Triana: sus rincones

Podría decirse que Sevilla y Triana están separadas por un río, pero desde otro punto de vista también podría afirmarse que están unidos por él, ya que la ciudad y el barrio son interdependientes y el Guadalquivir siempre ha sido el mayor denominador común. Cruzar desde la orilla meridional hasta la occidental a través del Puente de Triana implica adentrarse en un barrio con solera para dar y regalar, y la primera parada obligatoria es la Plaza del Altozano, el corazón de Triana y posiblemente el lugar que al que más cariño le tienen los trianeros. Antiguamente era punto de encuentro de los aljarafeños que querían llegar hasta la capital a través del puente de barcas y actualmente alberga un monumento en honor a uno de los mejores toreros de la historia: Juan Belmonte.

Muy cerca de la estatua se encuentra la Capilla del Carmen, pintoresca obra de Aníbal González construida con ladrillo y cerámica, material que siempre ha estado muy ligado al barrio, tal y como corroboran los talleres de las calles Callao, Antillano o Alfarería, que siguen desprendiendo el aroma de la tradición. A tiro de piedra también está el Mercado de Triana, y debajo de él, los restos del Castillo de San Jorge. Las tres arterias más importantes de Triana son las calles Castilla, San Jacinto y Pureza. La primera de ellas está presidida por la Capilla de la O, cobija a numerosos comercios y conserva algunos de los enraizados corrales de vecinos. En la segunda sobresalen la Iglesia de San Jacinto y la Capilla de María Santísima de la Estrella, mientras que en la tercera destacan la ‘Casa de las Columnas’, edificio en el que se formaban siglos atrás los marineros, y la sede de la Hermandad de la Esperanza de Triana.

Pero no todo se encuentra ahí. Triana no sería lo que es sin su calle Betis, cuyas maravillosas vistas suelen ser objeto de deseo de todas las cámaras fotográficas, sin su calle Pagés del Corro y su Convento de las Mínimas, sin su ‘catedral’, es decir, sin su Iglesia de Santa Ana, sin su Barrio León, sin su Tardón, etc. Y es que Triana es más grande de lo que dicen los mapas y tiene más lugares de interés de los que se pueden enumerar sin parecer reiterativo.

Triana: su gente

Es prácticamente imposible determinar con claridad qué es lo que diferencia a Triana del resto de Sevilla, pero nadie puede poner en duda que es un barrio especial y único. Lo que le define es algo inmaterial y etéreo que se focaliza en su gente, en las personas que se han criado en ese espacio que tiene como fronteras Los Remedios, el Casco Antiguo, La Cartuja y el Aljarafe, con el Guadalquivir como bandera. Por esta razón, un turista jamás podrá comprender su esencia a través de una corta visita o leyendo un folleto. Es necesario convivir allí durante un tiempo o ser testigos oculares o referenciales de sus vivencias para conocer la idiosincrasia de Triana.

Históricamente siempre fue un barrio humilde y trabajador en el que abundaron los marineros (por la cercanía al río), los alfareros, los obreros y los herreros. Muchos de ellos, de etnia gitana, y un ejemplo que lo ilustra es que la calle Pagés del Corro se llamaba antiguamente ‘La Cava’. Sin embargo, la presión inmobiliaria de los años 70 los desplazó a casi todos hacia la periferia de la ciudad. También la Guerra Civil influyó muchísimo en su demografía, ya que los trianeros opusieron resistencia a los sublevados y recibieron una dura represión. Aun así, Triana, como siempre, salió adelante sin perder ni un ápice de su identidad.

Otro rasgo distintivo del barrio es que ha sido cuna de grandes artistas en todos los campos: toreros (Juan Belmonte, Maera), pintores (Antonio de Arfían), tonadilleras (Marifé de Triana, Isabel Pantoja, Paquita Rico), actrices (Marujita Díaz, Paz Vega), cantaores (Chiquetete, Naranjito), bailaores (Antonio Canales, Matilde Coral), humoristas (Los Morancos), músicos (Jesús de la Rosa), y un largo etcétera. Todos ellos, con sus dones y a través de sus respectivas profesiones, han mostrado el exterior la personalidad abierta y alegre de los trianeros. La que se puede apreciar pero no imitar.

Triana: la génesis

Existe una leyenda que asegura que Astarté, diosa fenicia que representaba la naturaleza, la vida, la fertilidad y el amor, escapó hasta nuestra tierra cuando Hércules se encaprichó de ella. Decidió esconderse en la orilla occidental del Gualdalquivir, y prácticamente sin darse cuenta, fundó Triana en una zona hasta entonces yerma. De forma paralela, Hércules recorrió palmo a palmo todos los rincones del otro lado del río, pero allí, obviamente, nunca la encontró. No obstante, quedó tan embelesado con los lugares que había explorado que decidió crear la ciudad de Sevilla.

