La Catedral de Triana

Sevilla y Triana, Triana y Sevilla. Tan diferentes y tan unidas  al mismo tiempo. Como dos hermanas siamesas que se afanan en resaltar las particularidades de cada una, aunque delante del espejo parezcan dos gotas de agua. Antiguamente, casi todo lo que podías encontrar a un lado del río Guadalquivir lo podías encontrar también en el otro, y el ejemplo más ilustrativo es que Triana contaba con su propia’ catedral’. Y no nos estamos refiriendo a un templo que quedó derruido y olvidado con el paso del tiempo, sino a la Iglesia de Santa Ana, hacia donde se dirigían las hermandades del barrio durante la Semana Santa para realizar estación de Penitencia.

Hablamos de la primera iglesia de planta exclusivamente cristiana que se levantó en Sevilla (no tomó prestado ningún elemento de las mezquitas de la época). Según reza una de las inscripciones de sus muros, Alfonso X ordenó su construcción tras haberse recuperado de una dolencia en los ojos, curación que atribuyó a un milagro de Santa Ana, de ahí que acuñara este nombre. En su edificación participaron todos los jornaleros que vivían en los alrededores del Castillo de San Jorge… y también buena parte de las tropas castellanas, habida cuenta de que se encontraba extramuros. Por esta misma razón, la iglesia estuvo fortificada durante un tiempo para preservar su seguridad.

Las obras comenzaron en 1276, de ahí ya se estén preparando diferentes actos para conmemorar el año que viene su 750 aniversario. Entre ellos, una doble salida procesional de su Titular, una exposición de su rico patrimonio, la edición de un libro, la celebración de conferencias y cultos extraordinarios, etcétera. Según la comisión organizadora, el proyecto puede resumirse en una cita – Santa Ana, radix ubérrima – que alude a la fidelidad que han mostrado sus devotos a lo largo de los siglos. Dicha frase se ha convertido, además, en el eslogan del aniversario.  

Una portada con acento argentino

Faltan diez meses para el alumbrado, pero ya se sabe cómo será la portada de la Feria de Abril de 2016. El diseño, que ha corrido a cargo del creativo Eduardo Morón, está inspirado en el Pabellón de Argentina de la Exposición Iberoamericana de 1929 y representará su fachada principal, la cual puede contemplarse en los jardines de Arjona del Paseo de las Delicias, frente a la glorieta de Buenos Aires. Su estilo es eminentemente neobarroco, aunque también incorpora elementos típicos de la arquitectura latinoamericana.

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El balcón del edén

calle betis sevillaUna de las formas más rápidas de apreciar el brillo de Sevilla es recorrer la calle Betis y dejar que nuestros ojos miren en todas las direcciones, pues apunten donde apunten siempre encontrarán algo admirable.  Lo primero que llama la atención es la proximidad del Guadalquivir, que discurre de forma paralela a un palmo de terreno, de ahí que la vía tomara prestado el antiguo nombre del río (Betis, para los romanos). Asimismo, sin necesidad de fruncir el ceño, desde esta ubicación podemos divisar dos hermosos puentes (el de Isabel II y el de San Telmo), la Torre del Oro en su esplendor e incluso la preponderancia de la Giralda sobre el cielo hispalense.  

Y qué decir de su principio y de su final, pues en un extremo de la calle Betis se encuentra la Plaza del Altozano y en el otro, la de Cuba. Entre medias, una hilera de hermosas casas diseñadas bajo el patrón de la arquitectura popular andaluza del siglo XVIII, con patios coloridos y balcones que ofrecen unas vistas inigualables. Además, esta vía alberga un buen puñado de restaurantes, pubs, cafeterías, terrazas, discotecas y otra serie de locales que la convierten en una de las zonas más ambientadas de Sevilla durante la noche. Y por si fuera poco , también es ‘sede’ temporal de la Velá de Santa Ana que se celebra todos los años en el mes de julio.

Si retrocedemos en el tiempo, debemos reseñar que en la calle Betis se encontraba la Universidad de Mareantes, centro en el que se instruían los marineros para posteriormente viajar hacia América. Y si nos referimos a la rabiosa actualidad, es imposible no hacer referencia al debate sobre su peatonalización. En estos momento está implantada una fórmula ‘mixta’ que consiste en permitir exclusivamente el acceso de los vehículos de los residentes autorizados, pero desde las esferas políticas se está estudiando tanto la posibilidad de peatonalizarla por completo como la de abrirla al tráfico sin restricciones. El tiempo dirá. 

