Una calle, una feria y un motín

Hay calles que tienen vida. Nacen en un momento determinado, echan a andar antes de lo previsto, maduran con la experiencia de los años y van desarrollando una personalidad propia que les hacen ser diferentes a todas las demás. Un buen ejemplo es la calle Feria, cuyo semblante es fácil de recordar e imposible de olvidar. Su trazado arranca en la Iglesia de San Juan de La Palma y finaliza en la calle Resolana, dejando entre medias una estela de 900 metros repletos de comercios tradicionales, viviendas con el sello autóctono y edificios con mucha historia. Entre ellos, la Iglesia de Omnium Sanctorum, la capilla de Monte-Sion, el Mercado de Abastos y el Palacio de los marques de la Algaba.

Se llama así porque albergó una de las dos ferias que concedió Fernando III de Castilla a Sevilla el 18 de marzo de 1254. Con el tiempo, aquella muestra de carácter oficial fue transformándose en el mercadillo de los jueves, que tiene el honor de ser el más antiguo de la ciudad. A lo largo de su dilatada existencia tuvo otros nombres, tales como ‘Laneros’, ‘Carpinteros de Ribera’, ‘De la Lencería’ (por los gremios que se instalaban allí), ‘Caño Quebrado’ (por las continuas inundaciones que sufría), ‘Pozo de los Hurones’ (por uno de los puestos que operaban en sus aceras), aunque en 1880 ya adoptó su denominación definitiva.

En otro orden, cabe destacar que en la calle Feria se originó el llamado ‘motín del pendón verde’. Hablamos de un levantamiento popular que tuvo lugar en 1521 debido a la hambruna que padecían sus vecinos. Muchos de ellos eran descendientes de musulmanes, por lo que no tuvieron reparos a la hora de enarbolar una enseña verde de la época almohade para provocar al poder establecido, al margen de lanzar piedras y proferir todo tipo de improperios. Algunos historiadores consideran este hecho como la génesis de la bandera de Andalucía.

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