Los doce ‘apóstoles’ de Sevilla

Antonio de Orleans, duque de Montpensier, encargó un grupo de doce esculturas a Antonio Susillo para rematar el Palacio de San Telmo, que por aquel entonces (1895) era de su propiedad. El encargo era muy concreto: quería que los doce sevillanos más relevantes de la historia coronaran una de las fachadas (la que da a la calle Palos de la Frontera) del edificio que ahora alberga la Presidencia de la Junta de Andalucía. Nueve de los elegidos habían nacido en Sevilla, mientras que otros tres fueron incluidos porque desarrollaron la mayor parte de su vida en la capital hispalense y también murieron en ella.

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La herencia de Castillo Lastrucci

El 27 de febrero de 1882 nació uno de los mejores escultores que ha dado la ciudad de Sevilla: Antonio Castillo Lastrucci. Lo hizo en el seno de una familia que se dedicaba a la venta de sombreros y era el tercero de cuatro hermanos. Quiso el azar que justo en frente de su domicilio se encontrara el taller del que a la postre sería su mentor, el también laureado Antonio Susillo, a quien conoció siendo niño. La destreza del crío a la hora de hacer figuritas de terracota llamó la atención del maestro, que no dudó en reclutarle y enseñarle el oficio. Así las cosas, cuando ingresó en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Sevilla, ya poseía muchos conocimientos y era el alumno más aventajado.

Como era de esperar, empezó a ganar muchos concursos de talento y en 1915 la Diputación de Sevilla le concedió una beca para formarse en los museos de París y Roma. La capital transalpina no la llegó a visitar por culpa del estallido de la I Guerra Mundial, pero en tierras galas sí se empapó de cultura. Tras hacer una intensa escala en Madrid, volvió a Sevilla para poner en práctica todo lo aprendido y decidió abrir un pequeño taller. Pronto le llegó el encargo que le cambió la vida: la construcción de las imágenes del Misterio de Cristo ante Anás, de la Hermandad de la Bofetá, que salieron a la calle por primera vez en 1923. Tanto los hermanos de la corporación como el público en general quedaron gratamente satisfechos con el resultado, de ahí que a partir de entonces le llovieran los pedidos.

Se puede decir que a partir de los 40 años, es decir, en plena madurez, Castillo Lastrucci se dedicó por completo a la imaginería religiosa. Muchas tallas fueron destruidas o dañadas durante la Guerra Civil y a él le tocó reponerlas o restaurarlas. Con paso firme, fue granjeándose un prestigio y recibiendo llamadas no sólo de Sevilla y su provincia, sino también de todos los puntos de España. Su nombre evoca inevitablemente a nuestra Semana Santa, ya que muchas de las imágenes que desfilan por la capital hispalense llevan su sello: el Cristo de la Buena Muerte (La Hiniesta), la Virgen de la O, la Virgen del Rocío (El Beso de Judas) y un largo etcétera. En total, se le atribuyen más de 450 imágenes y los entendidos en la materia destacan especialmente su capacidad para esculpir los crucificados, cada uno con sus propios rasgos, todos ellos imprescindibles.

El milagro del Cristo de las Mieles

Antonio Susillo Fernández fue un escultor sevillano nacido en 1855 y criado en la Alameda de Hércules. Un afortunado día de su infancia, estando en la calle, moldeó una figura con el barro que habían dejado las lluvias y la Infanta Luisa Fernanda de Orleans, que pasaba por allí, lo vio y se quedó impresionada con sus dotes artísticas. Inmediatamente lo amadrinó, costeó sus estudios en Roma y París, y, una vez formado, le puso en contacto con clientes respetados de toda Europa. Como no podía de ser otro modo, también dejó su sello en Sevilla, y buena prueba de ello son las estatuas del Palacio de San Telmo, el Daoiz de la Plaza de la Gavidia, el Velázquez de la Plaza del Duque, etcétera.

Sin embargo, debido a las malas compañías (se dice que su segunda mujer era una despilfarradora compulsiva), llegó un momento en el que se vio sumido en la más absoluta ruina, y cuando recibió el encargo de tallar una imagen en bronce para el Cementerio de San Fernando, se aferró a este proyecto como un clavo ardiendo para empezar de cero. Aun así, no pudo sentir mayor decepción cuando, al terminar la obra, se dio cuenta de que había esculpido la pierna izquierda sobre la derecha (al revés de lo que dicen Sagradas Escrituras). Incapaz de asumir su error, decidió ahorcarse en su estudio, aunque otras fuentes apuntan a que se pegó un tiro en la cabeza.

Y llegados a este punto entra en juego la leyenda. Existe la creencia generalizada de que los sevillanos eran partidarios de enterrar su cuerpo en el centro del camposanto, debajo de la imagen que él mismo materializó, pero las autoridades eclesiásticas se negaron, pues ya se sabe que el suicidio no está aceptado por la fe católica. Pese a todo, 30 años después, el debate volvió a la calle a raíz de un artículo publicado en prensa y en 1940, con el beneplácito de la Iglesia y el Ayuntamiento, fue sepultado en dicho lugar. Cuando todo parecía estar en orden, un acontecimiento extraordinario volvió a convertir a Antonio Susillo en motivo de actualidad: el Cristo que había cincelado lloraba.

Lo que brotaba de sus ojos no era agua salada ni tampoco bendita, sino miel. El mismísimo Vaticano se vio obligado a enviar a uno de sus investigadores para determinar si estaban ante un milagro, pero las pruebas concluyeron que las abejas habían formado una colonia en el interior de la imagen. Aun así, desde entonces se le conoce como el Cristo de las Mieles.

Cristo de Las Mieles

Cristo de Las MielesExiste en el cementerio de San Fernando de Sevilla algo que no podemos dejar de admirar: la escultura en bronce de un Cristo crucificado que se encuentra en la glorieta principal de dicho cementerio. Éste cristo es llamado de Las Mieles por un fenómeno muy curioso, que ha quedado como leyenda a través de generaciones, y que podría haber sido argumento para un episodio de Expediente X. Es obra de Antonio Susillo, famoso escultor sevillano del siglo XIX. Nacido en Sevilla de familia humilde, el 17 de Abril de 1857, concretamente en La Alameda de Hércules, desde muy jóven gozó del mecenazgo de la Infanta Luisa Fernanda de Orleans, y la duquesa de Montpensier, que fué su principal valedora. Gracias a ellas, considerado un «niño prodigio», pudo desarrollar su don innato como artista y escultor. Ya a los veinte años aproximadamente, Antonio Susillo comienza a recibir encargos de la alta aristocracia europea, consolidándose como el escultor sevillano más famoso de todos los tiempos. Cuenta la leyenda que cuando el escultor talló este cristo, lo hizo con las piernas al contrario, y que al contemplar la obra terminada y ver el fallo, se sintió tan angustiado y le afectó tanto que se disparó con una pistola, pues además, en ese momento se encontraba en la ruina y esa obra significaba mucho para él.

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