Mitología al margen, los primeros restos humanos que se han encontrado en este popular barrio datan de la época romana y fue precisamente en este periodo de la historia cuando adquirió su nombre: Tri-(tres)Ana(río), ya que el cauce del Guadalquivir se dividía en tres partes al llegar a este enclave. Eran los tiempos de Trajano, emperador nacido en Itálica, tal y como recordamos en un artículo anterior. No obstante, el despegue definitivo de Triana como sector importante de la ciudad no llegaría hasta la época musulmana, cuando era conocida como ‘Atrayana’ o ‘Athriana’. El motivo no fue otro que la construcción del edificio que hoy conocemos como Castillo de San Jorge, situado en una posición estratégica, y posteriormente, el levantamiento del puente de barcas, que permitió una conexión fluida entre el arrabal y el centro. Una vez que el trabajo más arduo ya estaba hecho, la ciudad pasó a manos cristianas.

La proximidad al río Guadalquivir era su gran ventaja y también su gran inconveniente, puesto que cada vez que la lluvia arreciaba y el Guadalquivir se desbordaba, el barrio sufría de lo lindo y los habitantes se veían obligados a guarecerse en la iglesia de Santa Ana. También la peste hizo estragos entre sus calles durante la epidemia de 1649, pero Triana, en una demostración de lo que ha sido y sigue siendo, no sólo se las apañó para resistir a todas las adversidades, sino que prosiguió erigiéndose como el barrio con más personalidad de Sevilla. De sus señas de identidad, sus gentes y sus tradiciones hablaremos en los próximos artículos.

Jesús de la Rosa: un genio sin suerte

Jesús de la Rosa nació el 5 de marzo de 1948 en la calle Feria, en una de esas típicas casas antiguas de habitaciones pequeñas y patio grande, en el seno de una familia numerosa de ocho hermanos. Él era el más pequeño, el más inquieto, el más impaciente. A los 13 años ya había abandonado los estudios y trabajaba como aprendiz de platero, pero lo que le gustaba realmente era la música. Su talento no provenía de academias ni de clases de solfeo: era innato. No debe sorprender por tanto que antes de cumplir la mayoría de edad ya hubiese formado un grupo, ‘Nuevos Tiempos’, que bebía de la incipiente influencia anglosajona. De hecho, la mayoría de las letras de su primer disco, grabado en Barcelona, estaban escritas en inglés. Sin ser consciente de ello, acababa de poner la semilla de un movimiento musical, el que era capaz fusionar el estilo tradicional andaluz con el rock progresivo.

La llamada del servicio militar le obligó a hacer un paréntesis, pero una vez que se licenció, reanudó su vocación. Primero como vocalista de ‘Los Brincos’, grupo que decidió prescindir de sus servicios en cuanto comprobó que sus tintes aflamencados eran innegociables. Y después, como bajista de la banda ‘Tabaca’, donde conoció a Eduardo Rodríguez. Ambos se desmarcaron al poco tiempo de este proyecto y fundaron en 1974 el grupo Triana, junto a Juan José Palacios, ‘Tele’, y Manuel Molina, aunque éste último abandonó al poco tiempo. Con un magnetofón doméstico, comenzaron a grabar sus primeras maquetas. Les sobraba destreza y perseverancia. Les faltaba el empujoncito decisivo.

La discográfica Movieplay, con su filial Gong, se fijó en ellos y grabó su primer LP: ‘El Patio’. Ya no había marcha atrás. La creatividad de Jesús de la Rosa era incesante y pronto vio la luz el segundo, ‘Hijos del agobio’, el cual les hizo muy populares en Sevilla pese a no contar con una promoción al uso. Todo funcionaba a través del boca a boca, de vinilos que pasaban de mano a mano, de emisoras locales que de vez en cuando decidían pinchar sus temas. Ya en 1979, con el tercer trabajo, ‘Sombra y luz’, el grupo entra en otra dimensión y se consagra como referente del llamado rock andaluz durante la transición democrática. Los discos se vendían como churros, los conciertos eran multitudinarios, las peticiones de entrevistas se disparaban… El éxito y la fama alcanzan su punto álgido con ‘El encuentro’, el sencillo más popular del grupo y que dio nombre al cuarto trabajo. A partir de ahí, comenzó un periodo de cierta decadencia, de melodías no tan brillantes, de letras un tanto oscuras.

