El hospital de todos (I)

¿Puede un hospital convertirse, con el paso del tiempo, en sede de un parlamento autonómico? La respuesta es sí y la encontramos en Sevilla. Hablamos de un proyecto ideado por Fadrique Enríquez, primer Marqués de Tarifa y quinto Adelantado de Andalucía, artífice también de la Casa de Pilatos, tal y como recordábamos en el anterior artículo. El edificio empezó a construirse en 1546, es decir, después de su muerte, y tenía como objetivo magnificar la fundación de caridad que había creado previamente su madre, Catalina de Ribera. De hecho, contaba con el respaldo de una bula pontificia. Los diseños corrieron a cargo del reputado arquitecto Martín de Gainza, pero debido a su inesperada muerte, las obras fueron finalizadas por el no menos afamado Hernán Ruiz II.

Parlamento de AndalucíaEn 1559, el Hospital de las Cinco Llagas (también conocido más tarde como Hospital de la Sangre) echó a andar. Su ubicación, fuera de las murallas de la ciudad, suponía una gran novedad en aquellos tiempos y dejaba claro que estaba destinado a los pobres. No en vano, el hecho de que se levantara extramuros era una ventaja para controlar posibles epidemias, pero también una amenaza, ya que hacía las veces de puerta de entrada para personas de todas las condiciones y procedencias. Aun así, para contrarrestar todos estos peligros, se aplicaban medidas higiénicas extremas, evidentemente no como las que se toman ahora, pero sí mucho más estrictas que las de entonces, gracias a la instalación de cloacas y acueductos para el abastecimiento del agua.

El hospital cobró una importancia capital en épocas de guerras, inundaciones y plagas, llegando a tener más enfermos que ningún otro de Europa. Por fortuna, todas estas desdichas se previeron antes de poner los cimientos, de ahí que se construyeran amplias galerías que favorecían la ventilación exterior, requisito imprescindible para reducir el riesgo de contagio. Más adelante, en plena Guerra de la Independencia, una parte fue reservada exclusivamente para los militares, y a principios del siglo XX otra de sus dependencias pasó a ser un centro universitario de medicina, con sus correspondientes reformas. Eran tan distintos sus huéspedes y tan ineficaz la coordinación, que el edificio fue deteriorándose a paso lento pero firme, hasta el punto de que en febrero de 1972 se decretó su cierre. En los próximos artículos hablaremos de su arquitectura, de su peculiar iglesia, de cómo se ha reciclado para fines políticos y de alguna que otra leyenda.

La mejor manera de desembarcar

Hace unos días fue inaugurado oficialmente el nuevo Muelle de Nueva York, un proyecto que se ideó hace bastantes años y que pretende revitalizar la margen izquierda del río Guadalquivir desde el Puente de San Telmo al de Los Remedios. Con cierto retraso y tras un proceso inicial de regeneración ambiental, las obras han permitido crear un bello paseo que destaca por su frondosa alameda y su jardín fluvial de 800 metros cuadrados. Precisamente este recinto será el primero que contemplarán y pisarán los turistas que lleguen a nuestra ciudad a través de embarcaciones, de ahí que se haya cuidado tanto la estética.

En cualquier caso, el programa diseñado por el arquitecto Antonio Barrionuevo aún no está completado, ya que aún deben incorporarse una galería con kioscos para los artesanos que actualmente ocupan el antiguo Mercado del Postigo, otra pérgola y un mural cerámico con el Guadalquivir como protagonista, sin olvidar el cerramiento definitivo. Así pues, habrá que esperar hasta la primavera (debe estar listo antes de que dé comienzo la Feria de 2013) para ver plasmados los casi tres millones de euros que han sido invertidos para tal efecto. Con la idea de preservar su conservación, el Ayuntamiento ya ha anunciado que el muelle no estará abierto todo el día, sino que cerrará a las 22:00 horas para evitar actos vandálicos y la celebración de macrobotellonas.

Con la recuperación de este espacio, se pretende potenciar el turismo de cruceros y, de esta manera, contar con un aliciente más para superar la cifra récord de dos millones de visitantes que registró la capital hispalense en 2011.  Asimismo, se trabaja en acuerdos de colaboración con los consistorios de Málaga, Huelva y Cádiz para que la comunicación marítima entre entre dichos puntos sea periódica y fluida. En resumidas cuentas, el Muelle de Nueva York supone un empujoncito más para consolidar a Sevilla como una de las ciudades más deseadas de España y del mundo.

Triana: sus rincones

Podría decirse que Sevilla y Triana están separadas por un río, pero desde otro punto de vista también podría afirmarse que están unidos por él, ya que la ciudad y el barrio son interdependientes y el Guadalquivir siempre ha sido el mayor denominador común. Cruzar desde la orilla meridional hasta la occidental a través del Puente de Triana implica adentrarse en un barrio con solera para dar y regalar, y la primera parada obligatoria es la Plaza del Altozano, el corazón de Triana y posiblemente el lugar que al que más cariño le tienen los trianeros. Antiguamente era punto de encuentro de los aljarafeños que querían llegar hasta la capital a través del puente de barcas y actualmente alberga un monumento en honor a uno de los mejores toreros de la historia: Juan Belmonte.

Muy cerca de la estatua se encuentra la Capilla del Carmen, pintoresca obra de Aníbal González construida con ladrillo y cerámica, material que siempre ha estado muy ligado al barrio, tal y como corroboran los talleres de las calles Callao, Antillano o Alfarería, que siguen desprendiendo el aroma de la tradición. A tiro de piedra también está el Mercado de Triana, y debajo de él, los restos del Castillo de San Jorge. Las tres arterias más importantes de Triana son las calles Castilla, San Jacinto y Pureza. La primera de ellas está presidida por la Capilla de la O, cobija a numerosos comercios y conserva algunos de los enraizados corrales de vecinos. En la segunda sobresalen la Iglesia de San Jacinto y la Capilla de María Santísima de la Estrella, mientras que en la tercera destacan la ‘Casa de las Columnas’, edificio en el que se formaban siglos atrás los marineros, y la sede de la Hermandad de la Esperanza de Triana.

Pero no todo se encuentra ahí. Triana no sería lo que es sin su calle Betis, cuyas maravillosas vistas suelen ser objeto de deseo de todas las cámaras fotográficas, sin su calle Pagés del Corro y su Convento de las Mínimas, sin su ‘catedral’, es decir, sin su Iglesia de Santa Ana, sin su Barrio León, sin su Tardón, etc. Y es que Triana es más grande de lo que dicen los mapas y tiene más lugares de interés de los que se pueden enumerar sin parecer reiterativo.