Wolfgang Amadeus Mozart no necesita presentaciones, ya que está considerado como uno de los músicos más influyentes de la historia. Sin embargo, no todo el mundo sabe que, pese a no haber viajado nunca a Sevilla, ambientó dos de sus óperas en nuestra ciudad (‘Las bodas de Fígaro’ y ‘Don Giovanni’, ésta última inspirada en Don Juan Tenorio). Por esta razón, Sevilla decidió homenajearle con un monumento que fue inaugurado bajo una lluvia torrencial el 5 de diciembre de 1991, coincidiendo con el bicentenario de su muerte. Aquel mismo día, la Sinfónica de Sevilla dio un concierto en la Catedral ante nada más y nada menos que 9.000 personas e interpretó la famosa pieza del austriaco ‘Requiem’.
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La Casa de la Moneda sobrevive a duras penas
Una vez culminada la Reconquista (1492), los Reyes Católicos quisieron reorganizar todo lo relacionado con la acuñación de monedas y decidieron que sólo siete cecas de las que operaban en España prosiguieran su actividad. Una de las elegidas fue la Casa de la Moneda de Sevilla, que cambió su ubicación para estar más cerca del Guadalquivir, y por tanto, de lo que llegaba de las Indias. Así las cosas, las nuevas dependencias se levantaron concretamente en las huertas de las Atarazanas, entre la Torre del Oro y la Torre de la Plata, trayecto que era recorrido a diario por los mercaderes más acaudalados.
Y justo allí, los metales más preciados eran convertidos en marcos y doblones para el sostenimiento de la economía española… y mundial, pues no hay que olvidar que eran tiempos de continuos descubrimientos en América. Ya en el siglo XVIII, fue reformada profundamente por el arquitecto Sebastián Van der Borcht, quien mejoró su aspecto exterior (le incorporó la gran portada que hace las veces de acceso principal) y acabó con los problemas estructurales y y de filtraciones derivados del terremoto de Lisboa.
La Casa de la Moneda de Sevilla tuvo una actividad frenética hasta el siglo XIX, pero a partir de entonces fue perdiendo vitalidad progresivamente. De hecho, en 1868 dejó de tener una función fabril y fue dividida en tres partes, las cuales fueron vendidas a sendos particulares: Ildefonso Lavín, José Marañón e Inocencio Ocho. Sólo una década más tarde quedó en manos de un único propietario, que llevó a cabo reformas integrales para darle un uso residencial. Sin embargo, pronto sus instalaciones fueron abandonadas y hubo que esperar hasta bien entrado el siglo XX para que se iniciara una restauración que perseguía recuperar su fisonomía original. Desgraciadamente, las últimas obras a las que ha sido sometido el edificio han generado muchísima polémica. Tanto es así que la Junta de Andalucía acusa al arquitecto de un delito contra el patrimonio histórico por “alterar gravemente” su estructura y levantar un ático inexistente.
El mayor astillero de Europa
El mayor astillero que se construyó en Europa durante la Edad Media está en Sevilla. Hablamos, cómo no, de las Reales Atarazanas, el primer gran proyecto de Alfonso X tras haber arrebatado su padre (Fernando III) la ciudad a los musulmanes en 1248. Su idea era levantar una enorme fábrica de barcos fuera de las murallas, pero lo suficientemente cerca de ellas como para reforzar el entramado defensivo. La ubicación elegida tenía como márgenes dos atalayas (la Torre del Oro y la Torre de la Plata) y dos puertas (la del Carbón y el Postigo del Aceite). Y allí, en lo que hoy conocemos como El Arenal, se levantaron nada más y nada menos que 17 naves de ladrillo para convertir a Sevilla en un foco portuario.
Este monumento civil (así lo llaman algunos historiadores) no solo destacó desde un primer instante por sus enormes dimensiones, sino también por su cuidada estética, un aspecto este último que no era estrictamente necesario. Inspiradas en los estilos gótico y mudéjar, las Reales Atarazanas quedaron impregnadas de arcos, pilares, bóvedas de arista y otros elementos arquitectónicos que hacían de su estancia una experiencia única. Pero aquello, aunque nos cueste cambiar el chip, no era un lugar de visita, sino el espacio en el que trabajaban a destajo carpinteros, herreros, pescadores, marineros, mozos de carga, etcétera.
