La patrona de la ciudad (II)

El pasado sábado 11 de mayo de 2013 tuvo lugar una salida extraordinaria de la Virgen de los Reyes con motivo de la celebración del Año de la Fe. El recorrido fue el mismo que el de cada 15 de agosto, pero no fue una procesión al uso, ya que imperaba el ritual del rosario de la aurora. De esta manera, el cortejo estuvo formado nada más y nada menos que por 400 personas y los costaleros hicieron un esfuerzo para acompasarse a la estructura de los rezos.  No hubo banda de música, ni cera, ni autoridades en la presidencia, pero sí megafonía y solemnidad religiosa durante dos horas que se hicieron cortas para sus devotos.

No era la primera vez que la patrona de la ciudad desfilaba por las calles por un acontecimiento especial. De hecho, en el siglo XX lo hizo en los años 1904, 1905, 1924, 1929, 1936, 1939, 1940, 1946, 1948, 1950, 1958, 1965, 1981, 1982, 1988, 1993, 1996 y 2004, por motivos tan dispares como su coronación, la sequía que azotaba a Sevilla, la inauguración del monumento a San Fernando, la celebración del Congreso Mariano Hispanoamericano, el fin de la Guerra Civil, etcétera. Cabe destacar que la de 1982 estuvo relacionada con la visita del papa Juan Pablo II y la beatificación de Sor Ángela de la Cruz.

Al margen de estos episodios históricos que están perfectamente contrastados, también podríamos hablar de las leyendas que tienen a la Virgen de los Reyes como protagonista. Ya mencionamos en el anterior artículo algunas que versan sobre su aparición, pero hay otras posteriores en el tiempo. La más difundida asegura que una noche el deán de la catedral vio pasear por el templo a una mujer con ropajes largos y que, sin hacer ruido, siguió sus pasos hasta la capilla, donde sólo encontró a la imagen. Eso sí, un poco desplazada y con los bajos del manto manchados de polvo. Desde entonces, más de una de sus camareras ha apreciado este detalle en ocasiones esporádicas, de ahí que haya gente que crea que la Virgen se levanta de su trono en mitad de la noche.

La patrona de la ciudad (I)

La Virgen de los Reyes no fue nombrada oficialmente patrona de Sevilla hasta el 15 de agosto de 1946, pero su historia arranca varios siglos atrás. Concretamente, en la primera mitad del siglo XIII, época en la que surgieron diferentes versiones sobre su aparición. Por un lado, se decía que, dada su belleza, fue creada por los ángeles celestiales y por otro, que fue un regalo del monarca francés Luis IX. También surgió una leyenda que aseguraba que fue el rey Fernando III quien vio su cara en un sueño, la mandó esculpir y la tuvo a su lado durante la reconquista de la ciudad.

La talla fue elaborada a tamaño real con madera de alarce y, aunque está articulada, siempre se expone sentada y con el Niño Jesús en las rodillas. Toda la figura se halla recubierta de pergamino y de su cabeza caen unos cabellos de oro, pero su actual vestimenta impide contemplarlos. Su imponencia ha ido creciendo conforme reunía más enseres, y los más habituales son el bastón de mando, la medalla de la ciudad y el fajín de capitán general. Además, alterna cinco valiosísimos mantos que fueron donados en distintos momentos por la reina Isabel II (dos de ellos), la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, la condesa de Casa-Galindo y la duquesa de Osuna.

Todo hace indicar que llegó a la Catedral de Sevilla de la mano de Alfonso X el Sabio, aunque no hay pruebas fehacientes de este acontecimiento. Sí está documentado que fue la primera imagen mariana en ser coronada canónicamente en Andalucía (1904) y también la primera en recibir la Medalla de Oro de la ciudad hispalense (1958). Su festividad se celebra el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María y en el que se le otorgó el patronazgo, con una salida procesional por las calles de Sevilla. Recientemente ha tenido lugar una salida extraordinaria con motivo del Año de la Fe, pero de este acontecimiento y de otros que se celebraron en tiempos pretéritos hablaremos en el siguiente artículo.

