A falta de tan sólo unas semanas para la celebración de las elecciones municipales, un asunto que tiene que ver con la Feria de Abril acapara buena parte del debate político. Nos referimos al posible adelantamiento del alumbrado, que pasaría de la noche del domingo a la del viernes previo. De esta manera, la muestra duraría dos días más, el Real se descongestionaría y los comerciantes podrían aprovechar el tirón de dos fines de semana en lugar de uno. Los principales partidos (PP y PSOE) ya se han mostrado abiertos a este cambio, aunque cada uno con sus propios matices, por lo que todo podría quedar en papel mojado. O no.
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El rebujito: de Londres a Sevilla
Aunque parezca mentira, el rebujito tiene su origen más remoto en… Inglaterra. Tal como lo oyen. Los británicos lo llamaban ‘sherry cobbler’ y estaba elaborado con vino de Jerez, agua carbonatada, una rodaja de naranja y hielo, ingredientes casi idénticos a los que hoy se utilizan para hacer el cóctel más famoso de la Feria de Abril. Este cóctel gozó de una gran popularidad durante la época victoriana (1837-1901) y estaba considerado como una bebida para enamorados. De hecho, solía tomarse con pajita para darle un toque más romántico y muchos personajes célebres, como el novelista Charles Dickens, cayeron en sus redes.
El pescaíto: una nueva tradición
Si hay alguien que piensa que la noche del pescaíto tiene siglos de historia y que nuestros abuelos ya disfrutaban de ella en su juventud, se equivoca. Se trata de una tradición relativamente nueva, con no más de 30 años de antigüedad, que ha arraigado con fuerza y rapidez entre los sevillanos. Originalmente, la noche del lunes al martes de Feria era especial porque se realizaban las pruebas del alumbrado y los propietarios de las casetas se reunían para dar los últimos retoques a sus dependencias, no porque ese día abundaran los chocos, el cazón en adobo y las puntillitas. De hecho, no era un día de afluencia masiva al Real, sino más bien de carácter íntimo y reservado.
Un genio apellidado Murillo (II)
Si Murillo está considerado como uno de los mayores exponentes del Barroco español se debe, en gran parte, a la llegada de Francisco de Herrera ‘El Mozo’ a Sevilla en 1655. Podría decirse que fue él quien trajo este movimiento artístico a nuestro país tras haberlo estudiado detenidamente en Italia, donde pasó varios años de su vida. Y una vez en la capital hispalense, pintó varias obras que impresionaron a Murillo, creando en el artista sevillano la necesidad de aprender las últimas tendencias del momento. No es de extrañar, por tanto, que a partir de entonces Murillo abriera su mente de par en par e iniciara una nueva etapa marcada por sus frecuentes viajes y sus acercamientos a otros autores. Y en este sentido, el holandés Anton Van Dyck fue uno de sus grandes referentes, sobre todo en lo que a retratos se refiere.
Una vez que tomó nota de lo mejor de cada uno, Murillo desarrolló un estilo propio, heterogéneo e inimitable, si bien muchos autores posteriores quisieron imitarle. Eso sí, sin éxito. Ya en vida gozó de una excelente reputación, pero fue tras su muerte (Cádiz, 1682) cuando su legado cobró más relevancia si cabe, de ahí que los principales museos de Europa se emplearan a fondo para conseguir o retener sus más preciadas obras. Ahora Murillo vuelve a estar en el candelero porque Sevilla quiere conmemorar por todo lo alto el cuarto centenario de su nacimiento.
Está previsto que entre septiembre de 2017 y junio de 2018 se ponga en marcha una serie de actos “con vocación universal”, según afirmó recientemente el alcalde Juan Ignacio Zoido. En concreto, se realizarán nueve exposiciones, talleres de investigación, un simposio internacional, actuaciones musicales… convirtiéndose el Museo de Bellas Artes en la sede central del evento, pero ni mucho menos en la única. De hecho, está confirmado que el Alcázar, el Palacio Arzobispal y el Convento de Santa Clara también acogerán algunas de las muestras. Si las previsiones se cumplen, el ‘año Murillo’ puede convertirse en el acontecimiento cultural más importante celebrado en Sevilla desde la Expo 92.
