La estrechez de Mateos Gago

Seguimos desmenuzando el callejero de Sevilla y su trasfondo histórico, deteniéndonos en esta ocasión en Mateos Gago, que puede ser considerada como la puerta principal del barrio de Santa Cruz. Esta vía cogió prestado el nombre de un afamado catedrático de teología que impartía clases en la Universidad de Sevilla a mediados del siglo XIX. Sus ideas sobre la evolución humana chocaban frontalmente con el darwinismo que promulgaba otro profesor sevillano, Antonio Machado y Núñez (no confundir con el poeta), y originaron una intensa rivalidad académica. Al margen de dedicarse a la docencia, Francisco Mateos Gago fundó la Academia Sevillana de Estudios Arqueológicos y ejerció el sacerdocio, llegando a ser canónigo de la Catedral de Sevilla.

Continuar leyendo «La estrechez de Mateos Gago»

El mito de Don Juan revive

Uno de los personajes más famosos y prolíficos que ha dado la literatura española es el de Don Juan. La corriente mayoritaria da por sentado que fue creado por Tirso de Molina en 1630, aunque hay quienes piensan que fue caracterizado mucho antes, concretamente en la Edad Media. Hablamos, en todo caso, de un arquetipo de seductor fanfarrón, osado y transgresor cuyos romances más célebres se dieron en Sevilla. Fueron tantos los autores escribieron sobre él, que llegó un momento en el que se investigó seriamente su verdadera existencia, aunque no se obtuvieron pruebas fehacientes. Sea como fuere, su nombre y sus andanzas han pasado a la inmortalidad gracias a sus numerosas adaptaciones. La que hoy nos ocupa, la de José Zorrilla, es quizás la más universal de todas.

La obra del dramaturgo vallisoletano está ambientada en la capital hispalense y arranca con una apuesta entre el protagonista, Don Juan Tenorio, y su amigo Don Luis Mejía. El reto consistía en comprobar quién hacía más canalladas, se batía en más duelos y encandilaba a más doncellas en el plazo de un año. 365 días después, se reúnen en una hostería para comparar sus andanzas y Don Juan se declara vencedor, aunque vuelven a desafiarle con una última prueba: galantear a una novicia (Doña Inés). El caballero no solo recoge gustosamente el guante, sino que añade que conquistará también a la amada de su compañero. Así, acto a acto, Don Juan va consiguiendo todo lo que se propone, pero a costa de vender su alma al diablo. Por ello, poco antes de cerrarse el telón, se enfrenta a sus propios fantasmas y cuestiona todo lo que ha hecho por vanidad.

Curiosamente, el mito de Don Juan vuelve a ser motivo de actualidad, ya que en Sevilla se evocará del 31 de octubre al 4 de noviembre a través de una veintena de representaciones teatrales en distintos enclaves de la ciudad, tales como la Plaza del Triunfo, el Mercado del Arenal, la Plaza de los Refinadores (donde está ubicada su estatua), etc. Dicha oferta cultural se pueden complementar cualquier día del año con un recorrido por los lugares en los que se desarrolla la obra, como por ejemplo el convento de San Leonardo (allí residía el protagonista), la Hostería del Laurel, la casa de Doña Ana Pantoja (la prometida de Don Juan) y algunos más.

La Susona: más real que ficticia

Al igual que en muchos otros puntos de España y Europa, en Sevilla convivieron pacíficamente cristianos, musulmanes y judíos durante un buen tiempo. Eso no quiere decir que estuvieran hermanados y celebraran fiestas comunes. De hecho, había mucha desconfianza entre ellos, pero también respeto. Sin embargo, esa fría armonía se terminó rompiendo en todas las ciudades y hay una leyenda, la de la ‘Susona’, que ilustra lo sucedido concretamente en la nuestra. Corría el siglo XI cuando una importante colonia hebrea procedente de Córdoba se instaló en Sevilla, primero en el actual barrio de San Lorenzo y posteriormente en el de Santa Cruz. Poco a poco fueron ganando notoriedad gracias a sus prósperos negocios, entre ellos, el de la usura, y esto provocó el recelo de los cristianos, que iniciaron una campaña popular para desacreditarlos ante sus clientes.