A vueltas con el monumento al Papa

Monumento al Papa en Sevilla

Cuando empezó a hablarse de la posibilidad de que Sevilla le dedicara un monumento a Juan Pablo II, allá por el año 2006, todo el mundo parecía estar de acuerdo con que el proyecto se llevara a cabo, ya que, entre otras cosas, iba a ser sufragado por donativos particulares y no iba a suponer ningún gasto para la ciudad. Sin embargo, los quebraderos de cabeza llegaron a la hora de encontrarle una ubicación. La anterior Delegación Provincial de Cultura dejó entrever que había overbooking de monumentos en el centro histórico. El Hermano Mayor de la Macarena propuso cobijar la obra en el atrio de la basílica, pero luego se encontró con el rechazo de su junta de gobierno, que consideraba que no existía una relación directa entre el beato y la corporación. Y el resto de lugares planteados, como la Plaza de la Contratación, la Puerta de Jerez y la calle Adolfo Rodríguez Jurado, no terminaban de convencer a ninguna de las partes.

Así las cosas, el imaginero Juan Manuel Miñarro terminó la estatua del sumo pontífice sin saber dónde iba a ser colocada. Para amenizar la espera, la obra fue expuesta en la sede de Cajasol y recibió once mil visitas en los primeros cuatro días. Posteriormente, el Arzobispado recogió el testigo y decidió alojarla en la Catedral, junto a la Puerta de San Miguel, hasta que terminara la polémica. Y lo cierto es que allí permanece todavía, aunque esta vez parece que por poco tiempo. Las reuniones entre el Ayuntamiento de Sevilla, el Arzobispado y la plataforma que promovió la idea están en la fase final y ya existe un principio de acuerdo para que la Plaza Virgen de los Reyes sea la que acoja el monumento a Juan Pablo II.

Concretamente, estaría situado justo enfrente del Palacio Arzobispal, al inicio del callejón que desemboca en la Plaza de Santa Marta. Para tal efecto se plantaría un pequeño jardín que bordearía y protegería la escultura. ¿Pero por qué la Plaza Virgen de los Reyes? Desde el primer momento, las autoridades eclesiásticas intentaron que el monumento estuviera próximo a la Catedral, y una vez que se confirme esta noticia, podría decirse que han conseguido su propósito. Además, es un lugar que está estrechamente ligado al Papa, puesto que en sus dos visitas a Sevilla (1982 y 1993) utilizó el balcón del Palacio Arzobispal para dirigirse a los feligreses. Así pues, si todo sigue su curso, en ese emplazamiento reposará la obra, que ha sido fundida en bronce, mide 2,45 metros y pesa más de 800 kilos.

Fernando III: Rey, Santo y Patrón

Todo el mundo sabe que San Fernando es el patrón de Sevilla, pero no todo el mundo conoce su historia y los motivos que propiciaron ese nombramiento. Antes de nada, hay que subrayar con tinta indeleble que estamos hablando de uno de los reyes más relevantes e influyentes de todos los tiempos en nuestro país. Y a decir verdad, su vida no fue precisamente un camino de rosas. De hecho, Fernando III (así se le conocía hasta ser canonizado en 1671) tuvo que superar adversidades prácticamente desde su nacimiento, pues existía la sospecha generalizada de que sus padres cometieron incesto y fue tratado como hijo bastardo muchos años. Sin embargo, gracias a su perseverancia y a su carácter conciliador, no sólo consiguió hacerse con el poder, sino también extenderlo durante su largo reinado.

San Fernando. SevillaLa responsabilidad de gobernar le llegó antes de alcanzar la mayoría de edad. Su madre, doña Berenguela, que tenía muy reciente la anulación de su matrimonio y la muerte de su hermano, le cedió el trono de Castilla en 1217. Obviamente, aquella sucesión generó bastante controversia y pronto tuvo que lidiar con una revuelta encabezada por la poderosa familia de los Lara y con la invasión de su propio padre, Alfonso IX, rey de León, que creía estar más legitimado que él para hacerse con la corona de su antigua esposa. De ambos envites salió victorioso y poco a poco fue poniendo fin a las fricciones internas. Tanto es así que, gracias a la mediación del Papa Inocencio III, llegó a hacer las paces con su progenitor. Sin embargo, éste no le incluyó en su testamento y dispuso que fueran sus hijas Sancha y Aldonza las que heredaran el reino a su muerte, algo que sucedió en 1230.

Lejos de desatar su ira, Fernando III usó la cabeza y buscó una solución pacífica para hacerse con esos territorios, consiguiendo finalmente la renuncia de sus hermanastras a cambio de una renta anual de 30.000 maravedíes. De esta forma, unificó los reinos de Castilla y León, y dadas sus fuertes convicciones católicas y nacionales, reanudó la cruzada contra los musulmanes que dominaban Andalucía. Sin pausa pero sin prisa, fue conquistando la zona occidental tanto a través de la fuerza como de la diplomacia y en 1245 ya sólo se le resistía la joya de los almohades: Sevilla.