Un genio apellidado Murillo (I)
Con el permiso de muchos otros pintores de gran talento, podría decirse que los dos mejores pinceles que ha dado Sevilla son los de Velázquez y Murillo. Del primero ya hablamos en profundidad hace algún tiempo, (pueden repasar los dos artículos que le dedicamos pulsando aquí y aquí), y ahora ahondaremos en la biografía del segundo. Bartolomé Esteban Murillo –así se llamaba- debió de nacer en las postrimerías de 1617, ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la Parroquia de la Magdalena. Su familia, como tantas otras de su tiempo, era muy numerosa, hasta el punto de que él era el menor de catorce hermanos. Su padre alternaba dos profesiones que hoy nos parecen diametralmente opuestas, pero que en su día estaban estrechamente relacionadas: las de cirujano y barbero. Lo mismo cortaba el pelo que practicaba una sangría o sacaba una muela. Por su parte, su madre procedía de una familia de plateros.
Una calle, una feria y un motín
Hay calles que tienen vida. Nacen en un momento determinado, echan a andar antes de lo previsto, maduran con la experiencia de los años y van desarrollando una personalidad propia que les hacen ser diferentes a todas las demás. Un buen ejemplo es la calle Feria, cuyo semblante es fácil de recordar e imposible de olvidar. Su trazado arranca en la Iglesia de San Juan de La Palma y finaliza en la calle Resolana, dejando entre medias una estela de 900 metros repletos de comercios tradicionales, viviendas con el sello autóctono y edificios con mucha historia. Entre ellos, la Iglesia de Omnium Sanctorum, la capilla de Monte-Sion, el Mercado de Abastos y el Palacio de los marques de la Algaba.
Plenitud imperfecta
La lluvia no hizo acto de presencia y Sevilla pudo disfrutar de todas sus cofradías sin excepción. El pleno, que no se producía desde 2009, estuvo aderezado por la primera visita de Felipe VI en su flamante condición de rey de España, y, como no podía ser de otro modo, por los incontables momentos emotivos que se vivieron en las distintas procesiones. Sin embargo, no podemos decir que fue una Semana Santa perfecta, pues algunos hechos puntuales pusieron de manifiesto que sigue habiendo bastante margen de mejora en términos de organización, comportamiento cívico, solidaridad entre hermandades, etc.
La joya de La Cartuja (III)
En este tercer y último artículo sobre el Monasterio de La Cartuja vamos a hablar sobre su historia más reciente y su estado actual. Podemos afirmar que la fecha clave que marcó su devenir fue 1835, año en el que entró en vigor la Desamortización de Mendizábal, la cual supuso la expulsión definitiva de los monjes y la expropiación del monasterio. Abandonado durante varios años, el comerciante Carlos Pickman vio en el emplazamiento del monasterio un lugar apropiado para poner en marcha una fábrica de loza y porcelana. Así las cosas, primero lo alquiló y fue respetuoso con su estética tradicional, pero cuando la demanda de sus productos se multiplicó decidió comprarlo y realizar reformas integrales para adaptarlo a las necesidades de producción.
La joya de La Cartuja (II)
Retomamos la historia del monasterio por donde lo dejamos, es decir, en la recta final del siglo XV, cuando el control del mismo pasó a manos de la orden de La Cartuja. Sus miembros profesaban una austeridad extrema, permanecían recluidos durante la mayor parte de sus vidas y amaban el silencio por encima de todos los sonidos. Además de por todas estas cosas, se caracterizaban por ser muy hospitalarios, de ahí que siempre estuvieran dispuestos a alojar a cualquier peregrino en sus aposentos más modestos, y también a los hombres más afamados de la época en las lujosas habitaciones que heredaron. De hecho, está documentado que ejercieron como anfitriones de Felipe II, Zurbarán, Teresa de Jesús, Cristóbal Colón, etc.