Aproximadamente un tercio de la obra (7 de las 17 naves) es que lo que ha llegado a nuestros tiempos debido a las renovaciones que se fueron llevando a cabo de manera progresiva. Así, en 1641 se redujo parte de su extensión para edificar el Hospital de la Caridad y su iglesia; en 1751 se reservó un considerable espacio para el almacenaje de artillería; y en 1782 absorbió las Maestranzas de Cádiz y Málaga, quedándose como única abastecedora para Andalucía y Extremadura. En 1969, las Reales Atarazanas fueron declaradas Bien de Interés Cultural, y en 1993 pasaron a manos de la Junta de Andalucía, que llevó a cabo procesos de rehabilitación dos años más tarde.
Sevilla quiere más
Sevilla no se conforma con que la Catedral, el Archivo de Indias y el Alcázar estén reconocidos como Patrimonio de la Humanidad desde 1987. Quiere más, y por ello ha solicitado formalmente que la Plaza de España y la Torre del Oro reciban la misma distinción. Así lo anunció el alcalde, Juan Ignacio Zoido, durante el Encuentro internacional sobre arquitectura contemporánea en ciudades históricas que se ha celebrado estos días en la capital hispalense, precisamente en uno de los edificios de la Plaza de España, argumentando que ambos monumentos cumplen, holgadamente, con los requisitos que fija la Unesco para conceder esta prestigiosa denominación.
Lejos de poner trabas, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que es el organismo que debe tramitar la petición de forma oficial, ha animado a Sevilla a conseguir su propósito, por lo que la candidatura cuenta con el respaldo total del gobierno nacional. Atrás quedaron aquellas desavenencias entre Sevilla y la Unesco a colación de la Torre Pelli, cuya construcción puso en peligro el sello de Patrimonio de la Humanidad, y el clima que se respira es de optimismo. Eso sí, la resolución no se conocerá ni mucho menos a corto plazo y es posible que haya que esperar aproximadamente dos años.
No es producto de la casualidad que Sevilla haya anunciado ahora esta pretensión. El Ayuntamiento ha aprovechado la presencia de emisarios influyentes en nuestra ciudad -con motivo del encuentro internacional mencionado anteriormente- para poner el asunto encima de la mesa. Entre ellos se encuentran Karim Hendili, director de Ciudades del Centro de Patrimonio Mundial de la Unesco, y Gustavo F. Araoz. Vílchez, presidente del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos). Si Sevilla consiguiera su propósito, su reclamo turístico se vería reforzado sensiblemente con la acreditación más importante que existe para la Torre del Oro y la Plaza de España, dos de las grandes maravillas de nuestra tierra.
Las inquebrantables Justa y Rufina
Es de Perogrullo afirmar que Justa y Rufina no fueron santas siempre y hoy nos hemos propuesto ahondar en sus biografías, que están estrechamente relacionadas. No en vano, hablamos de dos hermanas carnales que nacieron en Sevilla en los años 268 y 270 respectivamente durante el dominio romano. En aquellos tiempos imperaba el paganismo, por lo que el cristianismo que practicaban ellas suponía una rara excepción. Una vez al año, los romanos celebraban una fiesta en honor a Venus y una comitiva recorría las calles pidiendo una aportación económica de casa en casa. Cuando llegaron al hogar de Justa y Rufina, éstas no solo se negaron a pagar por un evento contrario a su fe, sino que destrozaron la figura de la diosa que portaban los recaudadores.
Diogeniano, a la sazón gobernador de la ciudad, ordenó a sus subalternos que las encerraran y las obligaran a abandonar sus creencias religiosas. Dado que por las buenas no consiguieron nada, utilizaron distintos métodos de tortura, tales como el potro (un macabro instrumento que tiraba de las extremidades) y los garfios de hierro, pero el resultado fue idéntico. Así las cosas, fueron recluidas en una celda mugrienta en la que recibían agua y comida con cuentagotas para que sufrieran física y psicológicamente. Sin embargo, para sorpresa de todos, lograron resistir estoicamente.