La Esperanza de todo un barrio

La corporación que hoy tiene como sede la Capilla de los Marineros es el resultado de una serie de adhesiones amistosas que tuvieron lugar en los últimos cinco siglos. Así, la Esperanza de Triana. SevillaHermandad de la Esperanza que fundaron los ceramistas en 1418 se fusionó con la de San Juan Evangelista, constituida por pescadores, en 1542, y posteriormente incorporaron a la Hermandad de las Tres Caídas de Cristo, formada por gentes de la mar y creada por el clérigo Francisco de Lara en el convento de las Mínimas de Triana. No fue la última conciliación, ya que más recientemente, en 1971, también se unió la Hermandad Sacramental de la Parroquia de Santa Ana.

Todas estas uniones  fraternales no se habrían dado sin el abrazo de la Esperanza, a la que se venera en Triana desde antes mucho antes de ser tallada la imagen que deslumbra actualmente en la Madrugá del Viernes Santo. Su autoría no está acreditada, aunque se le atribuye a Juan de Astorga, imaginero malagueño que pudo terminarla a principios del siglo XIX.  El rasgo que más y mejor le identifica es su tez morena, inconfundible y prodigiosa al mismo tiempo. Y es que su piel oscura, lejos de restarle vitalidad, irradia luz en todas las direcciones gracias a la compañía de unos ojos que son luceros de azabache.

El 2 de mayo de 1898 fue un día triste para la Hermandad, pues estando en la Iglesia de San Jacinto, la imagen fue presa de las llamas de un incendio devastador que asoló prácticamente todo el altar. Pero esa tragedia también puso de manifiesto que no hay nada que pueda con Ella y sí mucha gente dispuesta a darlo todo por su integridad. De hecho, la rápida actuación del padre prior, un concejal del Ayuntamiento, un maestro y un guardia civil permitió que se salvaran algunos restos que sirvieron como patrón para las futuras restauraciones, llevadas a cabo por Gumersindo Jiménez Astorga, José Ordóñez Rodríguez, Antonio Castillo Lastrucci y Luis Álvarez Duarte. Porque la Esperanza, ya sea en mayúscula o en minúscula, es lo último que se pierde.

La artista que dijo no a Hollywood

Hoy vemos como algo natural que algunos actores españoles protagonicen películas estadounidenses y a todos se nos vienen a la mente los rostros de Antonio Banderas, Penélope Cruz, Javier Bardem, etc. Sin embargo, no siempre fue así. Debido al hermetismo inicial del cine americano y a la barrera del idioma, entre otros factores, durante varias décadas pocos tuvieron la oportunidad de cruzar el charco para exhibir sus dotes en la interpretación. Pues bien, Antoñita Colomé, sevillana y trianera para más señas, no fue la que rompió el hielo, pero sí la primera que rechazó trabajar en Hollywood.

Hija de un sombrerero, soñó con ser artista desde que tuvo uso de razón, como prácticamente todas las niñas de su barrio. No obstante, en aquellos tiempos, los de la primera mitad del siglo XX, para progresar en el mundo de las artes escénicas era obligatorio trasladarse a Madrid y eso fue lo que hizo siendo aún muy joven. En la capital de España recibió la formación que le permitió debutar en el Teatro Eslava y conseguir grandes papeles en el cine, en cintas como ‘El hombre que se reía del amor’, ‘La señorita de Trevélez’, ‘La rueda de la vida’, etc. Alcanzó tal grado de éxito que los directores más importantes del momento, como Florián Rey, Benito Perojo, Edgar Neville, se ‘peleaban’ entre ellos para contar con ella en sus proyectos.

Pero antes de ser una estrella consolidada, un cazatalentos de la Paramount la descubrió y convenció para que viajara a Estados Unidos, concretamente a los estudios de Jointville, donde se rodaban películas de habla hispana. Allí intervino en ‘Un caballero de frac’, de Roger Capellani y en ‘Las luces de Buenos Aires’, junto a Carlos Gardel, obteniendo muy buenas críticas. Esto propició que recibiera una propuesta formal para instalarse en Hollywood, pero en una decisión sorprendente que dejó a las claras su marcada personalidad y su arraigo a nuestra tierra, declinó y regresó a España para terminar de labrarse un nombre, algo que logró con creces.

