Si caminamos por la calle Alfonso XII en dirección a Plaza de Armas por la acera de la derecha, justo antes de llegar al cruce con Marqués de Paradas nos toparemos con una pequeña y solitaria piedra que no se caracteriza precisamente por belleza. Sin embargo, a su espalda se encuentra insertada en la pared una placa que resume su intensa historia y nos hace ver que no estamos ante un peñasco cualquiera. Su origen data de mediados del siglo XIX, época en la que Isabel II reinaba en España, aunque quien gobernaba de facto era el general Narváez. En un ambiente de descontento generalizado por los estragos de las guerras carlistas, un grupo de jóvenes sevillanos decidió levantarse en armas con más corazón que cabeza.

No hubo perdón ni piedad, ya que el comisionado Manuel Lassala dictaminó el fusilamiento de los 82 supervivientes en el Campo de Marte, que era un espacio vacío situado entre la Puerta de Triana y la de Goles. Allí se concentraron cientos de personas para presenciar el fin de sus vidas, pero solo una de ellas trató de frenar la ejecución: el alcalde García de Vinuesa. En un intento a la desesperada, acudió con dos alguaciles para pedir clemencia, pero sus palabras quedaron en saco roto. Para colmo, los disparos también alcanzaron fortuitamente a dos chavales que se habían subido a un árbol para contemplar la escena. Desolado y sumido en la impotencia, el alcalde se marchó del lugar con la cabeza gacha, pero al llegar a la Puerta Real, decidió parar y romper a llorar apoyándose sobre una piedra, la misma que mencionábamos al comienzo de este artículo.