Teatro, cine y tienda de ropa

Lo prometido es deuda. Hoy hablaremos del Palacio Central, uno de los primeros cines que se instalaron en Sevilla tras la guerra civil. El edificio ya tenía una dilatada experiencia a sus espaldas en el mundo del espectáculo puesto que durante varios siglos hizo las veces de teatro,  primero bajo el nombre de Teatro Principal y posteriormente como salón Kursaal. No obstante, llegó un momento (1941) en el que el escenario de madera fue sustituido por una gran pantalla y el inmueble, que previamente había sido reformado a fondo por los arquitectos Suárez Garmendia y Balbino Marrón, se convirtió en una ‘franquicia’ del séptimo arte.


Situado en la confluencia entre O’Donnell y Sierpes (también había una puerta que daba a la calle Pedro Caravaca), era imposible que no tuviera éxito en una ubicación tan privilegiada, rodeada de comercios y a los ojos de miles de viandantes. Además, fue pionero a la hora de instalar el aire acondicionado para combatir las altas temperaturas de la capital hispalense y ése dato no es baladí, ya que los espectadores supieron apreciar la diferencia entre visionar una película con un calor sofocante y hacerlo en un ambiente fresco y agradable. Ofrecía tanto confort, que algunas personalidades como el torero Rafael El Gallo decidieron hospedarse en una parte del edificio que estaba destinada a viviendas.


El Palacio Central estaba abierto mañana y tarde, y solía aprovechar las sesiones matinales para proyectar películas infantiles y las vespertinas para el resto de cintas. Allí se pudieron ver las obras de arte de Fellini, Bronson, Chaplin, Hitchcock, Welles, Kubrick, Buñuel, etc, aunque también hay que reseñar que algunas de ellas chocaron con la política de censura del franquismo.  El cine permaneció abierto hasta mediados de los ochenta y poco después fue traspasado a la firma textil Mango. Así pues, donde antes estaban las butacas ahora hay maniquíes y perchas, aunque la rehabilitación a la que fue sometido el edificio a principios de siglo ha permitido conservar la esencia de lo que un día fue.


La fotografía en Sevilla (III)

De entre todos los grandes fotógrafos que ha dado Sevilla, quizás Emilio Beauchy sea el más reconocido de la larga lista. Su historia es la de una saga familiar de fotógrafos que inició su progenitor, Jules, quien a mediados del siglo XIX se trasladó a la capital hispalense procedente de Francia. Se integró tan rápidamente en las costumbres de su nueva vida, que decidió castellanizar su nombre por el de Julio y llamar a su hijo Emilio, cuando en circunstancias normales podría haberle dado la versión gala (Émile). Padre e hijo llevaban un estudio de la calle Sierpes, el primero como regente y el segundo como ayudante, pero el inevitable paso de los años y el creciente de interés del heredero por la toma de imágenes hicieron que las tornas se invirtieran allá por el año 1880.

Ya con el negocio a su cargo, Emilio percibió que circulaban escasísimas fotografías de los lugares emblemáticos de Sevilla y vio ante sí una oportunidad de mercado. De esta manera, colgó su cámara al hombro y recorrió la ciudad de punta a punta, obteniendo como resultado una serie de más de 400 fotografías que tenía como objetivos las corridas de toros, los Reales Alcázares, la Catedral, el barrio de Triana, etc. Con semejante material en sus manos, se dedicó a realizar copias por doquier y a comercializarlas, tanto a nivel individual como en álbumes de gran calidad, algo que le permitió granjearse un notable prestigio profesional. Tanto es así que se vio obligado a trasladarse a un estudio más amplio de La Campana en 1888, en cuyo letrero se podía leer ‘Casa Beauchy’.

Su instantánea más famosa es ‘Café Cantante’, titulada así porque muestra el interior de un establecimiento sevillano de este tipo y su peculiar animosidad. De igual modo, Emilio Beauchy adquirió popularidad por filmar los estragos del derrumbamiento del cimborrio de la Catedral, acaecido el 1 de agosto de 1888. Con todo, estas dos fotografías no son más que unos pocos ejemplos de su extensa obra, que actualmente se encuentra repartida entre la Biblioteca Nacional, la Universidad de Sevilla, el Ayuntamiento de Sevilla, el Archivo Espasa, la Fototeca Hispalense y otras colecciones privadas. Falleció en 1928 y su hijo Julio continuó con la ‘dinastía’, aunque no llegó a alcanzar el mismo éxito que su antecesor.