Su trayectoria profesional sufrió un inevitable paréntesis por el estallido de la Guerra Civil y mientras silbaron las balas vivió en Francia, pero una vez que la paz se restableció volvió sobre sus pasos y continuó su carrera. En Sevilla, sus películas causaban furor en los cines de verano y muchas mujeres trataban de imitar sus peinados, su maquillaje, su manera de vestir, etc. Antoñita Colomé era, en esencia, un icono. Una vez retirada, volvió a Triana para vivir buena parte de su tercera edad, pero cuando ya no pudo valerse por sí misma se marchó a Madrid al cuidado de su hija. Allí falleció en 2005, dejando tras de sí una huella imborrable. Sin ir más lejos, estos últimos días se le ha recordado durante la Velá de Santa Ana, celebrándose una mesa redonda en honor a ella.

La universalidad de la cucaña

Ya sea por televisión, en las páginas de los periódicos o ‘in situ’, todos los años por estas mismas fechas vemos a osados jóvenes que intentan caminar sobre un palo ensebado en el río Guadalquivir. Casi todos acaban en el agua precipitadamente, pero algunos logran atravesarlo por completo y conseguir el banderín. Hablamos, como es lógico, de la tradicional cucaña que se celebra con motivo de la Velá de Santa Ana. No obstante, conviene aclarar que este juego no es ni exclusivo ni originario de Triana y su universalidad resulta abrumadora.

La cucaña nació en el sur de Italia, concretamente en Nápoles, donde era muy popular durante los siglos XVI y XVII. La idea inicial consistía en recrear la erupción del Vesubio en una plaza y el éxtasis llegaba cuando del cráter artificial manaban distintos manjares que eran recibidos como agua de mayo por los ciudadanos, ya que durante el resto del año no estaban a su alcance por cuestiones monetarias. Más que la habilidad, por aquel entonces primaba la velocidad con la que la gente se hacía con las viandas, aunque las tornas se fueron cambiando poco a poco. De hecho, el volcán terminó siendo sustituido por un poste alto y la complejidad para obtener los premios aumentó.

El éxito del juego hizo que se extendiera rápidamente a España y Sudamérica, donde se realizaron algunas modificaciones. Por ejemplo, en algunos puntos de nuestro país el palo se colocó de forma horizontal y la celebración se trasladó a muelles (Santa Cruz de Tenerife), rías (Ondárroa, Guipúzcoa) y ríos (Gualdaquivir), siendo el equilibrio el atributo más importante. En algunos pueblos como Paterna de Rivera (Cádiz) o Higuera la Real (Badajoz) lo fundamental es la coordinación, ya que la tarea recae en grupos que forman montañas humanas para alcanzar la ansiada cima. Las recompensas suelen ser generalmente jamones, embutidos y animales, aunque las hay de todo tipo. En América Latina, la cucaña también causa furor, especialmente en Chile, pero sin olvidar las manifestaciones de Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador, Uruguay, Venezuela, etcétera.

La Velá de Santa Ana no falta a su cita

Por si cabía la menor duda, este año también habrá Velá de Santa Ana en Triana. La crisis ha provocado que se reduzcan gastos en iluminación y se supriman los fuegos artificiales, pero no impedirá que la fiesta se celebre con el mismo entusiasmo de siempre. Es más, habrá algunas novedades significativas, como la incorporación de más casetas (se pasa de 19 a 26), la recuperación de los juegos tradicionales y la puesta en marcha de la primera ‘Trianá’ Deportiva, una especie de miniolimpiadas para la gente del barrio con disciplinas deportivas muy variadas. Y por si fuera poco, también contará con las actuaciones de Junior, Cantores de Híspales, Siempre Así y Manuel Carrasco.

Si hubiese que describir a la Velá de Santa Ana en una frase escueta, podría decirse que es la Feria de Triana. Sus antecedentes más remotos se encuentran en la antigua romería que tenía lugar en la parroquia a finales del siglo XIII y es evidente que con el paso de los años ha ido evolucionando hasta convertirse en otro festejo más heterogéneo. El pregón que se expone en el Hotel Triana (esta edición correrá a cargo de Agustín Pérez González) supone el pistoletazo de salida y a partir de ese momento comienza todo: las luces, el colorido, la música, las competiciones, las distinciones, las exposiciones de pintura y cerámica, las representaciones teatrales en los corrales, las proyecciones de películas, la cucaña, la gastronomía, etcétera.

Todo ello, durante los días comprendidos entre el 20 y el 26 julio. Una semana tan intensa como corta para los que disfrutan de ella en la calle Betis, la Plaza del Altozano y aledaños. Preferiblemente de noche para evitar las altas temperaturas. Con el río Guadalquivir como telón de fondo y los farolillos como estrellas. Así es la Velá de Santa Ana. Familiar. Abierta. Inconfundible. Divertida. Adictiva. Así es Triana.