Tuvieron que inventarse un nuevo castigo y esta vez las forzaron a caminar descalzas hasta Sierra Morena, confiando en que se derrumbarían por el camino. Pero una vez más, volvieron a subestimarlas. Las mandaron de vuelta a un calabozo, donde en condiciones infrahumanas sobrevivieron juntas durante un tiempo más hasta que Justa falleció. Entonces Diogeniano decidió acabar su matanza guiando a su hermana Rufina hasta el anfiteatro para que un león la devorara delante de las masas, pero asombrosamente el animal se limitó a lamerle sus vestiduras. Harto de tantos reveses que ponían en duda su poder, el prefecto mandó degollarla y quemarla en la hoguera. Justa y Rufina demostraron una fe inquebrantable y por eso la Iglesia decidió canonizarlas siglos después.
Terremotos en Sevilla
Afortunadamente, la relación entre Sevilla y la naturaleza siempre ha sido más que buena, aunque en momentos puntuales se produjeron algunos ‘roces’ desagradables. En su día ya hablamos de las grandes riadas que asolaron la ciudad y hoy profundizaremos en los terremotos. El primero que está documentado data del año 1080 y ocasionó graves daños en la Mezquita de los Amires Abbaditas, edificio que precedió a la iglesia del Salvador. Casi un siglo más tarde, el terremoto que destruyó Andújar también se dejó notar en la capital hispalense, mientras que el de 1356, originado en el Cabo de San Vicente, provocó una gran polvareda en las calles. Los temblores de 1504 sacudieron especialmente a la localidad de Carmona y los de 1680 volvieron al centro de Sevilla, aunque sin consecuencias trágicas.
Por proximidad geográfica, quizás el más famoso de todos sea el terremoto de Lisboa, llamado así porque devastó la capital portuguesa en 1755. Tuvo tanta intensidad, que se percibió desde el sur de Inglaterra hasta el norte de África. Sevilla no se escapó de este seísmo, pues más de 300 casas se hundieron sin que nadie pudiera hacer nada para remediarlo y otras 5.000 quedaron afectadas. En lo que respecta a los monumentos, se desprendieron los remates y las barandas de la azotea de la Catedral y las campanas de la Giralda tocaron solas durante unos minutos. Además, se agrietaron varias iglesias (San Julián, Santa Ana, San Vicente…), conventos (Regina, San Alberto…) y el mismísimo Alcázar. Y por si fuera poco, la Torre del Oro sufrió un deterioro importante, de ahí que algunos se atrevieran a solicitar incluso su derribo.
La fantasía popular dio pie a un relato inverosímil que aseguraba que las Santas Justa y Rufina sostuvieron la Giralda en el momento de mayor violencia para que no se despeñara, escena que inmortalizó Murillo con un lienzo. Cabe destacar también que en la Plaza del Triunfo, justo donde estaba celebrándose una misa que quedó interrumpida por los temblores, se levantó un monumento para agradecer la protección divina ante el desastre y se grabó una placa con el siguiente texto: “Sábado, 1 de Nov. Año 1755 a las 10 de la mañana huvo general y pavoroso terremoto el que se creyó asolaba la Ciudad, y sepultaba a sus moradores en la ruina, pues se estremecieron violentamente los edificios cayendo algunos y parte de las iglesias. En la Patriarcal con espantoso horror llovieron parte de sus bóvedas, cayeron pilares de los elementos de su Torre. Siendo sin número el concurso nadie se sintió lastimado. En toda Sevilla solo 6 personas perecieron deviendo las demás sus vidas la Ciudad su consistencia al Patrocinio de la que es Madre de Dios y Misericordiosa María Stma. en cuyo honor y perpetuo agradecido monumento mandaron poner los Ilmos. Sres. Deán y Cabildo e hacer este Triunpho en el sitio mismo que se dixo la Misa y cantó Sexta en aquel día”.
El último terremoto registrado en Sevilla, de 6,1 grados en la escala Richter, aconteció el 12 de febrero de 2007 y provocó algunos desalojos de consideración, aunque por suerte todo quedó en un susto.