La hombría de los garrochistas de Utrera

garrochistasSólo los apasionados de la Historia tienen constancia de la decisiva participación de un grupo de utreranos en la Batalla de Bailén (1808), una de las más importantes de la existencia de España. No en vano, supuso la primera derrota de las tropas napoleónicas en campo abierto, la huída de José I Bonaparte y el regreso forzado de su hermano menor (Napoleón) a la península ibérica para intentar consolidar su posición dominante.

Podría decirse que en Utrera nació lo que hoy conocemos como guerra de guerrillas, es decir, el hostigamiento continuado al enemigo con maniobras rápidas, sorpresivas y, hasta cierto punto, rudimentarias. No en vano, cualquier cosa servía para atacar a los franceses o afrancesados, ya fuese una pala, una azada o una piedra. Todo lo que causara daño era válido y el éxito de las escaramuzas llegó a oídos de los generales españoles, que decidieron instalar allí un cuartel general. Con todo, cabe aclarar que no es que en La Campiña hubiese un movimiento perfectamente organizado para expulsar a las fuerzas de ocupación, pero sí una fuerte convicción de que eso era justamente lo que había que hacer.  

Así se explica que, durante la Guerra de la Independencia, un grupo de utreranos y jerezanos sin experiencia militar se ofrecieran como voluntarios para intervenir en la Batalla de Bailén. Fueron denominados como ‘garrochistas’ y pusieron a disposición de la causa sus propios caballos. Vestían como lo que eran, hombres de campo, y utilizaban como armas las lanzas de conducir el ganado. Pero tras una apariencia un tanto grotesca, el escuadrón escondía una valentía y una fiereza fuera de lo común, hasta el punto de que sus cargas contra los franceses se hicieron famosas en aquellos tiempos y han llegado a nuestros días para ser recordadas por siempre.  

Morón, un punto estratégico (II)

moron--644x362Lejos de caer en el olvido, la Base Aérea de Morón de la Frontera ha ido adquiriendo relevancia para Estados Unidos con el paso del tiempo y nada hace indicar que esa tendencia vaya a cambiar. Buena prueba de ello es que hace escasos años los norteamericanos implantaron en dicha base una fuerza de reacción rápida para hacer frente a cualquier contingencia que pudiera surgir en África. Con todo, su ubicación estratégica no sólo permite desplegar tropas con suma rapidez al continente negro, sino también a cualquier parte del mundo, tal y como ha quedado corroborado a lo largo de la historia.

Y es que el Pentágono ha utilizado la Base Aérea de Morón en todas las crisis internacionales desde la Guerra Fría hasta la actualidad (Vietnam, Los Balcanes, Palestina, Irak, Libia, etc.). Como muestra, un botón: durante la operación que culminó con la caída de Sadam Husein en 2003, más de 7.000 soldados estadounidenses pasaron por la localidad sevillana y tres años más tarde su torre de control llegó a gestionar más de 1.000 vuelos. Otros factores que explican la permanencia de las tropas estadounidenses en Morón es la presencia de una de las pistas de aterrizaje y despeje más grandes de Europa, así como la ausencia de restricciones de ruido (está muy alejada de las zonas residenciales e industriales).

Obviamente, tampoco podemos pasar por alto el factor más importante, que no es otro que el político, puesto que las relaciones entre la Casa Blanca y La Moncloa han sido excelentes durante las últimas décadas, especialmente durante los gobiernos del Partido Popular. Sin ir más lejos, Mariano Rajoy autorizó en abril de 2013 el despliegue en territorio español de una fuerza de 500 marines y ocho aeronaves estadounidenses, y meses más tarde, durante su entrevista con Obama, conoció de primera mano la intención de Estados Unidos de prorrogar y ampliar su presencia en Morón. Paradójicamente, para el ejército español esta base no se encuentra entre las más relevantes, de ahí que operen en ella los cazas Eurofighter Typhoon (como el que se estrelló hace sólo unas semanas) y no los F-18, que son los que han participado en los últimos conflictos bélicos.  

Morón, un punto estratégico (I)

moron¿Por qué España cedió a Estados Unidos la base de Morón de la Frontera  en 1953? ¿Por qué la siguen compartiendo los ejércitos de ambos países 60 años después? En este espacio trataremos de responder a ambas preguntas, a sabiendas de que hay versiones oficiales y no oficiales para todos los colores. En cualquier caso, podemos afirmar sin miedo al error que el Aeródromo Militar Vázquez Sagastizábal (su nombre original) tiene su origen 1941, cuando fue construido para reforzar la defensa de un país, España, que se había desmoronado durante la Guerra Civil. Tanto es así que, pese a sus afinidades con el Eje, no participó directamente en la II Guerra Mundial, la cual estalló sólo un mes y medio después de la rendición republicana, aunque sí lo hizo de manera indirecta.