Triana: sus tradiciones

Pese a tener el centro de la ciudad a tiro de piedra, los trianeros siempre prefirieron hacer vida en el barrio antes que cruzar el Guadalquivir. Este simple razonamiento permite entender por qué en Triana existen tantas tradiciones, a cada cual más arraigada. Sin ir más lejos, hasta mediados del siglo XIX la Semana Santa de Triana era independiente de la de Sevilla y el dato que lo ilustra es que sus hermandades hacían estación de penitencia a la Iglesia de Santa Ana y no a la Catedral. Según apuntan los historiadores, Triana ha dado cobijo a doce hermandades, aunque sólo cinco han ‘sobrevivido’ a nuestros tiempos (La Estrella, San Gonzalo, La Esperanza de Triana, El Cachorro y La O). Esta última fue la primera en cruzar el puente de barcas en 1830.

Cuando se trata del Rocío, los trianeros se congregan en torno a una única hermandad, la de Triana, que roza los dos siglos de historia, es la sexta en antigüedad de todas las filiales y despierta una gran devoción. No es de extrañar por tanto que miles de peregrinos acompañen al Simpecado por los caminos hasta la ermita. También Triana celebra su propio Corpus Christi alfombrando sus calles con romero para que procesionen sobre ellas las imágenes de El niño Jesús, San Francisco de Paula, Santa Justa y Rufina, la Inmaculada Concepción y el Santísimo Sacramento. Asimismo, desde el comienzo del nuevo milenio, el distrito también presume de su Cabalgata de Reyes, la cual reparte ilusión, caramelos y regalos cada 6 de enero.

Religión al margen, la gran fiesta del barrio es la Velá de Santa Ana, si bien hay que recordar que tiene su origen en la romería que enaltecía la festividad de la patrona. Actualmente el pregón sirve como pistoletazo de salida a unos días repletos de luces, actuaciones musicales, gastronomía andaluza, competiciones deportivas, distinciones, etc. Y todo ello, sin olvidar la popular Cucaña, que consiste en atravesar el resbaladizo mástil de un barco para alcanzar el banderín y, de esta manera, lograr un premio. Para quienes no lo consiguen, el chapuzón en el río es irremediable.

Triana: sus rincones

Podría decirse que Sevilla y Triana están separadas por un río, pero desde otro punto de vista también podría afirmarse que están unidos por él, ya que la ciudad y el barrio son interdependientes y el Guadalquivir siempre ha sido el mayor denominador común. Cruzar desde la orilla meridional hasta la occidental a través del Puente de Triana implica adentrarse en un barrio con solera para dar y regalar, y la primera parada obligatoria es la Plaza del Altozano, el corazón de Triana y posiblemente el lugar que al que más cariño le tienen los trianeros. Antiguamente era punto de encuentro de los aljarafeños que querían llegar hasta la capital a través del puente de barcas y actualmente alberga un monumento en honor a uno de los mejores toreros de la historia: Juan Belmonte.

Muy cerca de la estatua se encuentra la Capilla del Carmen, pintoresca obra de Aníbal González construida con ladrillo y cerámica, material que siempre ha estado muy ligado al barrio, tal y como corroboran los talleres de las calles Callao, Antillano o Alfarería, que siguen desprendiendo el aroma de la tradición. A tiro de piedra también está el Mercado de Triana, y debajo de él, los restos del Castillo de San Jorge. Las tres arterias más importantes de Triana son las calles Castilla, San Jacinto y Pureza. La primera de ellas está presidida por la Capilla de la O, cobija a numerosos comercios y conserva algunos de los enraizados corrales de vecinos. En la segunda sobresalen la Iglesia de San Jacinto y la Capilla de María Santísima de la Estrella, mientras que en la tercera destacan la ‘Casa de las Columnas’, edificio en el que se formaban siglos atrás los marineros, y la sede de la Hermandad de la Esperanza de Triana.

Pero no todo se encuentra ahí. Triana no sería lo que es sin su calle Betis, cuyas maravillosas vistas suelen ser objeto de deseo de todas las cámaras fotográficas, sin su calle Pagés del Corro y su Convento de las Mínimas, sin su ‘catedral’, es decir, sin su Iglesia de Santa Ana, sin su Barrio León, sin su Tardón, etc. Y es que Triana es más grande de lo que dicen los mapas y tiene más lugares de interés de los que se pueden enumerar sin parecer reiterativo.