Lamentablemente, Jesús de la Rosa no tuvo la oportunidad de remontar el vuelo, ya que la desgracia se cebó con él. En 1983, tras dar un concierto benéfico en San Sebastián por las inundaciones sufridas en el País Vasco, decidió regresar por carretera a Madrid, donde tenía una casa. Pero nunca llegó a su destino. A su paso por Burgos, tuvo la mala suerte de que su coche se estrelló con una furgoneta y pese a que el accidente no parecía del todo grave, falleció poco después en el hospital. Jesús de la Rosa fue un genio, un genio sin suerte. Todos los intentos posteriores de recuperar el grupo sin él fueron en balde. Su voz era inimitable y su vacío, imposible de llenar.

El museo del horror

El Castillo de San Jorge, situado en la Plaza del Altozano, fue sede de la Santa Inquisición en España desde 1481 hasta 1785. Por tanto, hablamos de un lugar en el que se juzgaba a los presuntos herejes, es decir, a los que supuestamente practicaban una religión distinta al catolicismo o la brujería. A diferencia de otros países europeos como Alemania o Inglaterra, en España sí solía haber un proceso legal documentado, aunque eso no excluía ni las torturas ni las condenas sin pruebas fehacientes, ya que todo estaba orquestado por el Estado. Y en aquellos tiempos, si había un denominador entre los gobiernos que se sucedían, era que todos tenían un sesgo totalitario.

Los orígenes del edificio son inciertos y se habla de que pudo ser levantado inicialmente por los visigodos o los almohades. En cualquier caso, en el siglo XIII pasó a manos cristianas, y el rey Fernando III se lo cedió a la Orden Militar de San Jorge (de ahí su nombre). Más adelante también se convirtió en la primera parroquia de lo que hoy conocemos como Triana. Sin embargo, su uso fue menguando progresivamente y no cobró relevancia hasta que la Santa Inquisición se apropió de él. Sus 26 celdas, la casa del inquisidor y la capilla formaron parte de una de las etapas más lúgubres de Sevilla, caracterizada por el juicio de valor, el abuso de poder y la indefensión de las víctimas. No obstante, se suele decir que se aprende más de los errores que de los aciertos y la frase está impregnada de razón.

Quizás por ello, hoy el Castillo de San Jorge es un imprescindible museo que explica cómo se hacían los enjuiciamientos en nuestra ciudad, y sus 1.400 metros cuadrados, distribuidos en dos plantas y múltiples salas, algunas de ellas didácticas con proyecciones audiovisuales, invitan inexorablemente a la reflexión personal. No cabe duda de que recordar las penas de cárcel, galeras, azotes, destierro, hábito penitencial y muerte, casi siempre en la hoguera, no es algo placentero, pero sí necesario para tomar nota y conciencia de lo que nuestra especie hizo mal. Al fin al cabo, la historia es como es y no se puede cambiar, y siempre es mejor conocerla que desconocerla, por muy tétrica que sea.

La ilusión en Triana se viste de ruan negro

nazarenosUnos 100 hermanos de Pasión y Muerte ya han encargado sus túnicas de nazareno. «Tenía la promesa de salir de nazareno el primer año en el que la hermandad fuera con túnicas. Me cuesta mucho trabajo andar y el médico me ha desaconsejado participar en la estación de penitencia, pero pienso cumplir mi promesa y vestirme de nazareno siempre que pueda», confiesa Manuel Bendala López, hermano desde 1996 de Pasión y Muerte, mientras se prueba la túnica ruan en la nueva casa hermandad.Como a Manuel Bendala, a la mayoría de los hermanos de la recién estrenada hermandad, les «parece mentira tener la túnica puesta» después de una larga espera que empezó a contar hace 20 años en la parroquia de La O.

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75 años de los salesianos en Triana

salesianosEl colegio celebra esta efemérides con un programa de actos. El abuelo, el padre, los hermanos y hasta los nietos. Con 75 años a sus espaldas, los Salesianos de Triana pueden presumir de haber educado a varias generaciones de sevillanos. La obra que comenzó Don Bosco, fundador de Los Salesianos, vio la luz en Sevilla en 1926, cuando se colocó la primera piedra del que sería uno de los centros educativos más importantes de la ciudad. Debido a la situación que atravesaba el país, la construcción -que fue financiada por los Condes de Bustillo-, tuvo que ser paralizada en varias ocasiones.A pesar de todo, la obra llegó a su fin el 1 de octubre de 1935 (un año antes de que se declarara la Guerra Civil en España) momento en el que la casa Salesiana abrió sus puertas a los primeros 150 alumnos, muchos de los cuales vivían en el propio centro.

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