Desde el exterior, y agarrándose a débiles estereotipos, a Sevilla se le ha tildado algunas veces de egocéntrica, clasista y rancia, pasando por alto las infinitas muestras de interculturalidad que se han dado a lo largo de nuestra historia y el imperecedero carácter hospitalario de nuestra gente. Por algo se dice que quien visita Sevilla, repite. Y que quien vive en Sevilla, le cuesta un mundo marcharse. Para homenajear a todos y cada uno de los que poblaron esta tierra, independientemente de su sexo, etnia o religión, se levantó en el Muelle de la Sal el Monumento a la Tolerancia. Fue en el mejor contexto posible, en 1992, coincidiendo con la celebración de la Exposición Universal y, por ende, con la llegada masiva de extranjeros.
La idea original surgió del alcalde Luis Uruñela en 1980 y consistía en recordar el ajusticiamiento de una familia judía compuesta por cinco miembros, pero como tardó doce años en materializarse, para entonces ya se había convertido en algo más global. La obra fue
financiada por la Asociación Hebrea de Sefarad y el resultado fue un monolito de hormigón de 5 metros de altura y 12 de anchura que representan dos brazos abiertos mirando a la ciudad. El escultor Eduardo Chillida (ya fallecido) fue el encargado de ejecutar el proyecto y el hecho de que fuese vasco generó algunas suspicacias, quizás porque eran tiempos convulsos por los continuos ataques terroristas, pero su elección también sirvió para simbolizar el abrazo a todas las culturas sin excepción.
“No es mi intención dar ningún ejemplo a nadie, pero sería perfecto que algún día en Sevilla el pueblo judío, el árabe y el cristiano volvieran a darse la mano. Eso es precisamente la idea que refleja el monumento”, pronunció el autor el día de la inauguración. A la cita también asistió Haim Herzog, a la sazón presidente de Israel, justo cuando se cumplían 500 años de la expulsión de los judíos de la capital hispalense. Desgraciadamente, no todo lo que podemos decir de este monumento es positivo, ya que los actos vandálicos (principalmente) y las inclemencias meteorológicas (en menor medida) han deteriorado su aspecto muchísimo. Aun así, de vez en cuando se realizan actos sociales allí, quizás porque lo que simboliza no se puede destruir.