Inicialmente, Brasil no fue invitada a la Exposición Iberoamericana que se celebró en Sevilla en 1929. Portugal tampoco, y quizás muchos de vosotros os estéis preguntando ahora mismo por qué. Una de las razones se encuentra en el pretexto de la muestra, que no era otro que el de ensalzar a España y su hegemónica influencia en el Nuevo Continente. Y claro, los dos países anteriormente citados eran los únicos que podían discutir esta afirmación, pues la conexión entre ambos también había sido muy importante. También tuvo su peso el hecho de que Brasil hubiese votado en contra del ingreso de España en el Consejo de la Sociedad de Naciones años atrás, así como el escaso interés que había mostrado España en una muestra que se había celebrado en Río de Janeiro poco antes.
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Todo en uno para turistas
Cuando viajamos a otra ciudad, sentimos la necesidad de conocer todos sus encantos maximizando el tiempo y minimizando el esfuerzo. Por ello, consultamos foros especializados, pedimos consejos a la agencia de viajes, escuchamos las recomendaciones del personal del hotel… Toda información es valiosa para que nuestra experiencia sea lo más grata posible. Sin embargo, hay veces en las que nos sentimos algo perdidos y no tenemos más remedio que recurrir a nuestro propio instinto, ése que nos puede hacer la estancia más divertida… o más frustrante, según cómo lo tengamos de desarrollado.
El Laboratorio Municipal de Sevilla
Raro es el político que, estando en la oposición, no pregona a los cuatro vientos la necesidad de invertir más dinero en sanidad, pero más raro aún es el que se preocupa de verdad por la investigación médica. Al fin y al cabo, es más fácil colgarse la medalla de la curación que la de la prevención. Con todo, hubo un tiempo en el que Sevilla quiso estar a la cabeza en esta materia y para ello creó un Laboratorio Municipal. La institución como tal fue fundada 1883, si bien el edificio que ha llegado a nuestros días, el que está situado en la avenida María Auxiliadora, fue levantado en 1912.
La ciudad-convento
Después de Roma, Sevilla es la ciudad que posee más conventos. Actualmente se mantienen en pie casi una veintena, pero la cifra llegó a ser mucho mayor en tiempos pasados. Por esta razón, cabe preguntarse a qué se debió dicha proliferación. La respuesta se halla en los siglos XV y XVI, y más concretamente, en el comercio con las Indias, que convirtió a Sevilla en la capital del mundo tanto por sus riquezas como por su elevado número de habitantes. Por aquel entonces, el tráfico de mercancías era incesante, al igual que el de personas, puesto que todos querían conocer el Nuevo Mundo.
El rito de comer caracoles
El ser humano come caracoles desde tiempos inmemoriales. Al principio se lo llevaba a la boca porque no había mucho donde elegir y su recolección era sencilla. De hecho, mientras el hombre se jugaba la vida cazando, mujeres y niños buscaban otros alimentos menos ‘peligrosos’, entre ellos, este tipo de moluscos. Mucho más adelante, durante la época romana, pasaron a ser considerados artículos de lujo y estaban fuera del alcance de las clases bajas, que los veían como un objeto de deseo inalcanzable. Como en toda ciclotimia, siglos después fueron defenestrados y catalogados como comida basura, pero una personalidad pública, el prestigioso político francés Charles Maurice de Talleyrand, volvió a reivindicar su ingesta en el siglo XVIII y todo cambió de nuevo.
El cine de verano más grande del mundo
Hace un año dedicamos un artículo a los cines de verano que causaron furor en Sevilla en los años sesenta, setenta e incluso principios de los ochenta, fecha en la que comenzaron a desaparecer progresivamente (pueden releerlo pinchando aquí). Sin embargo, vuelven a estar de moda. Tanto es así que el cine de verano más gran del mundo está a punto de ver la luz… en Sevilla. Concretamente, la ubicación elegida es el muelle de las Delicias y será inaugurado oficialmente el próximo 9 de julio con un concierto de José Manuel Soto y sus hijos (Soto&Family).
Preparen los abanicos
Si el verano pasado fue más fresco de lo normal, el que está a la vuelta de la esquina será más cálido de lo habitual. Así lo ha asegurado la portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología, quien pronostica altas temperaturas para los meses de julio, agosto y septiembre en toda España, y muy especialmente, en Andalucía occidental.
No debe cogernos por sorpresa, pues este año 2015 ya venía avisando de lo que nos tenía reservado para el periodo estival. Sin ir más lejos, el Martes Santo (31 de marzo) se alcanzaron los 33 grados, la temperatura más alta registrada en este mes desde que se tienen datos oficiales. Asimismo, el pasado 14 de mayo los termómetros reflejaron 41 grados, cifra que solo ha sido superada esta temporada en Valencia y Lanzarote. Y es precisamente a este tipo de temperaturas a las que tenemos que irnos a acostumbrando, puesto que se espera que sean el pan de cada día durante todo el verano, que arrancó oficialmente ayer domingo 21 de junio a las 18:38 horas.
Del salitre a la pólvora
La Real Fábrica de Artillería es de sobra conocida por haber llegado a nuestros tiempos en buenas condiciones, pero no es la única fábricas que se construyó en Sevilla por orden de un monarca para fines bélicos. Hoy vamos a repasar la historia de la Real Fábrica de Salitre, edificada en 1757 bajo el auspicio de Fernando VI. El emplazamiento elegido fueron unos terrenos pantanosos situados entre la Puerta del Sol y la Puerta Osario, en un tramo de la actual Ronda Histórica (también llamada María Auxiliadora), concretamente, donde se asientan los Jardines del Valle. ¿Por qué allí? Para aprovechar la cercanía del arroyo Tagarete y el abundante nitro que había en sus proximidades.
La playa de María Trifulca
Sevilla tuvo una playa. No como las que prometieron algunos políticos a principios de los noventa, ni como las que anhelamos en las calurosas tardes de verano, pero la tuvo. Fue bautizada con el peculiar nombre de ‘María Trifulca’ y estaba situada justo debajo del Puente del V Centenario, naturalmente, cuando éste aún no había sido construido. Funcionó desde finales de los años veinte hasta principios de los sesenta, y tenía dos orillas -una en cada margen del Guadalquivir- con públicos diferentes. La zona más próxima a Heliópolis solía reunir a familias y chavales, mientras que en el lado opuesto se congregaban personas más adultas y ‘avispadas’, por llamarlas de alguna forma.