La calle de la serpiente

La manera más rápida de conocer la idiosincrasia de Sevilla es darse un paseo por la calle Sierpes y recorrer sus 400 metros de longitud sin pestañear. Sin embargo, una vez completada la tarea, puede que la curiosidad no esté del todo saciada y surja la intriga de saber cómo esa calle llegó a ser lo que es actualmente.

Originalmente, la calle Sierpes era sencillamente un brazo del río Guadalquivir y a sus márgenes se levantaron conventos y comercios. Por allí transitaban los que llegaban de las Américas para vender sus preciadas mercancías, aunque a veces, en lugar de encontrar compradores, se topaban con todo tipo de malhechores que les robaban o les estafaban con hábiles trucos. Era por tanto, un lugar concurrido y a veces peligroso. Dado el momento histórico, cargado de beligerancia, uno de los productos más demandados eran las espadas y por eso la calle acuñó el nombre de Espaderos en la época gremial. Sin embargo, esta denominación no tuvo demasiado recorrido y dio paso al de Sierpes gracias a un rumor que corrió como la pólvora.

Al parecer, de la noche a la mañana comenzaron a desaparecer niños sin dejar rastro en aquella calle. La gente llegó a asustarse tanto que, el regente de la ciudad, Alfonso de Cárdenas, se vio obligado a intervenir y ordenó investigar los sucesos, pero lo único que pudo obtener fue el testimonio de un preso que, a cambio de su libertad, ofrecía delatar al asesino. Cuando el gobernador dio su visto bueno, el reo, llamado Melchor de Quinta y Argüeso, relató que había acabado con la vida del malvado ser mientras trazaba un túnel para huir de la cárcel. Las autoridades acudieron al lugar señalado en las galerías subterráneas y comprobaron que lo que decía era verdad, aunque había obviado un importante detalle: quien yacía inerte con una daga clavada no era una persona sino una enorme serpiente venenosa.

Según cuenta la leyenda, el reptil fue mostrado en público para acabar con los temores de los sevillanos, los crímenes cesaron y a partir de ese momento, la vía empezó a conocerse como Calle de la Sierpe, aunque los más incrédulos se niegan a creer este relato y prefieren atribuir el nombre a su forma serpenteante.

La leyenda de la calle Sierpes

calle sierpesA finales del siglo XV, cuando aún no había terminado la Reconquista, Sevilla era el lugar de paso para las tropas que se dirigían al reino de  Granada. Se trataba de una frontera insegura, la cuál permitía infiltrarse fácilmente a individuos armados y merodeadores. En muchas ciudades, y por supuesto en Sevilla, había barrios de personas descontentas que siempre estaban dispuestos a fomentar la revuelta. Para agravar más la situación, los nobles españoles estaban divididos en bandos, todos hostiles al poder real que intentaba disminuir sus privilegios para fortalecer la autoridad de la Corona.

Por aquel entonces comenzaron a ocurrir en Sevilla siniestros sucesos… Con frecuencia faltaban niños. Unas veces desaparecían en la noche de sus casas, robados de sus propias cunas; otras veces desaparecían al atardecer, sin regresar de sus juegos a sus casas, sin que jamás se volviera a saber de ellos.

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La Campana

Céntrica calle, ancha, bulliciosa, y densa en circulación, sus orígenes datan de principios del siglo XVI, la actual estructura corresponde a las modificaciones del siglo XIX,antes de conocerse con este nombre,se llamaba calle de Pasteleros y de Confitero, ya que allí se encontraba unos establecimientos especializados en la elaboración de dulces. El nombre actual de La Campana deriva del edificio tipo almacén, (situado en el entorno) donde el Ayuntamiento suministraba todo lo necesario para apagar y cortar todos los incendios públicos, del almacén colgaba una campana, que era la que tocaba al público para dar auxilio, una vez derribado el almacén la campana pasó al Colegial del Salvador, con la condición que la compana tenía que ser tocada siempre que hubiera algún incendio en la ciudad, como recuerdo de este hecho se pintó en la calle una campana,la cual se conservó durante unos años.

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Calle Sierpes

Calle Sierpes es el nombre de una tradicional y concurrida calle comercial de Sevilla (Andalucía, España).

Siendo conocida por todos los sevillanos, se sitúa en el centro de la ciudad, comenzando en la plaza de la Campana y terminando en la plaza de San Francisco, donde a su vez se halla el Ayuntamiento. La calle, peatonal, está llena de comercios, reconocidas confiterías, cafeterías, y tabernas, por lo que siempre hay sevillanos, forasteros y extranjeros transitándola, de compras o aprovechando su tiempo de ocio. También pueden encontrarse estatuas humanas, mimos, músicos, pintores e incluso mantas de improvisados vendedores ambulantes.

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