Por un lado, envió a la División Azul con la coartada de que estaba formada por voluntarios que querían ayudar al Tercer Reich; y por otro, suministró wolframio, acero, mercurio y zinc a los nazis de manera encubierta a cambio de oro, según reveló un informe oficial de Washington desclasificado recientemente. Estos materiales contribuyeron al fortalecimiento de las tropas de Hitler, de ahí que los norteamericanos quisieran ‘ajustar cuentas’ con Franco al término de la contienda. El trato al que llegaron ambas partes para limar asperezas se puede resumir de la siguiente manera: bases aéreas a cambio de hacer la vista gorda.

De esta manera se explica que, en el contexto de la Guerra Fría, España, como muchos otros países, prestara a Estados Unidos cuatro bases militares: la naval de Rota (Cádiz) y las aéreas de Torrejón de Ardoz (Madrid), Zaragoza y Morón de la Frontera (Sevilla). Eran tiempos en los que Estados Unidos tenía a más de 250.000 soldados desplegados por toda Europa para intimidar a la Unión Soviética, una cifra que actualmente se ha reducido a 80.000. De hecho, presencia norteamericana en Torrejón de Ardoz y en Zaragoza ya es inexistente, pero en Morón de la Frontera, paradójicamente, ha aumentado. ¿Por qué? Lo explicaremos en el siguiente artículo. 

El golpe de Queipo de Llano

El 17 de julio de 1936 comenzó un alzamiento militar en España para poner fin a la II República. Entre los golpistas se encontraba Francisco Franco, aunque en aquel momento quien llevaba la voz cantante era el general Mola. Su objetivo era apoderarse de las grandes ciudades con celeridad y a partir de ahí extenderse hacia el resto del país, pero se encontraron con más problemas de los esperados. De hecho, en un primer momento fracasaron en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga y Murcia… pero triunfaron en Sevilla. De no haber caído la capital hispalense tan rápidamente, quizás y sólo quizás el curso de los acontecimientos habría sido diferente, ya que nuestra tierra hizo las veces de centro de operaciones para el sur de España gracias a su posición estratégica.

Fue el general Queipo de Llano quien, con la ayuda de un reducido número de hombres, se hizo con el control de la Capitanía General de Sevilla, que por aquel entonces estaba en la Plaza de Gavidia. Curiosamente, en el mismo edificio que hoy es sede de la Consejería de Gobernación y Justicia de la Junta de Andalucía. En Sevilla no hubo una batalla como tal ni enfrentamientos directos entre ambos bandos a gran escala, pero sí revanchismo y violencia en la retaguardia. Buena prueba de ello es que en el primer año de la contienda más de 3.000 personas murieron ejecutadas.

El derramamiento de sangre no fue el único método empleado por los sublevados para controlar Sevilla. También se puso en marcha la maquinaria propagandística, tanto a nivel escrito (casi todos los periódicos se plegaron a las directrices del poder) como radiofónico. No en vano, se convirtió en una costumbre que Queipo de Llano se sentara delante de los micrófonos de Unión Radio Sevilla para pronunciar discursos políticos en los que apelaba al buen comportamiento de la ciudadanía, poniendo en práctica así la denominada ‘guerra psicológica’. Desde el punto de vista estrictamente militar, su labor fue exitosa, ya que dominó Sevilla sin sobresaltos y gozó de una independencia casi total a la hora de gobernar, de ahí que le apodaran el ‘Virrey de Andalucía’.

La partida de ajedrez más decisiva

Año 1087. Las tropas de Alfonso VI, rey de Castilla y de León, se dirigen hacia las puertas de la Sevilla mora. Son mayores en número y todo hace indicar que el cerco dará sus frutos tarde o temprano. Mientras tanto, en el interior de la ciudad, Al Mu’tamid piensa en una manera inteligente de deshacerse de sus enemigos. Llegados a este punto, la leyenda va en una dirección y los hechos documentados, en otra. El relato fantástico asegura que al rey Taifa de Sevilla se le ocurrió desafiar al monarca cristiano de una manera un tanto peculiar: mediante una partida de ajedrez que decidiría el destino de la capital hispalense.

Cabe reseñar que el ajedrez es la evolución de un juego de mesa que se practicaba en la India (conocido como ‘chaturanga’), y llegó a occidente gracias a los musulmanes. Simbolizaba un campo de batalla y los generales practicaban en el tablero sus estrategias militares. Consciente de que este divertimento no era su fuerte, Al Mu’tamid pidió a su protegido, Ibn Ammar, que le representara en la partida. Fue una sabia decisión, ya que tras un intenso duelo mental, su discípulo proclamó el jaque mate. Alfonso VI respetó el pacto, retiró su ejército y se llevó el tablero y las piezas de ébano y sándalo como amargo recuerdo de su derrota.

