es sede de la Hermandad de Gloria de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.

La ciudad de las torres

A medio camino entre Córdoba y Sevilla se encuentra Écija, conocida popularmente como la ciudad de las torres. Sus orígenes se remontan a la época tartésica, aunque el despegue definitivo se produjo en el periodo romano, cuando se convirtió en uno de los principales vértices de la provincia Bética gracias a su privilegiado emplazamiento. No en vano, Astigi (así se llamaba entonces) estaba muy próxima a la Vía Augusta, la gran calzada que atravesaba Hispania desde Los Pirineos hasta Cádiz, y también al río que Genil, que facilitaba las tareas de regadío en un tierra tremendamente fértil. No es de extrañar, por tanto, que Écija lleve 20 siglos exportando aceite de oliva.

La relevancia de Écija no se esfumó con la caída del imperio romano, que dejó mosaicos y yacimientos de gran valor, sino que siguió intacta durante el dominio musulmán. Pasó a llamarse Istiya o Astiya, y posteriormente fue bautizada con el sobrenombre de Madinat al-qutn (ciudad del algodón). Los árabes consideraban muy valioso este territorio y buena prueba de ello es que lo amurallaron con unas fortificaciones y torres albarranas (de ahí su apodo actual) que afortunadamente han sobrevivido a nuestros tiempos. Tras la reconquista llevada a cabo por Fernando III, se instalaron en Écija familias acaudaladas y miembros de la nobleza que fomentaron la construcción de numerosos palacios, monasterios, conventos e iglesias.

Écija, conocida también como ‘La Sartén de Andalucía’ por las elevadísimas temperaturas que se alcanzan en verano, ha recibido numerosas distinciones a lo largo de su historia. Sin ir más lejos, fue sede episcopal entre los siglos VI y XI, capital de provincia en el Emirato y Califato de Córdoba, ciudad de realengo en la Edad Media y declarada ‘Conjunto Histórico Artístico’ en el año 1966. En resumidas cuentas, ha tenido, tiene y tendrá todo lo necesario para ser un reclamo para el turismo y un orgullo para los que viven dentro de su término municipal.

La puerta que se transformó en plaza

Desde la época romana hasta el siglo XIX, Sevilla estuvo cercada por murallas. Las entradas y salidas se realizaban a través de dieciocho puertas, de las cuales sólo cuatro permanecen en pie: la de la Macarena, la de Córdoba, el postigo del Aceite y el del Alcázar. La que hoy abordamos en este artículo, la de Jerez, no logró subsistir. Adoptó este nombre porque servía como punto de partida para los que se dirigían a la ciudad gaditana y como punto de destino para los que hacían el camino a la inversa. El portón se encontraba exactamente en la confluencia de las calles San Gregorio y San Fernando, justo en frente del hotel Alfonso XIII.

 

De su fisonomía no se conocen demasiados detalles. El dato más significativo es que fue construida por los musulmanes entre dos torres y que su imponente reja se elevaba durante el día para dejar pasar a transeúntes y mercancías. También cabe destacar que el único reducto que se conserva es la famosa lápida que estaba insertada sobre su arco, tallada en 1578 y renovada en 1622, la cual reza así: ‘Hércules me edificó, Julio César me cercó, de muros y torres altas, el Rey Santo me ganó, con Garci Pérez de Vargas (…)’. En 1846 la puerta fue derribada y sustituida por otro, pero, ironías del destino, la nueva duró poquísimo, ya que apenas 20 años después fue demolida al mismo tiempo que la muralla y ya no se levantó ninguna más.

 

En su lugar se habilitó una plaza y por esta razón su denominación cambió a Plaza de Andalucía y posteriormente a Plaza de Calvo Sotelo. No obstante, dado que todo el mundo seguía llamando a esa zona Puerta de Jerez, finalmente recuperó su nombre original. La plaza se inauguró a la par que la Avenida de la Constitución con motivo de la celebración de la Exposición Universal de 1929 y en ella se instaló la ‘Fuente de Sevilla’, que representa a la ciudad y sus tres sectores económicos: el primario (la agricultura), el secundario (la industria) y el terciario (el comercio). Recientemente ha sido motivo de actualidad por la decapitación que sufrió su estatua durante la celebración del título de la Eurocopa de fútbol, suceso lamentable perpetrado por unos vándalos en mitad del holgorio.

Triana: la génesis

Existe una leyenda que asegura que Astarté, diosa fenicia que representaba la naturaleza, la vida, la fertilidad y el amor, escapó hasta nuestra tierra cuando Hércules se encaprichó de ella. Decidió esconderse en la orilla occidental del Gualdalquivir, y prácticamente sin darse cuenta, fundó Triana en una zona hasta entonces yerma. De forma paralela, Hércules recorrió palmo a palmo todos los rincones del otro lado del río, pero allí, obviamente, nunca la encontró. No obstante, quedó tan embelesado con los lugares que había explorado que decidió crear la ciudad de Sevilla.