Los judíos se sentían fuertes y por ello, en lugar de simplemente resistir, contraatacaron. En 1481 organizaron un complot para hacerse con el control de la ciudad. El cabecilla, el banquero Diego Susón, organizó una reunión clandestina en su propia casa e invitó a los líderes moriscos para que se unieran a la causa. Pero tras conseguir el consenso y trazar los planes del golpe, que consistía en asesinar a los altos cargos de sus enemigos, se encontró con un problema inesperado. Su hija Susana, considerada como la más bella del lugar, se enteró de la conspiración y, temiendo por la vida su amante, un caballero cristiano, corrió a contárselo. Su revelación llegó a oídos del asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener y ahorcar a todos los que habían ideado la sublevación. Sus cuerpos inertes permanecieron colgados durante más de un año en Tablada.

Según la Real Academia Española (RAE), una leyenda es una ‘relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos’. Pues bien, lo que acabamos de relatar no es una leyenda. Los hechos, que se transmitieron de generación en generación entre los habitantes de la zona, llegaron a nuestros tiempos con todo lujo de detalles y gracias a las investigaciones de los historiadores, se pudieron contrastar. Lo único que no está documentado es lo que ocurrió justo después. Existen dos versiones. La primera afirma que la ‘Susona’ fue repudiada por cristianos y judíos y se recluyó en un convento. La segunda, mucho más macabra, asegura que la misma protagonista tuvo dos hijos de un obispo, pero terminó siendo abandonada por éste. Y al morir ella, dejó una nota en su testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

Se respetó su voluntad y hasta bien entrado el siglo XVII su cabeza permaneció en la ‘Calle de la muerte’. Posteriormente, los restos fueron retirados, en su lugar se colocó un azulejo que aún se conserva y la calle pasó a tener la denominación actual: ‘Susona’.

Santa Cruz: un laberinto idílico

Si hay un barrio que puede resumir por sí solo la esencia de Sevilla, ese es el de Santa Cruz. Adentrarse en él te permite darles un capricho a los cinco sentidos divisando sus casas encaladas, oliendo el aroma del azahar que desprenden sus patios, palpando la estrechez de sus calles, oyendo el murmullo de sus fuentes y saboreando las tapas sevillanas más típicas en sus restaurantes. Al margen de todo eso, tiene algo intangible, abstracto e indescriptible que le convierte en uno de los lugares preferidos de la ciudad tanto para los turistas como para los autóctonos. Para saber exactamente qué es, hay que presenciarlo ‘in situ’ forzosamente.

Su origen histórico se remonta a la antigua Judería que se asentó en Sevilla en el siglo XIII, justo después de la conquista liderada por Fernando III de Castilla. Los judíos le dieron lustre y forma a la zona hasta 1483, año en el que fueron expulsados por decreto real. A partir de entonces, el barrio de Santa Cruz entró en una pronunciada decadencia por su desuso. Por suerte, en el siglo XIX se decidió rehabilitar el barrio y gracias a esta determinación, la mayor parte de su fisonomía original ha llegado a nuestros días. Su nombre proviene de la parroquia de Santa Cruz, que antiguamente estaba situada en la Plaza de Santa Cruz, aunque posteriormente se trasladó a su emplazamiento actual: la calle Mateos Gago.

Dentro de su laberinto de angostas vías y pequeñas plazas podemos disfrutar de frescura incluso en los días de sol abrasador y encontrar rincones tan bellos como los Jardines de Murillo o el Patio de Banderas. Asimismo, según cuentan distintas leyendas, en este barrio nacieron Don Juan Tenorio y su amor imposible, Doña Inés de Ulloa, y también se intentó llevar a cabo un complot para que la ciudad pasase a manos de los judíos, relato fantástico que tiene como protagonista a la Susona y del que ya hablaremos en otro momento. En resumen, Santa Cruz es un lugar fascinante que no deja a nadie indiferente y la mejor opción para quien quiere perderse durante unas horas sin ser encontrado.