Existe otra leyenda muy similar que trata de explicar el mismo episodio histórico. Según esta versión de los hechos, Al Mu’tamid, previendo que no tendría ninguna opción contra las hordas castellanas, mandó una delegación encabezada por su consejero Abenamar para negociar con Alfonso VI y evitar el derramamiento de sangre. Ambos conversaron en una tienda de campaña a la altura de Sierra Morena, donde el musulmán averiguó que a su anfitrión le apasionaba el ajedrez. Así las cosas, le retó a una partida en la que estarían en juego granos de arroz: dos por la primera casilla del tablero, cuatro por la segunda, dieciséis por la tercera y así sucesivamente. Abenamar no sólo demostró ser mejor jugador, sino también más avezado en las matemáticas, ya que cuando su oponente hizo los cálculos de su derrota llegó a la conclusión de que no había tanto arroz en Castilla para pagar su deuda. Por ello, como compensación, renunció a Sevilla.

Evidentemente, la realidad de aquel ataque frustrado es bien diferente y todo apunta a que Al’Mutamid sólo consiguió espantar a Alfonso VI mediante un exorbitante tributo.

Las hazañas de Daoíz (II)

En 1807, la España de Carlos IV y la Francia de Napoleón Bonaparte firmaron el Tratado de Fontainebleau, que acordaba un ataque conjunto a Portugal y el posterior reparto del territorio luso. Pero las verdaderas intenciones de los galos quedaron al descubierto cuando, en lugar de atravesar sin pausa la península ibérica hasta llegar a su teórico objetivo, se acantonaron en las ciudades españolas y empezaron a controlarlas sin disimulo. Luis Daoíz tuvo que lidiar con ese grave contratiempo en Madrid, donde se concentraban el mayor número de tropas francesas. En un primer momento intentó aplacar los ánimos por las buenas, instando al gobernador a que mandara un mensaje de tranquilidad a los vecinos para hacerles ver que eran aliados. Pero los acontecimientos fueron tomando un cariz violento y ya no le quedó más remedio que pasar al plan B.

Junto a otro militar de gran prestigio, Pedro Velarde, urdieron un alzamiento general que no tuvo ningún seguimiento por el desgobierno y la tibieza que imperaba en la Corte. Sin embargo, la llama que no prendieron las autoridades fue prendida por los madrileños, quienes, hartos de soportar las vejaciones perpetradas por los soldados franceses, se rebelaron contra ellos con más corazón que cabeza. La situación se volvió insostenible y Joaquín Murat, que estaba al mando de las tropas galas, les dio manga ancha a sus hombres para que acabaran con el motín. Una de sus órdenes directas fue mandar un destacamento de 80 unidades al Parque de Artillería de Montelón para que no se fabricara más munición. Allí estaba Luis Daoíz y se armó el célebre 2 de mayo de 1808.

El enfrentamiento fue inevitable y con menos de 20 efectivos, el sevillano logró resistir y aguardar la ayuda de Pedro Velarde, que llegó con los refuerzos suficientes para conseguir la rendición de los franceses. El conflicto entre ambas naciones había estallado definitivamente y ya no había marcha atrás. Prácticamente sin tiempo para pensar y previendo la respuesta inmediata de Francia, ambos militares decidieron hacerse fuertes en el parque y reclutaron un pequeño ejército de defensa reclutando incluso a ciudadanos sin experiencia con las armas. Daoíz se situó en la puerta para dirigir cuatro cañones que hicieron estallar en pedazos a muchos enemigos durante horas. Sin embargo, la diferencia numérica de soldados y la escasez de munición terminaron por decantar la balanza del lado de los invasores.

Daoíz, con una herida en el muslo y sin soltar el sable de su mano, resistió estoicamente hasta que sus fuerzas se agotaron por completo. Unos soldados suyos corrieron el riesgo de trasladarle a su casa con la esperanza de que se recuperase, pero fue en vano. Al igual que casi todos los que trataron de proteger el parque, falleció, pero sus muertes no quedaron en saco roto, ya que sirvieron para alentar la insurrección contra los franceses en toda España.

Sus restos descansan en el Monumento a los héroes del Dos de Mayo de Madrid que se edificó en Madrid en el año 1840. Sevilla también le rindió su particular homenaje en la Plaza de la Gavidia, lugar en el que nació, primero con una placa (1852) y posteriormente con una estatua (1889) que recuerda perennemente su gallardía.