Mitología al margen, los primeros restos humanos que se han encontrado en este popular barrio datan de la época romana y fue precisamente en este periodo de la historia cuando adquirió su nombre: Tri-(tres)Ana(río), ya que el cauce del Guadalquivir se dividía en tres partes al llegar a este enclave. Eran los tiempos de Trajano, emperador nacido en Itálica, tal y como recordamos en un artículo anterior. No obstante, el despegue definitivo de Triana como sector importante de la ciudad no llegaría hasta la época musulmana, cuando era conocida como ‘Atrayana’ o ‘Athriana’. El motivo no fue otro que la construcción del edificio que hoy conocemos como Castillo de San Jorge, situado en una posición estratégica, y posteriormente, el levantamiento del puente de barcas, que permitió una conexión fluida entre el arrabal y el centro. Una vez que el trabajo más arduo ya estaba hecho, la ciudad pasó a manos cristianas.

La proximidad al río Guadalquivir era su gran ventaja y también su gran inconveniente, puesto que cada vez que la lluvia arreciaba y el Guadalquivir se desbordaba, el barrio sufría de lo lindo y los habitantes se veían obligados a guarecerse en la iglesia de Santa Ana. También la peste hizo estragos entre sus calles durante la epidemia de 1649, pero Triana, en una demostración de lo que ha sido y sigue siendo, no sólo se las apañó para resistir a todas las adversidades, sino que prosiguió erigiéndose como el barrio con más personalidad de Sevilla. De sus señas de identidad, sus gentes y sus tradiciones hablaremos en los próximos artículos.

El inolvidable acueducto de Sevilla

Hace más de 2.000 años, el agua llegaba a Sevilla desde Alcalá de Guadaira gracias a un conducto de 17,5 kilómetros de longitud que alternaba tramos subterráneos con otros por encima de la superficie. Sus 400 arcos de ladrillo dan fe de la magnitud de una obra que fue realizada por los romanos en la época en la que Julio César era el cuestor (recaudador de impuestos) de Híspalis. No obstante, fueron tan profundas las remodelaciones que hicieron posteriormente los musulmanes, que existe cierta polémica acerca de si los árabes reconstruyeron por completo el acueducto o arreglaron el que ya existía.

Tenía su punto de origen en el manantial de Santa Lucía y terminaba en la mismísima muralla de la ciudad, justo en la Puerta de Carmona, donde existía un enorme depósito desde el que se distribuía el agua a los emplazamientos públicos y a la aristocracia. Curiosamente, cabe destacar que, a la altura de lo que hoy conocemos como Torreblanca, la canalización se elevaba sobre los arcos y por eso hoy el barrio se llama oficialmente Torreblanca de los Caños. Aunque nos resulte muy lejano en el tiempo, lo cierto es que el acueducto funcionó a pleno rendimiento hasta bien entrado el siglo XIX y testimonios objetivos como el del alemán Jerónimo Münzer, que Acueducto Sevillavisitó Sevilla en 1495, nos sirven para comprender su relevancia: “Hay en Sevilla mucha agua potable y un acueducto de trescientos noventa arcos, algunos duplicados por un cuerpo superior, para vencer el desnivel del terreno, va por este artificio gran cantidad de agua y presta muy buen servicio para el riego de jardines, limpieza de calles y viviendas”.

El acueducto fue demolido en 1912 para ensanchar la calle Oriente y levantar el Puente de la Calzada. Los tres vestigios que han sobrevivido a nuestros días son muy valiosos desde el punto de vista histórico y se les conocen como ‘Los Caños de Carmona’. El primero está ubicado en el actual barrio de Los Pajaritos; el segundo se encuentra casi al comienzo de la avenida Luis Montoto y necesitó ser apuntalado para evitar su desplome; y el tercero, que fue el último en descubrirse, estuvo enterrado durante años bajo el puente que permitía a los trenes que venían desde Madrid dirigirse hacia Cádiz. Una de las cosas buenas que ha aprendido el ser humano a lo largo de su evolución es la de conservar su legado, y por eso, hoy día tenemos la certeza de que lo que queda del acueducto de Sevilla se protegerá con uñas y dientes para que no desparezca nunca de la faz de la tierra.

Los restos arqueológicos de la Encarnación se podrán visitar la próxima primavera

Restos casa siglo IV‘Antiquarium’, el proyecto de musealización de los restos arqueológicos hallados en la Encarnación estos vestigios romanos y almohades a partir de la próxima primavera, tras arrancar este miércoles los trabajos.El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, ha informado de inicio de las obras de este proyecto, que cuenta con un presupuesto de 4,2 millones de euros del Plan 5.000 y un plazo de ejecución de seis meses.Así, Sánchez Monteseirín ha destacado que se trata del «mayor yacimiento arqueológico romano de toda la ciudad» y que se convertirá en un «nuevo foco de atracción turística de vital importancia», por lo que ha anunciado que le ha planteado a la Junta de Andalucía su incorporación en el Plan Turístico de Sevilla.Del mismo modo, apuesta por que sea el Patronato del Real Alcázar y la Casa Consistorial, presidido por el alcaide Antonio Rodríguez Galindo, el órgano que gestione el futuro museo, con la intención de que «se vaya formando un todo».Por su parte, el arqueólogo encargado del proyecto, Fernando Amores, ha detallado el contenido de ‘Antiquarium’, en el que podrán visitarse hasta once hitos arqueológicos. Así, se sacará a la luz la fábrica de salazones y varias casas de distintas épocas: Casa de la Ninfa, Casa de Baco, Casa de la Columna -conserva el patio y el Mosaico de la Medusa-, Casa de las Basas -en principio se creyó que era una basílica paleocristiana-, Casa del Sigma y Casa de la Noria-.

 

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